Sin Ley: A 1 del 70

El Salón Pueyrredón es un horno. Un calor insoportable se condensa entre unas doscientas personas que repletan el mítico reducto de Palermo. Es la segunda noche de lo que Sin Ley anunció como “70 canciones en 2 días”, ambas con entradas agotadas. Las sombras de los músicos pasan por el puente metálico lateral hacia el escenario. Quienes se avivan empujan hacia adelante, no quieren quedarse afuera del pogo que está pronto a explotar.

Con el telón sin abrirse arrancan los acordes de “Salve”, y las ásperas cuerdas de Dudú ponen voz a las entrañas de Sin Ley. Más que inicio, parece la continuación de alguna otra noche de fuego marginal. El telón se abre acelerando revoluciones y agitando más abajo a la turba In Feliz. Pogo y éxtasis de un público caliente al que nadie le roba la convicción de sentirse parte de ese Delirio Fatal Agitado.

Los propios asistentes de escenario que trabajan con Sin Ley cantan las canciones, alientan agitando sus brazos desde los costados. El quinteto original de Quilmes devuelve esa confianza enganchando temas de todos sus discos, de casi 30 años batallando en el punk rock profundo, sin timón comercial ni reconocimiento publicitario. Ya suenan algunas de las que no son tan habituales, única manera de que cumplan con eso de las 70 (distintas) en dos noches.

Un asistente grandote y con gorro playero se arrodilla entre los retornos al frente del escenario. Ataja a quienes se suben intentando abrazar a Dudú o arrancar algún micrófono para amplificar sus ganas de cantar. Los pocos que logran sortear al grandote y llegan hasta el frontman, caen en la trampa de su bicep que los atenaza en un abrazo de hierro.

Con el final de cada tema y el acople sostenido que sirve para enganchar las canciones, un asistente le ilumina con su linterna la lista a Gomita, un bajista de enorme perfil bajo. Es la única asistencia que recibe. Se banca el recital completo a alta velocidad y sin púa. Al igual que sus compañeros hace coros, y protege el aura mística del grupo al ser el ladero más antiguo del cantante.

El ritmo del recital es vertiginoso. El calor aplasta y sirve de termómetro: nadie en el Salón abandona. No se puede respirar, es imposible no chorrear sudor, pero el pogo no afloja. Sin Ley podría tocar cincuenta canciones y allí se quedarían todos. El bloque de 4 más lentos, de percusión al frente y ritmos de cumbiancha, eleva algunos vasos de birra entre el público, pero nadie descansa.

En cada bloque de 4 canciones en las que se divide el recital aparecen de esas que no suelen sonar habitualmente. “No me sigas más”, “La bandera”, “Albertito” y “No sé” desempolvan quizá las más olvidadas, y anteceden al final del recital. En rigor periodístico terminarán siendo 69 canciones en 2 noches. “Una y otra vez” queda afuera con miradas de común acuerdo. Explotan papelitos brillantes en el escenario. En algún momento del último bloque Dudú se escapó por el puente metálico. Se fue y quedaron sus compañeros interpretando “Mi amor”, llevando a Sin Ley hasta el final, por la ruta hasta que se funda el motor.

 

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