Los Gardelitos: Rock de puño y letra

En tiempos donde la política, por razones obvias, ocupa mucho espacio en los medios, presenciamos cómo oficialistas y opositores discuten sobre cultura. En esa disputa observamos —por tomar solo un ejemplo— al director del Teatro Colón, Darío Lopérfido, destacar que en su gestión la ópera o el ballet no son elitistas, y desprecia por patética la visión populista que tienen sus adversarios sobre la cultura. Pero la realidad tiene diversas caras a las que mirar.

Era el cumpleaños número 199 de la Patria, y el sol, que fue escaso durante el día, daba paso a la noche. El humo de los choris, el tintineo de las birras que se acumulaban en los cordones de la vereda, las banderas y los cantitos de la tribu reunida en la esquina de Tronador y Gutenberg eran el adelanto de fiesta que estaba por empezar. Dentro del estadio Malvinas Argentinas, Nagual entregaba su poderoso show, para hacer más corta la espera por el plato principal.

Los Gardelitos volvían a Capital y allí estaba su tribu, la que proviene de las villas y los suburbios. La que no respeta más autoridad que la que proviene de la amistad. La que no lee La Nación y por supuesto está muy lejos del Teatro Colón. Allí estaban miles de desclasados para ser parte de la liturgia que combina faso, escabio, banderas y rock and roll.

Siendo el festejo de nuestra independencia el show no podía sino comenzar con las estrofas del himno nacional. Pocas cosas son más emocionantes que miles de personas cantando la canción patria, con alegría, a grito pelado y futbolero. Descarga visceral que incluyó un pogo descontrolado y general. Con el público en ese estado, Los Gardelitos salieron a hacer lo suyo. Luego de la intro, empezó “Puño y Letra” y con ella la primera sorpresa. Una orquesta de cuerdas de doce integrantes aportaba épica tanguera, mientras una pareja ganaba el escenario y repartía pasos entre los músicos. De riguroso saco y funyi negro, Los Gardelitos llevaron adelante su espectáculo de rock manija, como gritaba un desquiciado que saltaba sin parar. Las banderas se agitaban sin detenerse, entre canciones de todos los discos pero en especial de Ciudad Oculta (2014), su más reciente trabajo, y el primer que intercala constantemente canciones de la autoría de Korneta y de su hijo Eli Suárez.

La identificación barrial no es eludida y la lista es larguísima: Pontevedra, Retiro, Lanús, Glew, Abasto, Alejandro Korn, Liniers, Adrogué, Grand Bourg, Flores, Chacarita y por supuesto la república de Mataderos. Una excusa para la ovación y para dar comienzo a “Gardeliando”. Eli Suárez, cantante y guitarrista, no paraba de agradecer. Sus compañeros se dieron el gusto de invitar a sus padres a compartir escenario. Compartieron un par de canciones. La emoción fue protagonista y el recuerdo de Korneta sobrevolaba el estadio.

“Anabel”, “Pajaro y Campana”, “Los Querandíes” fueron parte de este hermoso descontrol al que no le importa que pasará mañana.

Así es el rock que no llega a las revistas, ni a las radios. Ese que es por elección independiente y under tuvo su fiesta, siempre cerca del borde y lejos de las discusiones de aquellos que sistemáticamente se olvidan de ellos. Esta fue otra cara de las tantas que tiene la realidad.

 

Foto: Sergio Mussini.

 

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