Algunos minutos después, me hincho las pelotas de esperar, entro al quincho y hago ruidos para despertar a los otros dos. Lo consigo, me escucharon, pero es evidente que quieren seguir durmiendo. Yo quiero que se despierten ya, que en dos minutos sea domingo al mediodía, llegar a casa, meterme en mi cama y empastillarme todo. Pero no, cuando por fin consigo que se levanten los dos, hacemos lo mismo con Cristian, y charlamos un rato sin nada que desayunar. El anfitrión tiene una resaca criminal. Pero es un soldado y al toque nos sube al auto para ir hasta la pulcra casa de alquiler, para despertar al resto del contingente, y salir rumbo a Pinamar, la segunda fecha de este fin de semana.
¿Esta es la misma pulcra casa de alquiler? A juzgar por algunos detalles, los inquilinos durmieron poco. Alguien no encontró el botón del inodoro, o el diseñador del artefacto no previó el diámetro de semejante bomba. Cristian no puede disimular la sorpresa, pero los habitantes de Mordor circulan como si nada haya pasado. Pablo ya se hizo amigo de los Roñosos. Kike no la está pasando bien. Kike se la dio, seguro que se la dio. Kike está pálido. Si yo me siento como el culo, la cara de Kike sugiere muerte.
Cargamos todas las cosas en la camioneta, las acomodamos como el culo, como para viajar un poco más incómodos. El cielo despejado, con el sol pegando fuerte, ayuda a descansar un poco del frío, aunque todos viajamos abrigados y con las ventanas cerradas. Paramos en una estación de servicio, donde junto a Nico y el Líder aprovechamos para desayunar. Los otros ya se bajaron sándwiches de fiambre en la casa. Nico y el Líder me invitan un café con leche y unas medialunas, saben que no tengo un peso. Lo disfruto como si me la estuviesen chupando. Supongo que Cristian debe estar limpiando la casa de alquiler.
Está jugando San Lorenzo contra Independiente, pero alguien me apaga la radio y no puedo seguir escuchando. Vamos hacia Pinamar, el café con leche me resucitó un poco y me animo a leer. Agarramos una ruta con muy poco tránsito. Tony sigue fumando adentro. Algunos comentarios chistosos alteran cada tanto el silencio reinante. La combi viaja en paz, y en cuarta. Lento. Muy lento. Árbol, tranquera, árbol, vaca, tranquera, árbol, árbol. Árbol, vaca, tranquera, camino de tierra hacia la nada, árbol, árbol, tranquera. Hay algo que me hace olvidar el resfrío, el dolor de cabeza. Árbol, tranquera y vaca. ¿Por qué no me martilla la sien? Tranquera. No, la puta madre, no. No me puede estar pasando esto. Tranque…Sí, escucho un ruido a desagote en mi panza: me estoy cagando. La ruta se pierde en un horizonte lejano y desolado, hacia adelante y atrás. Me estoy cagando. Me estoy recontra cagando y la puta que me parió. Es súbito.
―Nelo, si ves una estación por favor pará que me cago.
Alguna risa, me escucharon pero no me toman en serio.
―Nelo, por favor, si ves una estación tirate que me cago mal.
Me cago la puta madre. Tengo un súbito lavarropas de mierda girando en la panza. Árboles. Un auto destartalado le hace bajar más la marcha a Nelo, que no sé porqué no lo rebaza, si no viene nadie del otro lado. Me recontra cago. Con las dos manos me aferro al respaldo del asiento de Nico. Bajar Mauro, él tiene que abrir la puerta desde afuera. Bajar el batero de la puta madre, rebatir su asiento, bajar Nico, rebatir el de él, y recién yo, pasando por arriba de los dos asientos rebatidos, llegar al aire libre. ¿Aquello es una estación? Sí, y de la mano contraria y la concha de Dios.
―Nelo, frená en aquella ―le hablo fuerte pero con cuidado, no puedo hacer ni un poquito de fuerza más si no quiero cagarme ya―, por favor.
La combi hace una infracción grande pero segura, se cruza cortando el carril contrario y muerde las piedras al entrar en un camino corto que desemboca en una estación vieja. Estoy pronto a bajar, pero la combi se sacude ante una sorpresa. El batero de puta madre anuncia que Kike tiene que bajar ya. Bajar Mauro, él tiene que abrir la puerta desde afuera. Bajar el batero de la puta madre. Bajar Kike, vaya uno a saber qué mierda tiene más urgente que yo. Rebatir el asiento del batero de puta madre, bajar Nico, rebatir el de él, y recién yo, pasando por arriba de los dos asientos rebatidos, llegar al aire libre. Chau, me cago, es imposible.
La combi se detiene a cero. Me cago, la puta madre. Entre risas baja Mauro. Kike palmetea el respaldo del chofer, como pidiendo celeridad. Nuestro mánager abre la puerta desde afuera. No doy más, me lleno de mierda todo. Baja el batero de puta madre. Y antes que Kike, baja su vomito en un chorro ancho y potente, nunca visto, fílmico, capaz de competir en las olimpiadas de “vomito en largo”. La sorpresa nos desespera a todos que queremos huir de la Hyundai. Listo, me cagué, no aguanto más. Kike baja tapándose con la mano, pero la catarata sigue y sigue. No sé si bajó Nico, si rebatió su asiento o no, pero yo bajo y corro. Corro despacio, despacio porque estoy a un milímetro de cagarme. Me quiero lagar a llorar. El baño debe estar doblando al fondo de la estación. Tiene que estar ahí. Son cien metros. Me recontra cago. Pero llego, doblo y ahí está. Y no hay papel. Claro que no hay papel. Y no tendría que importarme pero decido volver a la combi a buscar un Rolisec que recuerdo haber visto tirado en la luneta de adelante. Y vuelvo corriendo, lento, amurando los cantos. Ya fue, me cago, la concha de mi madre, la concha de mi madre. Un perro olfateó el vómito y se lo está mandando a lengüetazos limpios. Me cuesta llegar a la combi, tengo una sopa y me está puerteando.
―¡El Rolisec, Nico! ―le grito―. ¡El Rolisec!
Pero ni él ni nadie se aviva. Menos Kike, que ya se lo ve feliz, sentado contra un árbol, con el tanque vacío. Por suerte ahí está el rollo. El perro sigue lameteando. Como si fuera una carrera de postas, agarro el rollo y vuelvo corriendo. Esto no me puede estar pasando, me quiero ir a casa, me cago, me cago, me cago, me cago. Pero llego. Y nada de poner un papel en el borde o limpiar algo. Me bajo los lompas y me apoyo en un inodoro pestilente, que nade le puede envidiar a los que normalmente visitamos todos los fines de semana que tocamos. Exploto. Primero una lluvia barrosa, después gaseosa, y un final a toda orquesta donde no importa nada. Instante de felicidad. Y me limpio como puedo, con lo que tengo. Me lijo el culo, no sé si lo suficiente, pero ahí estoy subiéndome otra vez el calzón y los pantalones, y caminando hacia la combi, a paso lento, con una sonrisa y un raspe que raspe que pronto me va a paspar.
ILUSTRACIÓN: Julieta Piaggio.
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GIRA ESCATOLÓGICA: BAHÍA BLANCA-PINAMAR (1ra PARTE)
GIRA ESCATOLÓGICA: BAHÍA BLANCA-PINAMAR (2da PARTE)
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