Daniel Johnston es como el oso TED: es gordito y dan ganas de tenerlo en la mesa de luz, pero después de convivir unos días con él uno tiene ganas de darle un tiro en una pierna para que ya no joda más la paciencia y se duerma. Daniel tiene ganado un doctorado en locura y una especialización en mezcla de litio y otros medicamentos que regulan el estado de ánimo justo cuando uno está a punto de saltar o matar a alguien. Toda esta mezcla es Daniel Johnston, y aún con ese coctel en la sangre, el tipo se sienta como puede en un sótano y compone canciones de bajo presupuesto y alto sentimiento. Todo licuado en una criolla destartalada que compró en alguna tienda de Sacramento (California) –lugar donde, este neurótico simpático, nació en 1961-.
Estas canciones, que Daniel desputaba cuando algún demonio se le acercaba a gritarle o chillarle al oído, iban después de un tiempito a encajar justo con la movida grunge que encabezó Nirvana, banda que le rendía culto a Daniel siempre que podía –en más de una oportunidad se lo podía ver al ya muertito Cobain con una remera de Johnston-.
Daniel es raro. Sí, es un tipo raro, y por eso para ganarse la vida se pone a vender panchos en una feria ambulante que lo lleva hasta el pueblo de Austin –al suroeste de EEUU-, donde se queda para terminar siendo toda una leyenda. “Cutting Edge”, un programa bastante famosos en la MTV, decidió un día darle una oportunidad a TED (perdón, a Daniel), y él no la desaprovecho. Los ojos de varios productores se pusieron sobre la gran espalda de este trovador accidental de melodías deformes, y comenzaron a seguirle el rastro.
Después de grabar decenas de cassettes en forma casera, Atlantic Records decide firmar contrato con él y hacerle grabar su primer disco, que salió bajo el nombre de Fun, un nombre que digamos, nada tiene que ver con las letras que después uno puede encontrar en el material, pero bueh, en ese momento Daniel estaría de buen humor, y seguro después cambio de nuevo porque le faltaba litio para seguir feliz el día.
Este disco lo dejó a Daniel tirado como un trapo viejo, con una gran depresión. No estaba acostumbrado a trabajar bajo presión y le saltaron los tapones en muy poco tiempo. Después de un recital, donde Daniel se puso a gritar “Todos vamos a morir”, y donde salió del escenario sin mirar al público en medio del show, sumado a la poca cantidad de copias vendidas del disco, Atlantic Records decidió romper contrato con el gordito que estaba cada día más neurótico. En el medio de esta vorágine de idas y vueltas, de demonios, pastillas en vena y rock de cuerdas flojas, Johnston vuelve a las grabaciones caceras, encerrado en un sótano, pero esta vez con más reputación y dejando un tendal de buenas críticas que bajaron desde músicos tan importantes como el polifacético Beck, pasando por bandas como Sonic Youth, Yo la tengo, Wilco y una larga lista…
En este mundo, y desde siempre, nadie habla de la gente tranquila, a nadie le interesa; es mejor irse de un cumpleaños después de haber vomitado y haberse convertido en el chisme de todos, que haber soplado la velita y brindado con la cumpleañera, porque las cosas se hacen bien-mal para que dentro del arte uno pueda llamar la atención de un tercero, y como decía el italiano Pavese “Con amor o con odio, pero siempre con violencia”. Y así lo hace todavía el señor Johnston D.
PD: hay un disco que es altamente recomendable, y ese es Fun. Sí, el que vendió pocas copias.