Rock Al Campo: Sin las luces ni los lujos de la ciudad

“No necesito las luces ni los lujos de la ciudad”, saluda una de las primeras paredes del pueblo Facundo Quiroga (partido de 9 de Julio, provincia de Buenos Aires), como dando la bienvenida a los porteños que viajaron cinco horas en el caluroso micro proveniente de la ciudad capital del país. Entre aplausos que festejan el final de un largo viaje, periodistas y músicos llegan el sábado a disfrutar del Festival Rock Al Campo 2013.

Sin embargo, el festival comenzó el día anterior, el viernes, con un pueblo entero expectante que se acercó a la calle de la plaza principal y del Club Atlético Quiroga. La vuelta de la banda local Obreros fue el plato fuerte de la primera jornada, acompañada de buenas performances de los porteños Esencia Vudú y Ritcher. La quinta edición del festival (inactivo durante ocho años) ya era una realidad.

La calurosa tarde del sábado recibe a las bandas mientras de a poco el pueblo va tomando forma de fiesta popular. Artesanos, payasos, juegos, dibujantes. Las familias empiezan a poblar la calle mientras el olor que sale de la parrilla obliga a todos a pedirse un choripán.

El desfile de motos inaugura el segundo día del Rock Al Campo y casi simultáneamente, el grupo Puntos Suspensivos homenajea a Pappo y abre la escena musical de la jornada. Un escenario al aire libre, en el medio de la calle, y otro cerrado, en el galpón del club, albergan bandas de diferentes estilos, provenientes de distintos lugares del país. En la calle se destaca la banda de 9 de Julio Reservado Gran Campeón, fusionando varios ritmos con fuertes aires de candombe y canción. Los porteños de Federacion Afrancesada de Fonk se cuelan a bailar en el medio del set, y media hora más tarde ofrecen funky y baile desacatado, coronado con la presencia de Pablo Wehbe de Aztecas Tupro para el medley de covers “Funky (Charly)/Perra (Viejas Locas)/DeBeDe (Sumo)”.

En el escenario cerrado el calor es agobiante: Cliptomacos lucha contra algún que otro desperfecto de sonido que no les impide cerrar un correcto show. Todos en cuero, los corpulentos muchachos de Los Calmantes rockean de lo lindo y demuelen a todo aquel que se asoma, o que justo pasaba a comprarse un fernet, una birra o un chori. Uno de los mejores sets de la noche sin dudas.

La calle está repleta de gente que hasta ahora miraba expectante, atenta y agradeciendo la música con aplausos. Entre payasos y niños jugando con aros y pelotas, Aztecas Tupro arremete con cuarenta minutos efervescentes y las sillas empiezan a ser dejadas de lado entre saltos, bailes al ritmo del rock, el ska y el reggae. Varios cantan “Los cuatro elementos” y en “Tallo” todos corean el final del estribillo que reza aquello de que “yo me la voy a bancar”.

Ya pasada la una de la madrugada, los tucumanos de Karma Sudaca, locales en Quiroga gracias a sus constantes visitas, impregnan la noche de hard rock y mucho pogo. La voz de Tony Molteni regala calidad mientras el poder de las canciones agitan y acompañan incansablemente. A su término, llega el bloque de temas conocidos, gracias a Edu Schmidt, quien si bien toca algunas canciones de sus discos solistas, ofrece perlas de su exbanda Árbol (sí, esa que prometía ser de lo mejor de la década de 2000 y luego se esfumó sin dejar rastro): “Pequeños sueños”, “La vida”, “Cosa cuosa” (con Infierno 18 de invitados), “El fantasma”, entre otras, para que canten tanto la abuela que lucha para no quedarse dormida como el joven que salta sin parar y transpira en el medio del campo.

El final llega justamente con el new punk (?) de Infierno 18, banda que había visitado el festival en viejas ediciones. Ya a esta altura, varios se van a dormir, pero la mayoría aguanta y se queda disfrutando de una noche que hace mucho no se daba en el pueblo. Los jóvenes que agitan ahora son mayoría. De a poco se va acabando la bebida. El fernet no da abasto pero la cerveza sigue fría. El chori, por su parte, se hace amigo de los bajoneros. Pero queda tiempo para una banda más…

Y ellos son los anfitriones, los que hicieron posible todo lo que estuvimos contando. A pulmón, con pocos recursos y ningún mega sponsor acompañando. Tan solo el empuje constante y la onda de las bandas que se acercaron desinteresadamente a apoyar la movida. La postal entonces que ofrece el pueblo de Facundo Quiroga es ideal: un amanecer rosado detrás del show de Jaqueca, los locales que rockean para todos los que aguantaron hasta el final. Y para coronar, todas las bandas se suben a cantar  “Salpica el barro”, última canción del festival.

La calma llega rápidamente. Las caras de los protagonistas son de cansancio pero también de felicidad, de satisfacción y de tener la certeza de que todo valió la pena. Los músicos locales, organizadores del evento, levantan sillas y limpian. Los músicos y periodistas porteños se vuelven al caluroso micro que los devolverá a la metrópoli. Durante un día no necesitaron las luces ni los lujos de la ciudad.