El pibe de campera de cuero y jopo encerado abrazaba a su flequillona con tacos. Al lado, dos barbudos de pelos alborotados y remeras de alguna marca pseudoskater buscaban impresionar a una chica describiendo destinos exóticos que aseguraban haber recorrido en estos últimos meses. La flaca, que lucía un vestido estampado con frutas tropicales caricaturizadas y el flequillo característico de la generación post Amelie, se interesaba más en el sorbete que adornaba su trago que en las historias que le contaban.
Alrededor de los viajeros otros fumaban, escabiaban. Algunos rostros se iluminaban por el resplandor de las pantallas de celulares. Dos factores confluían en la construcción de un denominador común de la mayoría de los presentes: El esfuerzo por ser cool y las ganas de a ver a Los Espíritus.
El telón se abrió mientras un proyector repetía de manera hipnótica el rostro de la mujer que protagoniza la tapa de su último disco. Los sonidos psicodélicos que provenían de las guitarras de Maxi Prietto y Miguel Mactas le daban la bienvenida al público que tímidamente comenzó a bailar con “Mares”, “Alto valle” y “Los desamparados”, aunque algunos continuaban en la suya.
La interacción de la banda con la los presentes fue mínima, casi no se habló entre canción y canción. Los Espíritus eligieron comunicarse a través de su música. Por momentos entraban en trance, a una dimensión con la que no todos lograron conectar. El hilo que ofrece la banda para que se los pueda seguir es delgado, es como una voz que ayuda a los viajeros astrales que se pierden en las sombras y no encuentran como volver a sus cuerpos. Muchos quedaron a mitad de camino atascados en charlas que poco tenían que ver con lo que pasaba en el escenario, o en el brillo de la pantalla de algún smartphone que les facilite ver las novedades que acontecían en alguna red social. Los que escucharon esa voz, y no se perdieron en alguna estación, disfrutaron, bailaron y cantaron cuando sonaron “Mina de huesos”, “Perro viejo”, y “El gato”.
El calor era intenso, la cerveza y el mojito corría por el lugar. El pibe del jopo se resistía a quitarse su campera de cuero a pensar que su frente era invadida por gotas de sudor. Un poco más adelante la chica del vestido frutal se perdía en la música, poco le importaba si los dos pibes habían llegado a Machu Picchu a píe o en realidad se tomaron el 60.
El bajo de Martin Ferbat se destaca en la base rítmica que se completa con Pipe Correa en batería y Fer Barrey en percusión. La voz de Santi Moraes tuvo su momento estelar cuando contó la triste historia de “Negro Chico”.
La noche en Niceto varió en intensidad, por momentos amagaba a ser una gran pista de baile, pero pocos eran los que continuaban moviéndose. De a ratos el público se quedaba expectante, en otros todos unían sus voces como en una especia de mantra, tal como sucedió con “La crecida” y “Vamos a la luna”.
“Lo echaron del bar” fue recibida con aplausos y baile por todos, seguida por “Noches de verano” que fue la encargada de cerrar el show, y así algunos pudieron volver a sus cuerpos.
El viaje que ofrecen Los Espíritus había llegado a su fin, y el pibe de la campera casi vence, pero el calor fue más fuerte y tuvo que mostrarle al mundo la camisa floreada que llevaba debajo de su cobertura de cuero marrón. Los barbudos al parecer no fueron lo suficientemente interesantes para la chica con el vestido frutal que se perdió entre aquellos que revisaban sus celulares, o apuraban sus tragos antes de salir.
FOTOS: Melina Aiello.