Los Pérez García: Ser simple

La Trastienda se parece a una kermesse familiar. Hay personas de pelo blanco, hay jóvenes agrupados, hay menores en los hombros de sus padres. Hay remeras de colores y la exaltación de volver a ver a Los Pérez García en Capital. Está la guardia vieja y la nueva. El piso esta húmedo. El rocío de un nuevo disco riega la sala. Con soltura las pipas se condimentan. El telón abierto. Los instrumentos lubricados. Los aplausos en el aire. Luz sobre las tablas. Hay show y hay banda. Beto Olguín tiene una barba que da cuenta que no se afeita hace más de tres días. Anteojos y chaqueta de cuero. Este año cumplen veinte pirulos y en agosto presentan oficialmente No se lo cuentes a nadie (2014). Antes del primer tema, Beto saluda y agradece al público por el aguante.

Los Pérez García son sencillos. Y por algo se llaman así. Esa es su virtud. No querer ser novedosos en un género que ya ha hecho de todo. Contar historias a través de una poesía barrial, es su medio. Disponen de una prolijidad absoluta en la composición de acordes y no se preocupan mucho por su estética. Su fuerza radica en la honestidad de sus letras. Esas que intentan reconciliar al ser humano con las cuestiones más primarias. Se refugian en los brindis con amigos, en hacer sobre todas las cosas y en encontrar porciones intensas en lo cotidiano. No posan. No levantan la bandera del típico estereotipo “rockerito fuma faso”. Ni tampoco discriminan lugares. Pueden tocar en un bar de San Justo como en Vorterix. Se los nota sólidos, sin contradicciones. Se dice que ocuparon el puesto vacante que dejaron los Caballeros de la Quema. De hecho, el productor de sus últimos cd’s fue Martin Méndez, ex guitarrista de la banda liderada por Iván Noble. Y la comparación es certera. Tienen un estilo y una poesía análoga.

Las zapatillas de muchos ya están pisadas pero la ansiedad por el verdadero pogo no baja. Están todos encerrados en una misma remera transpirada. Son una masa desigual que espera escuchar las canciones que fueron a buscar. Y esa furia se desata con “Magdalena”. La intro la canta entera solamente el público. Luego nadie puede mantener la mirada fija. Siguió “Miró” y Beto se bajó del escenario para saltar y cantar el estribillo a la par de los pibes: “Saltemos y no olvidemos que acá venimos solo de paso”. Durante diez minutos y de manera ininterrumpida estaban todos bajo el mismo mambo. La armónica anuncia que comienza “A callejear” y el agua se revolvió de nuevo. En esa convivencia La Trastienda tuvo pico de rating.

Rescataron canciones de Asuntos de familia (2009) y La mesa está servida (2011). Para fortalecer esa comunión familiar que manifiestan, por el escenario pasaron ex integrantes e invitados. Son una familia que no sufre del nido vacío. Bancan la independencia. La remera de Beto es blanca con un logo rojo en el centro: “Orquesta Fernandez Fierro”, dice la estampa. Cerca del final, Beto pita un cigarrillo y le da un beso en la mejilla a Mingo, el bajista. Con él se conocen desde la infancia y juntos prendieron la mecha para formar la banda en 1994. Cuando cantan “A los tumbos” se miran y se ríen, como si recordaran todo el camino recorrido.

“Todo eso que nos queda” y “Sigue la noche” son las últimas dos canciones y cierran la celebración. El ánimo es el mismo que el del comienzo. Exaltación. Afuera hace un frío búlgaro. Los abrigos salen de las carteras y mochilas. La gente se disemina. En el aire, la sensación de que la libertad se parece a ese momento que cerras los ojos y asomas la nariz.

 

FOTO: Gentileza Los Pérez García.

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