“¿Sabés?, me estoy sintiendo mal. Y doy mil vueltas sin girar, el sol, calienta sin quemar. Tal vez hoy deje este lugar. Creo que estoy tocando fondo, de mis actos no respondo. Se desdibuja mi sonrisa, la angustia hoy me marchita”. Eso cantaba Ricky Espinosa en su tema “Ahogado en alcohol”. Eso sonaba muy sincero cuando veíamos al líder de Flema arriba del escenario, abrazado a una birra, o tirando vino. Se completaba el combo con temas como “Vamos a fumar”, y no faltaba el porro arriba del escenario.
Si bien la escena punk argentina jamás estuvo poblada de abstemios, la temática recurrente de los vicios la introdujo Flema. Ni 2 minutos menciona tanto a la cerveza, como Ricky a la marihuana, la cocaína o la droga que fuera. Desde esa aparición, de la mano de Flema, muchísima bandas se fueron sumando a la propuesta, sin siquiera modificarla un poco, matizarla, o profundizarla, aunque otro muerto nos provea.
El público del under punk argentino recibió este mensaje de la peor manera, lo celebró hasta el agotamiento, lo multiplicó hasta bastardearlo. El “Efecto Flema” volvió casi imposible la tarea de ir a un recital y no cruzarte con una banda que en lugar de dedicarse a tocar, se la pase escabiando con los instrumentos colgando. Nos acostumbramos a pagar entradas para ver a músicos que simulan la escena de un bar. Bandas que por el micrófono se quejan por la falta de bebidas arriba del escenario, y no por el sonido horrible con el que tienen que tocar.
¿Por qué Flema para muchos podría ser la mejor banda punk argentina de todos los tiempos, y a todas estas bandas que imitan ese estilo no las va a ver nadie? Tenemos Alerta Roja, Los Violadores, Attaque 77, Flema, 2 minutos, ¿y qué más? ¿qué vino después? ¿Por qué cuesta tanto creer que puede salir una banda nueva, una propuesta diferente?
El punk, víctima del Efecto Flema, tiene muy pocas chances de encontrar una banda que marque con simbolismo positivo otra etapa del punk nacional. El Efecto Flema nos freezó en un compartimento estanco, del que no se avizora el modo de salir. El aspecto vanguardista del género se perdió, su público se asemeja al de otros estilos. Y aunque no haya estadísticas al respecto, me la juego en afirmar que el punk rock es el género musical que menos gente convoca. No vale la pena aclarar nombres, pero dejo de lado a esas bandas que nacieron en esta escena y hoy no tienen argumentos para considerarse dentro, sea por caretas o por parecerse tanto a esos modelitos rockeros que tan bien se comercializan en las vidrieras de los locales de moda.
Hoy la resaca del punk de los noventa nos devuelve agrupaciones consumidas, que se juntan con la imposible misión de llenar un teatro. Solas, no superan los ciento cincuenta espectadores. Escasas son las bandas punks que superan las quinientas personas en sus shows, y bien lejos quedan en cifras de los estadio Obras de Los Violadores, de los de Attaque 77, o sin analizar números, de marcar a fuego la escena como lo hicieron Alerta Roja o Flema. Estos últimos fueron quienes le bajaron el telón a esa tradición fugaz del punk, la de llegar, romper y desaparecer. Desde la muerte de Ricky para delante el punk se debate entre firmar con un sello y pegar el “salto”, siendo infiel artísticamente al público que los vio nacer, o morir en el Efecto Flema, abrazados a una birra, fumándose un porro arriba del escenario, con el instrumento bien desafinado y el público sin cuestionar absolutamente nada, destruyéndose a la par.
NOTA PUBLICADA ORIGINALMENTE EL 6 DE SEPTIEMBRE DE 2013.