Los Gardelitos: Agua para la sed

¿Cuántas cosas buenas pueden pasar en una noche de calor agobiante en un lugar sin ventilador ni aire acondicionado?

Sábado 28 de diciembre. Buenos Aires es una caldera. En todo sentido. Por la avenida Rivadavia, las calles cortadas por vecinos sin luz. Los termómetros marcan más de 30 grados de calor. En el Teatro de Flores, la sensación térmica debe superar los 40°. Paradójicamente, la cerveza fría se vende como pan caliente para combatir el calor. Se escucha de fondo cantar a Gardel, y se abre el telón. En el escenario, tres muchachos. De traje. Atrás de ellos, alguna calle porteña hace de escenografía. Parece una milonga, pero no lo es. Parece un grupo de tango, pero tampoco lo es. Esos tres muchachos tienen una banda de rock. Y del bueno. Esos tres muchachos son Los Gardelitos.

La noche arranca linda con “Puño y letra”. Cinco minutos después, un porcentaje cercano a la mitad del público está sin remera. El calor aumenta todavía más cuando suenan los primeros acordes de “Gardeliando” y no hay alma que se quede sin saltar ni agitar sus brazos. Luego llega “No puedo parar mi moto” para calmar un poco las gargantas. “No necesito las luces, ni los lujos de la ciudad…” reza la letra de “Los querandíes”, quizás una de las canciones más emotivas de la banda del Bajo Flores, y a más de uno le dan ganas de alejarse de los edificios, las bocinas y los quilombos de la rutina.

“Y fueron pocos explotando a muchos, y en eso basaron la civilización…” Además de sonar de lujo, Los gardeles no son solo música, sus letras son tan contundentes que resumen verdades en tan solo una frase. Antes de “Dueños del poder”, la televisión nuestra de cada día recibió su crítica con “Novelas mexicanas”, para dar lugar a dos grandes clásicos como los son “Cobarde para amar” y “Amando a mi guitarra.”

Cuando llega el momento de “Llamame”, Flores ya es una fiesta total que baila al ritmo de la guitarra, el bajo y la batería de los muchachos de traje. “El último hombre del bar” es la antesala de tal vez el mejor momento de la noche: “América del sur” a esta altura debería ser un himno del continente, o algo parecido. Después, Eli (voz y guitarra) invita al escenario a los chicos de la agrupación No Nos Cuenten Cromañon, tema al que el cantante haría referencia en varios pasajes del show, a dos días de otro aniversario de una fecha tan dolorosa.

Ya llegando al final, “Nadie cree en mi canción” vuelve a traer la emoción a Flores, seguida por un temazo: “Comandante Marcos”. Y como si fuera poco, por si algún inconformista, de esos que siempre hay, estuviera rondando por Rivadavia al 7800, antes de cerrarse el telón, “Anabel” y “Mezcla rara.” Se prenden las luces y la gente sale a la calle en busca de aire y algo más para tomar. Los muchachos de traje a esta altura ya deben estar refrescándose también, después de haber dado un recital, perdonando la expresión, de puta madre.

¿Cuántas cosas buenas pueden pasar en una noche de calor agobiante en un lugar sin ventilador ni aire acondicionado? Por lo visto, muchas. ¿Y todavía quieren más?

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