Compost para la vida

Cielo Razzo, la banda en sí, es una amiga silenciosa. Pero una amiga a fin de cuentas, y una importante. Ella me acompaña, me vio crecer, como yo también a ella. Atravesamos muchas etapas, muchísimas. En este momento, resulta inevitable no recordar como la conocí. Creo que era segundo año del polimodal (en el viejo plan de estudios de la Ley Federal de Educación del Menemato), y estábamos celebrando un día del amigo en Santa Rosa, La Pampa. Tuvimos que poner la radio, porque la compu estaba lejos del quincho. En la Santa Rosa de aquel momento había muy pocas opciones radiales para los que nos encontrábamos en un proceso de búsqueda ligada a un escenario rockero.

Recuerdo, también, que por aquel tiempo era una suerte de admirador empedernido de Los Piojos, sesgado completamente por las líricas de Ciro. Para ser más claro: repetía frente a mis amigos, o ante mis padres, ante las minas, o lo que sea, lo que decía Ciro en sus canciones. Era, sin dudas, mi referente ideológico y “político”; mi carta de presentación frente al universo adolescente santarroseño de 2005.

Había una particularidad en aquella tarde llanurosa: éramos dos nomás. El Enano, evidentemente, fue el único que se sintió atraído por mi propuesta de encerrarnos a escuchar música (la radio) y compartir unas birritas. La cosa es que estábamos ahí, mano a mano, e inmiscuidos completamente en la dinámica que propone el rock cuando uno es un pendejo. Pusimos, casi obligadamente, la Siento Rock, que era una radio con muy bajo presupuesto pero que tenía gente copada haciendo los programas. El Enano, que era fanático enfermo de Los Redondos, ya me había dicho que había un tema  que estaba rotando en la radio que, según él, me iba a gustar. “De la onda de Los Piojos”, decía. Dicho y hecho. En una vuelta empezó a sonar “Estrella”, de unos tipos que se hacían llamar Cielo Razzo, y la verdad que me gustó. Me gustó la melodía, me gustó el sonido y me gustó la letra.

Me resulta raro pensar, ocho años después, todo lo que me atrapó de ese tema. Repasando la carrera de la banda, puedo decir que “Estrella” no tiene nada que hacer al lado de otras grandes canciones que han surgido posteriormente; pero lo que también puedo decir es que sin lugar a dudas detecté, con mi juventud a cuestas, que ahí había un suelo fértil. Que había una potencialidad latente de progreso musical bien entendido. Supieron alejarse, y con creces, del estigma de “sonar parecido a”. Está claro que a ese suelo sólo le faltaba un poco de cómpost. Qué paradoja que, tres discos más tarde, decidieran utilizar ese nombre para una de sus placas.

A partir de “Estrella”, vino la adquisición de Código de Barras (2003) en la disquería de la ciudad. Y vino, Marea (2005) mediante, mi primer recital en vivo. En Capital. Viajar solo por primera vez desde Santa Rosa. El primer Obras de la banda. Una bomba molotov de adrenalina y libertad. Lo tengo grabado a fuego en mis retinas. Y en mi alma, por ponerle algún nombre a lo que no lo tiene. Además, si se me escapa algo, recurro al DVD y santo remedio. Ah, porque encima de ese recital salió “Audiografía”, el primer DVD de Cielo. Y yo estuve ahí. Estuve ahí con mis 17 años, mi pelo largo y mis zapatillas de lona. Y ahora también estoy. Con mis 24 años, mi pelo corto y mis zapatillas made in Indonesia.

Es imposible sentirse del mismo modo en que uno se sintió cuando disfrutó mucho algo por primera vez, pero por momentos siento que me vuelve a crecer el pelo y cierro los ojos y me transporto. A ellos les pasa lo mismo.