El Teatro de Flores es un excelente lugar para caer temprano y sacar instantáneas de a ratitos que retraten como, poco a poco, se va colmando. Desde los asientos para los entrados en años, en una de las paredes laterales del campo, se tiene una magnifica visual de toda la escena. Cuando fueron las 21 no quedaba espacio sin gente, uno a uno se disponían a llenar de adelante para atrás la capacidad del local. El Equilibrio entre los Opuestos estaba a punto de empezar a rodar, la presentación de un nuevo disco de una banda que viene derechito, peldaño a peldaño, haciendo mella en la escena del nuevo (y no tanto) rock nuestro.
Dos individuos.
Uno, ronda el cuarto de siglo, la barba le esconde la jeta y si bien se siente lejos de la madurez en varios aspectos, el ciático y sus diversas obligaciones semanales, no le permiten dos horas de pogo continuas como antes. Por varios años había perdido contacto con la piñata, que fuera una de sus bandas preferidas de la escena de su ciudad, allá promediando la década dosmilosa. Por arte y acción de la casualidad, volvió a encontrarlos en su camino hace unos años en una playa de la costa argentina.
El segundo sujeto tiene unos diez años menos, su rostro sufre de acné juvenil y no conoce otro lugar en un recital que no sea el quilombo del campo. Sus padres ya no retienen los nombres de la cantidad de bandas que va a ver religiosamente todos los fines de semana. Su historia con De La Gran Piñata está en su cúspide de euforia. Habrá escuchado unas 30 veces de pe a pa El Equilibrio… y tachó cual preso los días para llegar a este 16 de Mayo.
Los dos, a unos escasos metros de distancia, se miran y cómplices asienten. Alejandro Zenobi con un fill furioso de bata arranca la noche con “Tu can”, una patada en la mandíbula que casualmente abre el disco a presentar. Habían acordado nuestros personajes que era la mejor opción para empezar el show, en esas apuestas que se gestan en los minutos previos a este. El más antiguo de los dos recordaba y juraba al otro que una vez en La Casona del Arte, un reducto que cree ya no existe frente a la estación de trenes de Berazategui, habían arrancado la lista con una versión rockera de “Susanita tiene un ratón”. El más pibe se cagó de risa, pero en el fondo hubiera querido saber cómo fue eso.
El primer bloque de doce canciones tuvo, además de la ya mencionada canción de apertura, un solo estreno, “A dónde se nos fue el sol?”, una balada rockera con tremendos climas, donde la rasposa voz de Darío “Pantera” Giuliano toca la cuerda más tierna del disco. Sonaron “Ícaro” y “De Bar en Peor”, también del nuevo disco, pero que habían formado parte del adelanto de tres temas Canciones para los impacientes. De los viejitos “Puta”, “Introspectivo”, “Borracho”, “Sonrisa”, “Canción de Cuna” y “Despertador”. Cerró el bloque “La Historia de la Mosca y la Araña”, una perlita bien viejita que no clasificó para el primer disco Miércoles (2010) (al demo Under no lo contamos) y entró en Viaje al centro de uno mismo (2012).
El pibito se queda coreando “que lindas uñas che, pronto serás un gran león”, mientras la banda anunciaba un intervalo. Asombrado ve pasar a su lado al mayor, que había desatado ese quinceañero interno por dos temas. Recuerda el último, cual abuelo contador de fábulas, como habían cerrado con La Historia… una vez allá por el 2007 un recital en Zadar de Wilde: “¡si hasta salí en una foto en el fotolog de la banda!”. El de quince ya lo mira de reojo, “¡Fotolog, que antigüedad!”. Se contenta al pensar que está viendo el mejor momento de la banda a su entender. Dos teatro Vorterix al taco, las dos Trastiendas que sirvieron para la grabación del disco Miércoles en vivo (2014), las giras por el interior donde la descosieron en Pugliese de Rosario, el Teatro Bar de La Plata, etc. etc. etc.
Para el retorno, Pantera interpreta en solitario la acústica “Norte”, el ritual del campo sentado y la emoción a flor de piel para el momento más emotivo de la noche. De aquí en adelante todo fue estrenos, sacando “Montaña Rusa” y “Escalofríos”, sonaron todos los temas del nuevo disco que faltaban debutar. Quizás en una apuesta algo arriesgada, casi una decena de temas nuevos fueron elegidos para cerrar el show, cosa que poco le importó a los piñateros que agitaron y cantaron cada uno de ellos al igual que los clásicos. Se destacan “Réquiem”, donde el bajo de Nicolás Persig revienta con polenta en el pecho de los presentes en tal vez el tema más oscuro de la banda, y “Los asuntos del miedo”, un verdadero temazo que tiene todas las fichas para convertirse en esas canciones caballito de batalla, con un estribo de esos que erizan la piel.
El de veinticinco mira al de quince y ambos asienten por segunda vez en la noche. Si bien al primero de estos le hubiera gustado un poco más de viejazos como Anguilita o El postrecito, sabe entender la ocasión y celebra que sea así. Lo viejo y lo nuevo encuentran su equilibrio en el nuevo disco de DLGP, y este equilibrio es el que hace posible la historia que se ha expuesto entre el veinteañero y el quinceañero. La banda encuentra su punto de maduración exacto con esta nueva apuesta, luego de más de diez años de mucho trabajo, remándola parejo y viendo poco a poco los grandes frutos de estos años pasados. La misma persona que allá por su adolescencia se sintió atrapado por la apuesta musical y el contenido poético de una banda que un amigo de un amigo vio en algún rincón del conurbano, hoy se encuentra reflejada en cualquiera de los tantos pibes que colman el campo en cada uno de los shows. De La Gran Piñata disfruta un presente de equilibrio entre trabajo y recompensa, y tanto el pibito, como el pibe que en realidad fue y es aquel pibito, agradecen que así sea.
FOTOS: Lucía Belén Capón.
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