Noches mágicas de un verano italiano inolvidable

Productor musical y compositor, el italiano Giorgio Moroder llegaba a la cita con muchos pergaminos, sobresaliendo los tres premios Oscar ganados gracias a su música en pelis emblemáticas como Expreso de Medianoche, Flashdance y Top Gun. Colaborador de tantísimos artistas, había sido el artífice de catapultar a la fama a Donna Summer compartiendo autoría en el hit erótico “Love to love you baby”. Convertido en figurita perfecta para musicalizar pelis de todo tipo en los ’80, acaparó los llamados para componer las canciones de los dos Juegos Olímpicos de la década: “Reach out”, cantada por Paul Engemann para Los Ángeles 1984, y “Hand in hand”, cantada por Koreana para Seúl 1988. Ambas compartían un estilo rockero con tintes épicos bien ochentosos y son consideradas dos de las mejores canciones de la historia de los Juegos Olímpicos.

Entonces la FIFA y la organización local del mundial Italia ’90 dijeron “este es el tipo”, luego de las pobres canciones de España ’82 y México ’86, con estilos musicales bien locales pero de letras caricaturescas que completaban resultados desastrosos (la segunda parecía cantada por La vecindad del Chavo). Giorgio, además local, era entonces el elegido para llevar a cabo la canción del futuro mundial. Manos a la obra.

Manteniendo el tinte épico de los eventos anteriores, compuso una obra musical que tenía todo para ser campeona. Solo faltaba la letra. Pensó inmediatamente en su compadre autoral, el letrista estadounidense Tom Whitlock, con quien había realizado varios trabajos incluyendo la galardonada obra musical de Top Gun. Así nacía la canción del mundial de Italia ’90 titulada “To be number one”, con una letra en inglés cantada otra vez por un viejo conocido de Giorgio, Paul Engemann, y tocada por una banda armada para la ocasión denominada Giorgio Moroder Project. La presentaron oficialmente en un canal de TV.

¿To be number one? ¿Un yanqui ochentoso con permanente cantando? ¿¿¿Qué??? ¿De qué me hablás? ¿Y notimachiqué? Tranquilos, tranquilos. Paciencia. Resulta que el bueno de Giorgio notó algo que no cerraba. La letra de la canción, bastante zonzona y predicadora de un incipiente juego limpio que bregaba la FIFA (tal vez luego de las patadas que recibiera El Diego entre otros en mundiales previos) le resultaba naif y sin chispa, incluso apaciguaba la poderosa épica que relampagueaba en la música compuesta. Así que miro hacia dentro de su tierra y se acordó de dos compatriotas rockeritos que por ese entonces andaban más o menos bien: Gianna Nannini y Edoardo Bennato. Este último contaba con catorce discos editados y un pequeño éxito local que se mantenía en alza. Gianna, por su parte, ya había logrado cierta repercusión internacional desde sus jóvenes veinte años y pegaba en la actualidad varios hits por algunos países europeos.

Ambos le dieron rienda suelta a su inspiración y luego a su propia interpretación, para redondear la mejor canción en la historia de los mundiales: “Un’estate italiana”. Las noches mágicas le ponían épica a una letra que, si bien mantenía la premisa de gloria y juego limpio, le sumaba poesía de la buena y más desarrollada, la cual ya se demostraba con la primera estrofa: “Tal vez no sea esta una canción para cambiar las reglas del juego/pero he de vivir así esta aventura, sin fronteras y con el corazón en la garganta”. ¿Y el amigo Whitlock que había escrito la letra original? Bueno, muy contento no quedó con haber sido borrado del mapa y rompió relaciones con su socio para nunca más volver a trabajar juntos. De todas formas, como para compensar su “traición”, Giorgio lanzó en ese 1990 su disco “To be number one” con el tema homónimo como primer track y un par de canciones más cantadas por Engemann, quedando un poco mejor también con el cantante que había sido el otro gran relegado del premio mayor.

El viernes 8 de junio de 1990 cambió para siempre la vida de Gianna Nannini y Edoardo Bennato. Su performance en el Giuseppe Meazza de Milan daría vuelta al mundo y su canción comenzaría a entrar en el corazón de futboleros y no tanto. Los días pasarían y con la repetición el “notimachiqué” se apropiaba de nuestra cotidianeidad, para, a diferencia de cualquier otra canción de este tipo de eventos, no irse nunca más.

Ni hablar para los argentinos que veíamos mil veces la corrida del Diego y el gol de Cani a Brasil, los penales de Goyco ante Yugoslavia, el cabezazo de Cani anticipándose a Zenga, los penales de Goyco contra Italia, su corrida y el abrazo de todos en el Obelisco. Cada suceso heroico le daba aún más fuerza a su banda sonora. Pero faltaba un instante más, el más importante y necesario para que la leyenda fuese completa. Por supuesto, no debía ser un final feliz. La desgarradora canción, nostálgica en su cadencia melódica y en su letra, necesitaba para coronar su mito al público tano insultando nuestro himno, también el injusto penal de Codesal con su consecuente gol de Brehme y, por sobre todas las cosas, el llanto de Diego que se volvería inmortal. Ese llanto que era suyo, de todo el equipo y nuestro, de todo un país. Y también de Gianna, Edoardo y Giorgio, y por qué no hasta de los relegados Tom y Paul. Hasta de Susan Ferrer, incipiente cantante de nuestros pagos que editó su versión en castellano a las apuradas en su cassette ya terminado, dejando de lado un tema que había grabado nada menos que con… ¡Gustavo Cerati de invitado! (perlita: el tema en su estribillo tira “un estadio italiano” en lugar de la traducción correcta que es “un verano italiano”).

La canción ya era nuestra. Lo sigue siendo hoy, treinta años después. Lo será por siempre. De todo el mundo recordando a la mejor pieza musical de la historia de los mundiales de futbol y de cualquier evento deportivo que pudo haber existido hasta hoy. Pero, permítannos perdonarnos Edoardo, Gianna, Giorgio y todo ese mundo futbolero: los dueños mayoritarios del corazón de esa canción somos nosotros, los argentinos. Por eso hoy, cuando suenan sus inconfundibles primeras notas se nos eriza la piel, se acelera nuestro corazón, se mojan los ojos y esperamos deseosos que llegue el estribillo para abrazarnos a quien esté más cerca nuestro y gritar bien fuerte ¡notimachiqué!

 

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