Nadie pudo ser consciente de que pisaba Cemento por última vez. Sancamaleón fue la última banda que tocó en ese escenario. Interrumpió su presentación a la mitad, aquel trágico 30 de diciembre del 2004, el de la bengala que iluminó el camino presidencial de Macri, el de Callejeros con su ritual tribunero, el de Cromañon y la media sombra, el de Chabán y los candados, el de los 194 pibes y pibas fallecidos.
Doce años después, con nostalgia me clavé una grande de cebolla en la Uggi´s que ladea la apagada Evita en el Ministerio de Obras Públicas. Desde ahí me fui caminando a la avant premiere de Cemento – el Documental, una especie de velorio en su propia casa.
Quien fue a Cemento o conoce la zona, sabe que en la esquina de Estados Unidos y 9 de Julio está la Shell. Cuando llegué a la estación recordé que una vez, en la previa a un recital de El Sepulcro Punk, me dejé pegar por una piba de cresta, mientras sus más o menos diez amigos (¿obelos?) miraban y se reían. Yo había increpado a uno de esos porque le había robado a un amigo mío, pero enseguida aparecieron sus acompañantes y no hubo mejor opción que someterme a su castigo y burla. Y su castigo y burla fue que la mujer del grupo me pegue unas trompaditas mientras me sostenía y levantaba de mi collar de ahorque a lo Sid Vicius, con candando atado al cuello. Ese fue el primer recuerdo que se me vino a la cabeza. Y lo revivo con una sonrisa.
Al doblar por Estados Unidos sentí un hormigueo en la panza. En alguna parte de mí se desenterraron las ganas de pelear, la sed de bardo. Fue cuando las luces azules de los patrulleros resplandecieron ante mis ojos. Así era Cemento. Era llegar a cien o doscientos metros y pispear desde lejos si en la puerta no había quilombo. Ratis, Skinheads, obelos, los idiotas que sean, pero verificar si convenía avanzar. Por supuesto, yo no iba a Cemento para ver a Babasónicos o alguna banda stone careta. Para mí y para muchos fue sinónimo de Flema, de under, de alguna banda heavy, de mugre.
Cuando rompí la hipnosis de las batidoras azules, mi cuerpo que ya no se banca ni un trotecito se relajó: los ratis de la puerta parecían mansitos. Y claro, si a Cemento ya lo mataron. Avancé hasta donde alguna vez estuvo la meca, hasta el estacionamiento del Gobierno de la Ciudad que dantescamente era rodeado por varios de sus verdugos, y no me refiero solo a policías.
Todavía duraba la primera función, la reservada para el periodismo (masivo) y para quienes testimoniaron en el documental. Afuera llegaban y aguardaban quienes entrarían para la segunda: público en general, ene enes, colados y músicos que se ganan la vida con cualquier cosa menos con música. En ese rejunte sí recordé mis experiencias en Estados Unidos 1234. Me sentí en casa cuando pasó alguien y me preguntó si tenía una entrada para ofrecerle. Sentí que algo estaba vivo mientras miraba a algunos que tomaban birra en las inmediaciones, pero al toque retornaba al presente, cuando voces claramente ajenas choluleaban como debe ser en la previa a la entrega de los Martín Fierro, o la cola que nunca hice para entrar a un boliche. Todas subjetividades que serán inexistentes para quienes formen parte de esa peste, y verdades para quienes sientan la misma repulsión para con esa elite perfectamente lookeada según la ocasión: una noche en Cemento, el estreno del episodio 1000 de la guerra de las galaxias o si recibiesen la citación (se mueren de ganas), para la tapa de la Revista Gente.
Cemento no existe más, y el espíritu que ahí se respiraba tampoco existe en ninguna otra locación. Qué lejos estaremos de algo semejante, si quienes hoy lo recuerdan masivamente con emoción son Clarín, TN, Telefé y el empresario Mario Pergolini, que hasta desliza la idea de que Cemento y su Rock & Pop funcionaban en conjunto, como una simbiosis para y por el under. Y ahí estaban los empleados de dichos monopolios, con la cara rota, el micrófono y la cámara en alto. Terminaba la primera función, los asistentes salían entre quienes esperábamos para ingresar a la segunda.Ahí Estados Unidos se volvió la alfombra negra. Fotos, filmaciones, desorganización, caras dignas de respeto, y otras que no sé por qué carajo tenían que estar. Pensaba: ¿Qué diría Chabán si viese esta escena?
Sí, lo del stand de merchandising en la puerta impactaba un poco. Jamás hubo algo así en la puerta de Cemento, por lo menos no en el Cemento que yo conocí. Pero lo acepto, el documental de Carcavallo fue totalmente autogestionado y no extrañaría a nadie que haya quedado debiendo un mango. ¿Habrá alguno de todos estos medios caraduras y millonarios arrimado alguna ayuda para su realización? Aprobada entonces la carpita con las gorras, las remeras y demás. Pero el cantante de Massacre saliendo del estreno, saliendo del estacionamiento del Gobierno de la Ciudad, eso sí da bronca. Que el documental lo incluya está perfecto, pero que a este velorio asista quién después toca para el Gobierno de la Ciudad y posa para fotos con Macri, es demasiado.
Sobrellevada la vergüenza ajena, entramos. Cemento eran dos sectores bien marcados, la primera, la de adelante, donde la música sonaba un poco más bajo y podías hablar o comprar una cerveza en la barra (alguna vez un choripán); y la segunda, la del fondo, un gran rectángulo casi cuadrado arrinconando un escenario muy grande donde tocaron todas las grandes bandas de rock nacional (Soda Stereo no es rock) y otras muchas internacionales. Para el estreno del documental, la segunda, el epicentro de los recitales más añorados, permanecía cerrada al paso.
Las luces se apagaron. La pantalla mostraba algunas publicidades mientras muchos de los asistentes acertadamente entonamos “Macrí, basura, vos sos la dictadura”. Algunos soretes que merodeaban el frente se mostraban inquietos, incómodos, pero la sumisión ganó rápidamente la pulseada y no se volvió a entonar aprobio alguno para el régimen.
Para hablar del documental en sí pueden leer mi otra nota, la que escribí para Hacerse La Crítica. En esta vamos por otro lado. Contexto, datos de color y la intención por resaltar detalles que propongo cada lector luego una y analice como más guste. Detalles que las notas chupaculos intencionadamente evitan. Detalles que quienes están en el ambiente del lado de los artistas también evitan. ¿Por qué? Quizá porque Chabán tenía razón y el Rock es una mentira. Detalles como que Ricardo Iorio fue la personalidad más ovacionada de la noche, en la segunda función y en la primera también, según cuentan en alguna de las notas chupaculos que leí por ahí. En mí función, cada vez que aparecía Cordera, se escuchaba de fondo un finito: “violín”. En la fila de atrás a la mía, a mi izquierda, una pelotuda no paraba de gritar a cada rato: “uuuuuuu”. Gritaba como lo hacen los yanquis revoleando el bracito por cualquier pelotudez.
Días después de la experiencia me fui enterando de lo que había pasado en la primera función. Cosas similares y otras distintas. Entre las distintas cuentan que Mariano Cash leyó una extensa nota, “casual”, que durmió a varios y abrió una gran incógnita para los presentes: ¿Quién carajo es este somnífero?, pensaban. Dice el diario golpista número 1 que a Cordera en la primera lo aplaudieron, dándole la razón a quienes afirman que en el rock nacional está lleno de pelotudos o machistas. También en la primera función, algunos productores garcas, de esos que le cobran a las bandas chicas para tocar, o de esos que por milagro no aportaron tragedias a la historia de nuestro rock, fueron aplaudidos. Se entiende para con quienes todavía están vivos, que les chupen la pija para hacer algún negocio. ¿Pero con los muertos? ¿Tanto miedo tiene el rock? ¿O faltó Rock en la primera función?
El tema baños en Cemento parece muy importante. Algunos lo nombran como un gran problema. Si sos mujer se te complicaba más, pero siendo hombre, para mí que vi incontables veces a Flema y muchas otras bandas, jamás fue una dificultad. Un asco sí, pero meé las veces que necesité, y por suerte no me recuerdo con ganas de cagar en Cemento, como tampoco en un estadio de fútbol ni en la excursión de séptimo grado a la Casa Rosada. Volviendo al tema, jamás esperé que arreglen los baños de Cemento porque sabía que los volverían a romper. Pero los medios que en su momento clamaban por el cierre de la meca, y le daban voz a los vecinos de la zona, en sus notas sinvergüenzas y chupaculos hablan del tema. En el documental, Dudú, cantante de Sin Ley, afirma lo idiota de hablar sobre toiletes, señala inteligentemente que el ojo debe posarse en todo lo otro. ¿Pero cómo sacarle mierda a Clarín? Después de la proyección, el diario golpista insistió con el temita, y para peor en su nota desconoce quién es Dudú, y ni se molesta en averiguar, lo nombra como “alguien”. Ese alguien, ese dato que el periodista de Clarín se ahorra averiguar, es referente del punk argentino y canta hace 30 años. Ricky Espinosa, del cual escribieron bastante una vez muerto pero muy poco estando vivo, cantaba canciones de Sin Ley, hasta lo homenajeó con un disco, por ejemplo. Ese espíritu under habitaba en Cemento, un sentimiento de pertenencia a una misma escena, una mirada social que por supuesto trasciende a lo musical.
A mí creer un documental que bien hable de Clarín y Pergolini, debiera decir que publicitar las fechas en el Suplemento Sí salía un ojo de la cara. Debiera contar las cosas como realmente eran: que podías mandar tu fecha para la parte gratis, y con mucha suerte y viento a favor salía. O podría decirse que a contraposición de Cemento, en el palacio Vorterix te rajan ni bien terminan los conciertos, como si fueses ganado y apurado por patovicas. Pero Lisandro Carcavallo, director del Documental, seguro tuvo que lidiar con todas estas fuerzas del mal, porque estos poderosos no te la dejan hacer y operan para autoinmortalizarse como lo que no fueron. Vergüenza como Roca en el billete de cien, o Sarmiento el padre de la educación. Y no lo va a decir Carcavallo, pero se debe haber quemado la cabeza entre los que como yo querían ver al Cemento under, del público, y los que piensan que Cemento es Ritrovato, Di Natale, o Ale Sergi y su jurado de “El Elegido”. Parte de todo este sector elitista y anti under, tuvo su espacio en la proyección, ajena a los aplausos de un público que esperaba la aparición de artistas para golpear palmas o entonar algún estribillo alusivo.
A cajón cerrado. La verdadera historia de Cemento, si fuese cuerpo y no alma, descansaba atrás de la pantalla, en el segundo salón del frío estacionamiento que nos juntaba ese miércoles de luto. Tan asumida tenemos la muerte de Cemento y el rock, que hubo comentarios graciosos, risas y situaciones totalmente descontextualizadas. Es para recibir acusaciones de pendejo, inadaptado, o el descalificativo que gusten, pero el miércoles de luto hubiese sido ocasión ideal para (está bien, finalizada la proyección), traspasar la pantalla y bailar un pogo de música imaginaria en la segunda parte. Pudrirla ante cualquier botón que intente detenerlo. Las paredes que todavía guardan memoria de grafitis y sudor, vergüenza sentían de quienes asistimos, domados por Bafici y o la práctica del cine consumista. La función se terminó con merecidos aplausos, se evacuó el recinto a horario en que si fuese un recital de Flema (Con Ricky) estaríamos entrando.
Si nosotros los espectadores no fuimos capaces de revivir a Cemento por una noche, si entre los artistas habita el miedo, para Lisandro Carcavallo solo restan aplausos. No se le puede achacar que en la avant premier no vendieran choripán, que nadie anduvo en pelotas, no haber disfrazado a alguien gritando “los primeros diez minutos birra a 2 pesos”, que no haya construido una ventanita para acreditarnos y pasar por una puertita, y que todo esté tan pautado, controlado y putrefactamente en regla. Mi más sentido pésame.