María Belén Aguirre: «La gente lee porque está cada día más sola»

La poesía de María Belén Aguirre puede ser tan profundamente lumínica como desgarrarnos de oscuridad, viajando por alguna inquietante ironía o poniéndonos a prueba con la más cruda realidad.

«La llave que abría se quebró» es su último libro. “Lleva un postfacio exhaustivo del inconmensurable poeta Jotaele Andrade y un prólogo encantador del infatigable filósofo y poeta Andrés Kischner, nos cuenta María Belén, y casi que nos grita con todas sus fuerzas cuando preguntamos por cual de toda su obra hay que comenzar a conocerla: “¡Por el último! Por el último hasta llegar a ‘Viaje a Lituania’, el primero”.

En el medio de ambos hay toda una obra muy prolífica digna de admirar. Tantas palabras divulgadas que hasta nos hacen parecer que en estos días editar un libro es fácil. Pero nada más alejado de la realidad. “Es difícil, pero no imposible. Lo terrible es el abatimiento, la resignación, la inacción”, se sincera y nos hace viajar hacia todos los tiempos de sus escritos: “Yo siento la inmensa felicidad de haber publicado en formatos tan nobles y dignos como el cartón, el fanzine, las plaquettes. Durante mi niñez, creaba libros con el cartón que mi abuelo Lucho (repará, por favor, la belleza infinita de su sobrenombre). Él me los daba después de exponer las mercaderías que vendía en su kiosco”.

―Tu primer gestor, sin dudas.

―La publicación no se acaba con la edición, comienza ahí, en la recepción. Recuerdo que cada vez terminaba de «publicar» un libro, se lo regalaba. Él se aprendía de memoria mis poemas y se los recitaba a sus amigos, y sus amigos se conmovían. Entonces me decía: «Lo logré». Y me iba contenta a jugar con otros niños. El pasado es un oráculo insobornable. Asimismo, hoy por hoy, puedo decirte exactamente lo mismo: el libro no se acaba con su publicación, comienza ahí. Luego continúa el camino más arduo. Hacer que tu obra circule, sea leída. Ese es, sin dudas, el mayor desafío de un escritor ignoto. Lograr que tu libro ingrese en una librería, motive la crítica literaria, la difusión en los medios especializados, es una suerte azarosa de épica cultural.

María Belén, o MBA, como la descubrimos en sus firmas, casi que se interrumpe a sí misma y esboza un pedido de disculpas por lo largas de sus respuestas, sin caer en la cuenta de que recibir palabras de una escritora será siempre una bendición para quienes disfrutamos de ellas. “No puedo desaprovechar las oportunidades que me dan las entrevistas para decir lo que siento, lo que pienso”, se excusa y agradece a tantas y tantos periodistas y escritores con los que comparte el camino. Y los nombra, uno por uno y en orden cronológico en el que los fue conociendo. Y los honra. Y entonces no podemos hacermenos que nombramos junto a ella: Lidia Rocha, Gerardo Curiá, Osvaldo Gamba, Juan Rapacioli, Ana Da Costa, Gastón Francese, Manuel Rivas, Guillermo Monti, Carlos Aletto, Dolores Pruneda Paz; o a escritores geniales como Eugenio López Arriazu, Marina Cavalletti, Gustavo Díaz Arias. Y lo mismo para con mis insobornables reseñistas y prologuistas Fernando Choque, Cristian Aliaga, Lucas Gómez Cano, Alicia Silva Rey, Alba Murúa, Jotaele Andrade, Andrés Kischner, Néstor Luis Cordero y recientemente Jorge Hardmeier.

Volvemos a la pregunta (o a la respuesta) y concluye más firmemente en los costos de una edición: “Sí, es caro. Pero afortunadamente instituciones como el Fondo Nacional de las Artes o el Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto llevan adelante actividades de fomento y publicación a través de becas destinadas tanto a la escritura como a la edición. Yo, por ejemplo, he tenido la suerte de ser publicada en Canadá gracias al Ministerio, junto a poetas enormísimos como Jorge Aulicino, Irene Gruss, Alejandra Méndez, Esteban Moore, Elena Anníbali, Fernando Noy. Yo, la miniatura. Sí, es caro. Pero el apoyo de la familia también es importante. En mi caso, mi madre. Lo digo, porque mi gratitud hacia ella es infinita”.

¿Cuánto hay de cierto para vos en esa frase tan típica que escuchamos cotidianamente acerca de que «la gente ya no lee»?

―No estoy de acuerdo. La gente lee más que nunca. La gente lee porque está cada día más sola, más enferma, y halla en la Literatura compañía y una sanación paradójica porque, la mayoría de las veces, la Literatura te abofetea ferozmente. Te golpea para que sepas qué es el dolor del otro en uno; para entablar un diálogo, configurar una identidad, una empatía, una diferencia, un acuerdo. La Literatura es también un espejo donde poder mirarse, reconocerse, amarse, repudiarse, repensarse, cuestionarse. La buena Literatura interpela. La gente lee porque la Literatura es más grande que la vida. La vida se ha devaluado; nosotros la hemos reducido, aniquilado, mecanizado, «desacralizado», como diría el inmortal Pier Paolo Pasolini, en el soliloquio del Centauro de su Medea. La gente está leyendo poesía más que nunca. Precisamente porque en la vida no la encuentra.

Así como nos deleitamos con la historia de su abuelo Lucho que resultó ser su primer gestor literario, a MBA la vemos en decenas de ciclos, lecturas, editando a otros autores, haciendo compilaciones y tanto más relacionado a la gestoría. “Yo he tenido épocas de frenesí, en las que me he abocado día y noche a la gestión. La gestión condiciona la escritura, la reduce. Al menos en mi caso, he trabajado mucho sin que nadie me pague por eso. He trabajado gratis, a destajo. Sin embargo, lo hermoso de la gestión es ver la felicidad en el rostro de las personas por las cuales abogaste. Y lo feo es la ingratitud, la indiferencia; en esos casos uno se siente usada y descartada, vejada en plano simbólico. Me ha pasado recientemente, es un dolor fresco aún. Pero de la gestión no te alejás nunca del todo. La gestión es una fatalidad”.

―¿Es indispensable la gestión cultural para acompañar a la divulgación de la escritura?

―Es lo esperable. Pero ahora que soy más mala que antes, escribo. Recuerdo un día en que estábamos a contrarreloj con Andrés (Kischner) para presentar en la Biblioteca Nacional, la antología «Los sobrinos bastardos de Arlt», un libro que compilé en 2015 junto al poeta Sergio Felipe Mattano, ganador del Primer Premio Internacional Raúl González Tuñón. Por esos días se me dio por escribir mi nouvelle «Las tuberculosas», que narra la historia de dos hermanas confinadas y un gatito llamado Tití. Lo escribí en una semana. Eso me quitó tiempo para cortar, pintar y encuadernar los libros. Recuerdo cuando la madre de Andrés, quien amorosamente nos ayudó a concluir con la pintura y laqueado de las tapas, me preguntó: «¿Por qué dejaste todo para último momento? Yo le respondí: «Porque esta vez pensé en mí». A veces la gestión está reñida con la escritura, a eso me refiero. Habrá quienes puedan conciliarlas con mayor facilidad.

―Nuestros libros (los de la editorial que coordinamos Andrés), fueron los primeros libros de cartón en formar parte del acervo cultural de la Biblioteca Nacional. Y todo gracias al carácter visionario y noble de Margarita Ardengo, quien desde el principio comprendió este fenómeno alternativo de publicación. Ella y la gestión de Horacio González. Como editora he trabajado muchísimo. He publicado en diferentes formatos a poetas de todo el país. Poetas imprescindibles. Ahora mismo estoy abocada a «Servicio meteorológico», un poemario de Alba Murúa. Libro que se presentará en breve, el lunes 8 de agosto, en el Museo del Libro y de la Lengua. Estoy feliz con esa publicación. Cuando uno ama lo que hace, la felicidad ajena se vuelve propia. Yo estoy inmensamente feliz y me siento afortunada y honrada de ser la editora de Alba. Cuando un poeta me elige siento que ha valido la pena, la pena.

En tus comienzos tuviste bastante actividad ligada al cine. ¿Es algo que puede volver en algún momento?

―Nunca me fui del cine. El cine me atraviesa. A veces pienso a mis libros como guiones cinematográficos, en los que cada poema constituye una escena representable, probable. Pues mi obra necesita anclar. Mi obra está hecha de materia. Lo abstracto emerge de la inferencia creativa del lector. Siempre digo que mi gran sueño es que algún día mi escritura se vuelva táctil, olfativa, auditiva, además de visual. Del cine me interesa eso. Esa es la razón que explicaría mi relación con el montaje de una obra. Me ha pasado muchas veces demorarme más en eso que en la escritura misma. Ahora, por ejemplo, tengo en mis manos tres libros muy diferentes entre sí, en los que no termino de resolver el engranaje; el devenir de los mismos. Uno de mis editores me dice: «¿Para cuándo, María Belén?». Y yo qué sé. Para cuando mi cabeza diga “ya está”. Lo pienso en relación a todos mis libros. Pero rescato el trabajo en mi «Ubi sunt» (libro editado por Pablo Donzelli, en La Papa). En ese libro lo importante, además del contenido, es el montaje. He querido crear una pieza elíptica, con fundidos a negro, austera. En otros casos, como en «Pater dixit», me interesaba explorar el plano se secuencia. Entonces ideé una obra que dura siete horas, haciendo converger el tiempo de la acción con el tiempo empírico de la lectura. Allí la protagonista es Antonia Alighieri, la hija de Dante. Pero una Antonia reencarnada en la Argentina. Antonia dialoga con su padre (que también es el resultado de una reencarnación kármica), a través de un médium espiritista. Del cine me interesa además la crítica y la experimentación. De hecho, junto al poeta Andrés Kischner llevamos adelante, desde ya hace varios años, la Poemateca del Cine ABC, donde reinvindicamos al cine experimental y de culto. Guionar es mi pasión. Y pensar, pensar mucho, pensar hasta la demencia, el mareo, el vértigo.

Desde hace ya varios años, María Belén entrama su obra con la música, especialmente con el cantautor Juan Rosasco. Han compartido ya muchas presentaciones, en la Feria del Libro, en la Biblioteca Nacional y recientemente también en conciertos del músico en San Miguel de Tucumán, la tierra natal de la escritora. “Juancito es, en sí mismo, una experiencia extraordinaria. Un ser de enorme generosidad. Un artista verdadero. Un cantautor que debe ser escuchado, porque su obra es única, original, conmovedora. Pienso a su música en el orden de lo sagrado. Puedo tildarme escuchando en loop sus canciones. Sus canciones perduran en uno incluso mucho después de haberlo oído. Qué decirte de él que no suene a hipérbole”.

―¿Qué sentís que se genera al estar juntos en escena?

―Juancito es mi compañero en el arte. Nos acompañamos religiosamente, paganamente, demencialmente, lúcidamente desde 2016, cuando presenté mi libro «Islandia», en el Museo del Libro y de la Lengua. Desde entonces no nos hemos separado más. Es mi hermano siamés. Juancito es la música, como en el «Arte poética» de Verlaine, quien decía: «Prefiere la música a toda otra cosa». Su música es poesía. En nuestras presentaciones hay también un montaje que construimos los dos. Un montaje maravilloso, siempre diferente. Es mirarnos y saber qué sigue. Es abrazarnos con la mirada. Es llorar juntos con una sonrisa cuando el público no va. Es ponerle el cuerpo al arte. Es ofrecer juntos todo lo mejor que podemos. Cada uno de nosotros es para el otro su manager, su gestor, su mecenas. Él me llama por teléfono y me dice, por darte un ejemplo, «Ojitos, vendimos un Pater dixit y un Norte». Norte es su reciente disco, un disco estremecedor que quedará literalmente grabado en la historia de la música argentina.

La entrevista llega a su fin, uno relee cada palabra de María Belén Aguirre, siente que puede estar inmerso en alguno de sus libros, pero no, son las palabras que intercambiamos producto de una nota periodística. Nada parece ser diferente: ella responde a cada pregunta con la misma pasión, con la misma fuerza, el mismo amor, la misma entrega que deja inmortalizada en su extensa obra. Esta, sin dudas, termina siendo otra mini pieza de MBA, gracias a ella, gracias a su generosidad que nos regala frases para guardar en la mesita de luz. Para guardarlas no. Mejor para dejarlas bien a la vista de nuestras sensaciones y dejarnos llevar una y otra vez por su energía.

“¡Por el último! ¡Empiecen por el último!”, insiste con todas sus fuerzas.Por el último libro. Hasta llegar al primero. En todos estamos yo y mis yoes. En todos, mi desesperación por irme rajando de aquí”.