En marzo de 2018 empecé a ir a distintos recitales del circuito independiente/alternativo. Unos meses después, en junio, fui a dos recitales de Rosario Bléfari en un lapso de 15 días. La conocía de nombre, pero nunca la había escuchado. Me fui del primer show con una imagen muy potente: un grupo de rock (con algo de punk) liderado por una mujer que tenía una voz cautivante y tocaba con una SG negra.
Después del mazazo que significó la noticia de su partida, volví a recordar episodios que quedaron impresos en mi memoria de los recitales de Rosario Bléfari: los lugares, la gente, los amigos, los diálogos, la música y el ambiente íntimo. En aquellos momentos escribía sobre ella con una especie de fe ciega. No sé, al escucharla por primera vez, ahí “in situ” algo se me reveló. Había en ella algo bueno, diferente. Algo que valía la pena.
Me sorprendió que esos recitales no fueron en lugares de renombre en CABA, con entradas caras y la capacidad colmada; sino que fueron en el Oeste del Conurbano, en invierno, en sitios semi-cubiertos, chicos y con poca gente. Rosario y su banda salían y la rompían. Había algo más que me atraía: ella era la misma arriba y abajo del escenario. Era una artista que no jugaba a ser “estrella de rock”. Este rasgo será esencial en la concepción artística que ella encarnaba: “El indie, para mí, es hacer canciones como te salgan, de un modo espontáneo, sin buscar que te encajen en ningún estándar y de arreglártelas siempre con los instrumentos que tengas”[1].
“Que se apaguen las luces”
Buscar un recital de Rosario Bléfari me hizo descubrir, de primera mano, la escena alternativa o independiente. Todos los bares, centros culturales, teatros, festivales y otros espacios, en gran medida auto-gestionados, permiten que el público se conozca cara a cara con grupos como Las Ligas Menores, Viva Elástico, 107 Faunos, Los reyes del falsete, Bestia Bebé, Mi amigo invencible, Atrás hay truenos y, aunque ahora en otro nivel, Él mató a un policía motorizado.
Junio de 2018. Dos noches frías en el oeste del conurbano. Primer recital: sábado 2. “Finisterre Social Club”, cervecería legendaria de San Antonio de Padua, a metros de la estación. Entrada: gratis. Segundo: sábado 16. Lugar: “Frida Jaus”, Ituzaingó. Entrada: $120. En los dos casos se trata, literalmente, de casas devenidas en espacios culturales.
En Finisterre no había escenario y tocaban parados en el piso, de frente al público que también estaba de pie. No había distancia entre el grupo y el público, y, en cualquier momento, alguien podía romper la barrera invisible que los separaba. El lugar era chico, pero había bastante gente y un toldo lo hacía “semi-cubierto”: hacía frío y nadie se sacó la campera. Más directo: cuerpos amontonados y calor humano, gritos de la gente cantando, volumen de los instrumentos y, como no, cerveza. Todo salió redondo. Era el otro mundo, anterior a la pandemia.
Quince días después, el invierno dijo “presente» en “Frida Jaus”, todo era de cemento y la estufa no andaba. Mientras esperábamos a que comenzara el recital, recibo un codazo indicando que mirara hacia la barra. Allí, al costado, estaba sentada Rosario con guantes, bufanda, gorro, borceguíes y todo el abrigo que había traído. Nunca se lo sacó. Creo que todos hicimos lo mismo. Ella disfrutaba de un té caliente. Pensé en hablarle, pero no me animé. Todo el mundo pasaba por la barra sin notar su presencia. Pasó el tiempo y la vinieron a buscar. El show comenzó, pero la estufa decidió burlarse de nosotros. Hacía tanto frío que perdí la sensibilidad de los dedos meñique de los pies. Los conservo todavía, pero tardaron en resucitar. Los músicos estaban más abrigados que nosotros y, esta vez, el calor humano, los saltos, los empujones, los gritos y la cerveza no alcanzaron. Al final del recital, Rosario se sorprendió con unos fans que se quedaron cantando a capella (y a los gritos) uno de sus temas. Creo que era “viento helado” pero no lo recuerdo bien. Ellos sí que vencieron el frío y, al final, una Rosario muy atenta, los aplaudió con gusto y se acercó saludarlos.
Como se dice por ahí, no hay dos sin tres. Mientras revisaba estas crónicas recordé algunas notas de mi agenda de 2018. Fui a buscarlas y encontré que el sábado 23 de junio (el siguiente a Frida Jaus) tenía dos fechas anotadas. La primera era Viva elástico en Finisterre y, la segunda, era una presentación de Flopa, Bléfari y Maffía en el CC Matienzo. Esa noche terminé, de nuevo, en San Antonio de Padua viendo a la gran banda de Alejandro Schuster porque, a la tarde, me enteré que Rosario Bléfari se bajaba de su presentación. Enseguida me acordé del frío en Ituzaingó. ¿Sería posible esa coincidencia?
El tercer show de Rosario al que asistí fue el 4 de agosto en Rosetti, tocaba con Sué Mon Mont. Dato de color: vendían el primer CD del grupo a $50. Compré dos. Esta vez había calefacción y el lugar también era muy íntimo. Como el living de tu casa. De nuevo, ella sola en la barra, con un té entre sus manos. La saludé y le comenté que había estado en Frida Jaus, lo recordó enseguida, su cara se trasformó y, por ella, me enteré que la bendita estufa nunca anduvo. Dato que, hasta entonces, yo ignoraba. Me dijo que por ese frío se tuvo que bajar del Matienzo. Increíble. Por suerte, esa noche la historia fue diferente.
Sin Barreras
La atmósfera de los recitales siempre era muy cercana: estábamos a centímetros de los músicos, se podían percibir todos sus gestos y la comunicación con el público. Le pedían temas o ella hacía algún comentario o chiste, pero todo, absolutamente todo, se escuchaba. Muy genuino. A la cercanía hay que sumarle dos detalles más: el primero es que, en Finisterre, Rosario cruzó esa barrera invisible un par de veces: cantó abrazada con el público, mirando de frente a su propia banda. Difícil de ver, incluso en sus recitales. El otro aspecto es el final, cuando se extingue la línea imaginaria de forma definitiva. Ella accedía a sacarse selfies y charlaba sin problemas con sus fans; sin contar que, antes del recital, se la veía dando vueltas por estos bares como una habitué más. Charlaba con cualquiera que se animara a acercarse.
Ahora
Acá estamos de nuevo. Hoy. Estas historias ya no significan lo mismo. Eran tres anécdotas de recitales. Nada más. Pero aquel lunes se reconvirtieron y pasaron a ser un alud que me pasó por arriba. Todo el resto quedó en segundo plano.
Seguro que muchos han vivido relatos mejores vinculados a Rosario Bléfari y seguro que todos, en estos días, los hemos revivido, nos hemos pasado fotos, videos, audios y hemos vuelto a contactar a la gente con la que compartimos esos momentos. Ahora encarnados. Yo no tenía ningún tatuaje, pero creo que ahora sí. Es uno invisible y no sé su forma ni su color. Pero va y viene, quizás esté vivo. Puede ser magia porque ella era mágica.
Creo que los seres como Rosario son difíciles de encontrar. Muchas veces están ahí, pero a nosotros nos cuesta verlos. Debe ser porque los necesitamos y no queremos aceptarlo.
Buen viaje Rosario. Y gracias.
[1] Igarzábal, Nicolás; Más o menos bien, El indie argentino en el rock post Cromañón; Gourmet Musical Ediciones; 2015; P. 160.-