Bersuit Vergarabat presentó su nuevo disco de estudio El Baile Interior, en un festejadísimo Luna Park que consolidó a una banda que a varios años de volver a las pistas sin su cantante principal, se fortalece como un conjunto de siete cabezas unidas, iguales y horizontales, que se imponen a través de su fuerte peso propio.
Dani Suárez no puede contener las ganas. Saluda con sinceras palabras antes de que suene algún acorde. “Huayno 14” inaugura una velada en la que el excorista y actual cantante regalará un sentido homenaje a Gustavo Cerati con “Té para tres” promediando el concierto. Elige las palabras que todos quieren oír antes de cantar “Cuatro vientos” y nos incluye a los presentes en su familia. El final lo encuentra feliz, sabiendo que cumple con creces el nuevo rol de frontman, mochila gigante que pesa cada vez menos en la espalda de cada bersuitero. Los agradecimientos son eternos y recíprocos. “Gracias por volver” se escucha constantemente desde todos los sectores del Luna Park. El baile del agradecido.
Juan Subirá es el alma compositiva de un grupo de grandes autores en inspiración constante. De su pluma brillan en la noche joyas oscuras de Hijos del Culo (2000) como “Veneno de humanidad” y “Desconexión sideral” (Ray Bradbury presente), o historias que lo tienen como protagonista en “Canción de Juan” (“esa galletita tenía algo más”, recuerda Dani) y “El viejo de arriba” (cuidado con los malos vecinos). Su momento de la noche es a la hora de cantar “La próxima curda” en un escenario convertido en tanguería de las épocas de oro. Presente el dueño del Guebara Bar, o “el cubículo del infierno”, Subirá homenajea al segundo hogar de la banda. El baile de la oscuridad.
Oski Righi tiene la veta de productor a flor de piel. Desde la furia de su guitarra hace explotar el Luna a pura distorsión en “Mariscal Tito”, y minutos después desata el solo de la gran versión que ejecutan de “El tiempo no para”, del fallecido cantante brasilero Cazuza. Junto al bajista Pepe Céspedes tuvo en los últimos trabajos discográficos la ardua tarea de apaciguar a través de la producción artística a la maquinaria animal de fábrica de canciones que es Bersuit Vergarabat. El baile de la productividad.
Cóndor Sbarbatti es el otro que pone el cuerpo y la voz en el medio del escenario. Sus cuerdas vocales son más interminables que sus infinitas rastas y se lucen en “Perro amor explota”, tema que cierra el bloque tanguero y que abre el tramo de ebullición y frenesí en el mítico estadio. Entre ficticios diarieros que recuerdan a la peor calaña de la historia política del país en “La argentidad al palo” pide un descanso y lanza: “Dios es argentino… y el Papa también”. El baile de la voz.
Carlos Martín es el dueño del reloj. Maneja el pulso de principio a fin y brilla su costado percusivo desde muy temprano gracias “A los tambores”. Se para y se emociona cuando alguien del público nombra al Taura Alonso, amigo de la banda fallecido este año, y se escapa de la batería constantemente para sentarse en el cajón en los tantos momentos de la noche en los que la banda baja un cambio. El baile del ritmo.
Pepe Céspedes es bajista y completa el pulso de una base sin fisuras. Pero puede ser todo lo demás que también es y hace: toca la guitarra, canta, compone y produce. En “No te olvides” descolla y durante todo el show parece sobresalir como el director musical de la fiesta bersuitera cuando sube y cuando baja en todos los cambios de clima posibles. El baile de la orquesta.
Tito Verenzuela es la maravilla de la banda (como solía decir constantemente Gustavo Cordera). Verlo bien provoca felicidad tanto en sus compañeros como en un público que corea su nombre una y otra vez. Y vaya que devuelve el saludo: canta la bella canción que es “Ades tiempo” y pide el sombrero para regalar una genial versión tanguera de “Porteño de ley”, que desnuda una letra de arrabal escondida hasta el pasado sábado en una cumbia agitadora. También le hace piantar un lagrimón a más de uno cuando ya en los bises deja su voz para Luis Alberto Spinetta. El baile de la locura.
El Baile Interior también se externaliza. Tres parejas se encargan de ser la escenografía de toda la noche y bailan (muy bien) todo lo que se les cruce por el camino: rock, tango, cumbia, folklore argento, deformidades en “La vida boba” y hasta danzas raras que nadie quiere bailar. Con constantes cambios de vestuario, llegan al punto cúlmine al convertirse en espermatozoides para ser consecuentes con el video de «Me voy».
Nano Campoliete en guitarra y Manuel Uriona en percusión completan las filas del sonido en vivo. Varios invitados suben a decorar la velada: el infaltable Limón García en voz, Lito Vitale en teclados, Ariel Prat en voz (sobre el final suena la canción de su autoría “Al olor del hogar”, esa que emociona hasta al más pulenta), Charly Bianco (antiguo guitarrista del grupo, con su viejo pijama a cuestas), Tripa Bonfiglio en bandoneón, Alejandro Carabello en el bombo de murga y Marcos Rodríguez de Sonora Insurgente dándole voz a una versión medio pachanguera de “Sr. Cobranza”. Las vueltas de la vida: hace ya varios años que Las Manos de Filippi hace una versión en vivo más parecida a la grabada por Bersuit que a su versión de estudio; y el pasado sábado, Bersuit hizo una versión más parecida a la del disco de Las Manos que al propio. ¿Reivindicación mutua?
Como sucede casi siempre, en un show que viaja desde la calma y la sutileza, pidiendo que los deseos salgan y pasando por algún trance hasta llegar a la cachaca y el placer del mambo marginal, el final es emotivo y nostálgico con “El viento trae una copla”. Están todos en el escenario. Se abrazan. Saludan. Vuelve el cántico y es el resumen de lo que siente el público de un grupo de más de 25 años de vida (algunos más mozos que otros) que supo ser la banda de sonido de distintas generaciones de adolescentes disconformes e inquietos. Adultos, jóvenes, niños, todos se juntan y cantan por última vez el tan merecido “gracias por volver”.
FOTOS: Lucía Belén Capón.