Sin presentar ni despedir ningún disco, Massacre repasó su carrera en La Trastienda. Con la misma energía que en aquellos primeros tiempos de ebullición —a fines de los ’80— hacen sentirse menos solos a quienes son hoy como ellos supieron ser.
La primera vez que vi a Massacre en vivo sentí la obligación de pedir permiso al resto para disfrutar como ellos lo hacían. Siendo apenas una principiante en ese mundo, era casi inverosímil que la pasión que transmite Walas desde arriba de un escenario llegara de esa manera: directa, como si te explotara en la cara.
En cada uno de los shows de Massacre nada de lo humano es ajeno: lo emocional y el poner el cuerpo están presentes todo el tiempo en el intercambio entre el público y los músicos. Y lo más interesante, es que todo sucede entre canciones que hablan sobre divorcios y patologías y un mosh incesante, en loop, que vuelve a la situación un poco más caótica. O un poco más humana. O un poco más real.
Alrededor de las canciones de esta banda hay un aura de cotidianeidad que las vuelve acogedoras, que las convierte en un lugar seguro en el que dejar la mochila, sacarse el peso de encima y quedarse con uno mismo. Porque basta con escuchar el “¿Qué sería de los Clash sin Buenos Aires, donde nacías vos?” o “Vendí mi uniforme, más gratis que el otro. No entiendo a mi novia, no arranca mi walkman” para saber exactamente cómo se siente eso de ser un poco inestable psíquicamente, otro poco incomprendido (o creérselo) y haber nacido con la rebeldía de estas latitudes.
Una madrugada, en El Teatro de Flores y con ese aire de que los anuncios importantes también se pueden dar en calzas, Wallas sentenció: “Los hijos de padres separados le decimos SÍ a la inseguridad”. Nada que un “hijo de padre separados” no haya pensado antes, aunque quizá no lo haya exteriorizado con tanta seguridad y tanto carisma a la vez. Massacre tiene mucho de eso: en una época en la que las canciones hablan de ecología y vegetarianismo o de problemas abstractos, intangibles, de esos que existen únicamente muy lejos de nuestra realidad material; ellos se inclinan por los conflictos que nos atraviesan a todos total o parcialmente. Los conflictos que nos hacen, otra vez, ser más humanos. Más reales.
El sábado Massacre tocó en La Trastienda y desplegó todo el potencial de su música emocional. La lista —que repasó prácticamente toda su carrera— comenzó con canciones que vienen de muy lejos: los ’90 no partícipes del menemismo. El eclecticismo coherente empezó con “Sembrar, sembrar” (Juguetes para olvidar, 1996), “Querida Eugenia” (12 nuevas patologías, 2003), “Llena de fe” (Aerial, 1998) y el track inmenso de su primer LP, “Nuevo día” (Sol lucet ómnibus, 1992).. El show tuvo muestras altísimas de lo que es la identidad Massacre como “El alma en la barca”, “Cuasi delictual”, “Juicio a un bailarín” y “Ana”; y los bises “Plan B: Anhelo de satisfacción”, “Tres paredes”, “Mi mami no lo hará” y “Violence”. Con canciones de toda su carrera y el espíritu salvaje de los ’80 custodiándolo todo, Massacre demostró —una vez más— por qué es una banda para acompañar la vida.
FOTOS: Lucía Belén Capón.