En primer lugar, hay que reconocerle a Liliana el hecho de haber logrado que la sombra de Mercedes renuncie a ser la mochila más pesada para su espalda. Y eso, en este caso, no es poca cosa dado que por muchos años se la fue construyendo (en especial a nivel mediático) como la hija natural de La “Negra”; y en esa operación, pienso yo, se la ha reducido a una categoría, a una etiqueta, a un símbolo. Liliana pasó a ser la hija de Mercedes Sosa y en esa simplificación se vio encerrada. Ese es el problema de las categorías: ubican y preparan al escuchante para ir en un determinado camino, en desmedro de otros posibles. Es decir, si nos dicen que al escuchar a Liliana Herrero estamos escuchando a la heredera o la hija natural de Mercedes Sosa ya nos predisponemos a localizar eso que se nos dice y, por ende, se interrumpe el flujo de interpretación posible. Creo que ya estamos demasiado condicionados por los medios, como para resignarnos a que nos empaqueten lo que vamos a escuchar y que nos digan lo que hallaremos en las obras de los artistas.
Entonces, Liliana se vio protagonista de una encrucijada clave en su vida como artista. Y en su vida en general, porque el artista construye alrededor de sus pasiones, de sus núcleos. Esta encrucijada se tejía sobre dos posibilidades: hacer lo que ella quisiera y seguir en búsqueda de su estilo y su identidad, diferenciándose de su “madre”; o bien aceptar la categoría que se le asignó, abrazarla y envolverse de ponchos, bombos y guitarras criollas.
Por supuesto, y como buena caminante de la tierra, miró el reflejo del sol entrerriano sobre el Paraná al atardecer, suspiró y supo que debía emprender el camino que la hermane con la naturaleza. Hermanarse con la naturaleza supone entenderse como simple ocupante de un lugar en un paisaje inconmensurable que trasciende a toda la especie humana pero también supone comprender que es uno el que está ocupando el lugar. Uno, y no otro. Entonces se hace necesario hacer un camino propio, auténtico, tratando de ir librándose de los condicionantes sociales, culturales e históricos que intentan muchas veces llevarnos para caminos ya recorridos y pautados.
Este no es un camino para nada fácil porque implica, en última instancia, despojarse de toda opinión externa sobre la propia obra. Y eso es algo que muchas veces se dice pero no se logra efectivamente. Es un camino difícil en el que uno va aprendiendo a los golpes. Pero mientras el horizonte esté bien demarcado, todo golpe se ve amortiguado y toda herida cierra.
El problema se presenta cuando el horizonte está difuso, borroso. Y pienso que eso le pasó a Liliana al principio de su carrera y en casi todos los noventa. Fue una década difusa en general, donde nos vendieron espejitos de colores y compramos creyendo que era lo mejor. Nos desconectamos de la naturaleza, el trayecto en dirección al abrazo que nos hermanaría con ella se interrumpió durante esos años. Y Liliana, en ese contexto, se halló ignorada desde todo punto de vista. Primero, porque no pertenecía a la industria musimundesca y por ende no la escuchaba nadie; y segundo, porque su lugar estaba ocupado por Mercedes. Era vivir en una relación de subordinación a su sombra. Ahí Liliana empezó a comprender que su camino era otro. A los golpes, comenzó a transitar el arduo sendero hacia la hermandad con la naturaleza de la que vengo hablando. Para ello, se empezó a juntar con gente más joven, y con otros artistas que pudieran contribuir a que Liliana se separe de la sombra de Sosa.
Los dos mil la encontraron, para mí, en un estado ideal; y el devenir de la etapa de experimentación arrojó resultados increíbles. De esos que te dejan temblando, con los ojos cerrados y sabiendo que la vida es eso. La vida se basa en dejarse conmover por lo que a cada cual lo conmueva. Con la menor cantidad de prejuicios e inhibiciones posibles. Personalmente, considero que el disco Confesión del viento de 2005 es símbolo de un grito de Liliana. Bah, del grito de la tierra, del viento, y de las energías de los artistas a los que interpreta, a través de su voz. Todo enmarcado en una dimensión sonora nueva, donde se entrecruzan, entre otros miles de paisajes que el disco encierra, elementos de la canción latinoamericana más original y primitiva con sintetizadores. La obra me conmueve hasta puntos donde siento que somos hijos de las montañas.
El cambio de era que estamos atravesando, en especial a nivel del sentido común, la encuentra en un gran momento. Más allá del reconocimiento popular que ha ido propagándose, a nivel musical está brillando. Siento, como imagino que debe sentir ella también, que ya el horizonte no le resulta tan lejano. Siento, ahora que lo pienso, que se debe acordar de los golpes a lo largo del camino y se debe reír. A veces debe tomar unos mates con la sombra de Mercedes y le debe cantar. La relación de subordinación ya se esfumó.
Liliana ya está, hace rato, hermanada con la naturaleza y segura del camino emprendido. Pero, y a esto Liliana lo sabe bien, siempre pueden venir brisas que aflojen esa unión, que la desgasten. Por eso nunca se abandona el caminar. Liliana agacha la cabeza y camina. Va en dirección a la luz
(NOTA PUBLICADA ORIGINALMENTE EL 24 DE MAYO DE 2015)