Los Espíritus: Perros de ciudad

“El hombre vio un cementerio donde el perro vio una mina de huesos” 

 

Al abrir una nueva página, con la vista fija en el blanco de la pantalla, somos conscientes de algo más o menos importante pero lo suficientemente honesto con uno mismo: no venimos acá a decir verdades, venimos por las subjetividades. Si esas impresiones y sensaciones personales acercan nueva música a otras personas, el trabajo estará bien hecho.

Son más de las cuatro, el aire hace rato que se transformó en un bien preciado y Niceto es una abultada jungla de fauna variada, que convoca orgullosos representantes de las diferentes castas porteñas. Desde el inicio de un viaje que empezó con “Gratitud”, canción que da nombre al último disco de Los Espíritus, la banda está desplegando un magnetismo discreto pero constante y los músicos tienen una expresión reconocible en la cara: la del que sabe que hizo las cosas bien. No es una expresión soberbia ni arrogante, sino más bien satisfecha y tranquila, como la de haber ido a visitar a tu abuela o esperar a tus amigos con cerveza helada.

Los Espíritus tienen sólo dos discos de estudio pero ya tocan en lugares como éste o Vorterix sin haber hecho, por supuesto, ni un solo hit o una canción condescendiente con lo que se supone que el mercado está pidiendo a gritos. O con lo que dicen que hay que darle al mercado porque lo está pidiendo a gritos. Sin embargo, Buenos Aires nunca calma su sed por la música innovadora e inteligente, a la altura de los tiempos que corren.

«La mina de huesos», el tema que abre el primer y homónimo disco de Los Espíritus (2013) permite explicar bastante una de las aristas de este grupo, que al igual que los géneros con los que coquetean sus canciones, son muy diferentes entre sí. Los versos se repiten y el mensaje se atornilla en la memoria: “El hombre vio un cementerio / donde el perro vio una mina de huesos / ¡Era en el mismo lugar!”. Es que en canciones como “Perro viejo” o “Lo echaron del bar”, Los Espíritus hacen pequeñas obras de arte a partir de la  realidad, mirada a través de ojos que ven algo más que lápidas grises y tumbas a las que nadie les deja una flor hace varios inviernos. De hecho, probablemente si sólo leyéramos la letra de las canciones no parecerían gran cosa, pero después de escuchar esas bases, esas zapadas, esos ritmos y esa percusión que lleva al cerebro de aquí/para allá las letras también se resignifican; y ahí es cuando aparece la mina de huesos. Los Espíritus hablan de la villa de La Paternal, de trenes, de cielos y hasta de un «culo come trapo» en una acabada postal de ciudad. Lo difícil no es desarrollar esa visión del mundo, sino convertirla en canciones que no necesiten más que hablar de la cotidianidad para ser completamente extraordinarias.

El sábado en Niceto «Las sirenas» y «Negro chico» sonaron juntas, como debe ser. Por las coincidencias temáticas, y para quienes no saben de qué estamos hablando, si la primera fuera «El chico de la tapa» de Fito Páez, la segunda sería una «11 y 6» cruda, despojada de todo romanticismo. Ya desde el nombre, son dos canciones fuera de lo común, «Las sirenas» es la crónica de una muerte anunciada y el «Negro chico» es un objeto construido socialmente, un negro-chico al que se le caen los mocos y pide monedas, y en el futuro probablemente estará «muerto entre las sirenas» porque el destino así lo quiso. En estos casos, queda claro que el destino no es más que otra construcción que se forma con ingredientes como el abandono, la paranoia y la fobia.

Otra de las aristas de la banda aparece en «Vamos a la luna» y «Gratitud», canciones de una naturaleza completamente diferente a las mencionadas anteriormente. La visión del callejero astuto le cede el lugar a la del chamán conectado con el más allá en mantras que repiten “Remen ya / Vamos a la luna” o “Esa flor / El amor / Esa luz / Gratitud”. Aquí la música cobra especial preponderancia, como si ese chamán nos tomara de la mano en un mar de sonidos para descubrir la importancia y la belleza de lo natural. Todo un viaje a través de guitarras eléctricas y acústicas, un bajo, una batería y una percusión atinada, justa, que nunca exagera ni está de más.

Con dos discos que están entre los mejores de los últimos años (Los Espíritus y Gratitud, ambos disponibles en Bandcamp) y una experiencia rica y real en el vivo, ésta es una de las bandas que con argumentos sólidos y en forma de canciones refuta a quienes dicen que en materia de música acá ya no pasa nada.

Ahora sí, vengan de a uno.

Foto: Pablo Mekler
http://pablomekler.tumblr.com