Hace tiempo que los argentinos están enamorados de dos bandas uruguayas: No Te Va Gustar y La Vela Puerca. Dos bandas que se alimentan con una dieta que es, para quien escribe, austera, pero que para muchos oídos es efectiva: canciones cargadas de vientos; canciones que cuando saben que algo puede llegar a fallar te pelan el estribillo típico de la escuela Calamaro. Por otro lado, muchas veces la gente pone la radio para escuchar música y la caga, como la caga el que se compra el libro del escritor que ganó el último premio de literatura. Pero Uruguay no tiene, ni tuvo, por suerte, solo dos bandas; Uruguay también supo dar personas como el señor Pedro Dalton: una mezcla de Tom Waits y Shaun McGowan rioplatense.
Con solo mirar a Dalton a la cara uno se lo puede imaginar sentando en un bar de acá, en Once, justo ahí en la última mesa que siempre está pegada al baño –la típica mesa que tiene como plus ese olor tibio a meo cargado de alcohol que se filtra sin pedir permiso por la nariz– escribiendo y mirando toda la fauna divertirse, como un espectador que en cualquier momento salta, y tranquilamente, termina formando parte de la escena; como un amo de resacas, surfeando avalanchas, ¡dandy border!, dandy dominó.
Desde sus comienzos, a principios de los 90’, con la banda Buenos Muchachos, se notaba que a Pedro le gustaba lastimar con la música, le gusta expresar, y no cantar, sino más bien “vomitar”. Los buenos muchachos de Dalton, con la compañía de gente como Los Estómagos y Los Chicos Eléctricos”, formaron en Uruguay ese núcleo de rock que hoy está casi extinto, un rock que no buscaba generar empatía ni formar parte de la lógica del mercado. En síntesis: cumplían con la antigua premisa del buen rock: caer mal de entrada, provocar algo.
Dalton, en vivo, parece el Nick Cave de Birthday Party, y por momentos un oscuro y acústico Mark Lanegan de la época solista de The Winding Sheet. ¡Pero ojo! no hay que quedarse solo con esta imagen del cantante Uruguayo, porque también sabe parar la pelota y buscarse un tiempito, dentro de la vorágine, para pintar, actuar –se lo puede ver en Los Enemigos del Dolor– y escribir poemas –tiene un par de libros muy dignos–. En algún punto, parece que Pedro Dalton, siente y piensa lo mismo que sentía y pensaba Soren Kierkegaan cuando este último decía que la vida no era un problema que tenía que ser resuelto, sino una realidad que debía ser experimentada.
Hoy, Dalton, no para, y armó un nuevo proyecto musical, Chillan las Bestias, una banda que tiene la misma furia que Buenos Muchachos, las mismas ganas de molestar y escupir, pero con un plus de cuero curtido que tensa y hace vibrar todo el costillar al primer tema.
“Soy un caprichoso usador de palabras, no un poeta. Esa es la verdad”, dijo Dylan Thomas mientras se cargaba el vaso, y eso es Dalton: un caprichoso que dispara palabras y le importa un carajo donde rebotan.
Sugerencia: escuchen Buenos Muchachos, escuchen Chillan las Bestias; escuchen, por favor, y lean a Pedro Dalton.
FOTOS extraídas de la visita de Buenos Muchachos a ABdT Radio el 20 de septiebre de 2007.