“Yo soy Mariano, Hacha es mi alter ego en el rock. Mariano escribe, es mi personaje en la literatura. En el Rock me gustaría que Hacha trascienda a la música. Pero no me permitiría como escritor que Mariano trascienda a las historias. Creo que las historias son mucho más fuertes. No puede ser más importante quién fue el escritor que sus historias”, reflexiona el tipo sentado en su living con todo lo que necesita a mano: una guitarra, un tinto, tabaco, porro, una laptop y un grabador atesorando declaraciones que, si existe la justicia artística, mañana serán invaluables.
Hacha es Mariano Ludueña: rockero, cantante, periodista y escritor. En 2012 publicó “De todo lo que vi, recuerdo la mitad”, un libro de cuentos que en semanas próximas verá publicada su continuación, “La mitad que no recuerdo”. Inmersas en lo que su autor define como “Realismo Tóxico”, sus dos obras forman una saga excéntrica, extravagante, rockera y narcótica. “Yo lo llamo así, es como un subgénero narrativo. Le doy situaciones reales, marcos reales. Me gusta que el lector vaya al cine cuando me lee, que pueda leer con todos los sentidos. Que pueda oler, que pueda sentir vacío en el estómago, que pueda sentir repulsión. Por momentos puedo ser muy escatológico, chancho, porno, minucioso y explícito en un relato corto de consumo de drogas”.
Si bien sus libros podrían compartir biblioteca con los de Charles Bukowski o los de Washington Cucurto, los de Ludueña tienen una particularidad única: aunque él afirma que son ficciones, al lector le llegan como realidades. Lo ponen en primera persona, de gira con músicos desenfrenados o de garche sin querer acabar. Estos relatos, que parecieran estar unidos por un mismo protagonista, huelen a verdad. Las historias se consumen en un girar de páginas adictivo, arrancando risas, dibujando escenarios reales, y son capaces de dejar a más de uno mandibuleando.
“Esta saga comienza con ‘De todo lo que vi, recuerdo la mitad’, y termina con ‘La mitad que no recuerdo’. Son dos libros que se complementan, que necesitan el uno del otro. Tengo un volumen de producción que excedió al primer libro, me quedaron muchos textos afuera, todos quedamos pidiendo más”, explica Mariano por qué está a punto de sacar esta nueva obra. “Las historias exceden a lo real, la gente quiere saber eso por el morbo”, reafirma, y enseguida vuelve a plantar la duda con una risa. Ejemplifica con uno de los veintitrés cuentos que integran La Mitad Que No Recuerdo: “Madonna y el Subcomisario, es un cuento donde el yo narrativo es un periodista de una revista que espía a los famosos cuando van al baño, y coimea mucamas para que saque fotos de sus soretes flotando”. Mariano, sin dejar distinguir si ya está ficcionando o contando la realidad, continúa: “Yo laburaba en revista Caras, seguí a Madonna y, esperando en el Hotel Hyatt, me meto en combate con un subcomisario…”. Y sigue contando, intentando no spoilear el cuento, hasta que en un momento hace el quiebre para explicar de dónde salen sus historias. “Laburé en Caras, tuve un problema similar, pero está ficcionado. Lo bueno de la ficción es que vos elegís cómo contarlo: el final, el desarrollo, el comienzo. Elegís todo. Entonces deja de ser real”. Y ni bien termina de explicar, otra vez esa risa entre dientes.
Estas dos obras de Mariano Ludueña forman parte de la colección Malditos de Río de la Plata, de la editorial Piloto de Tormenta. Comparte su pluma con otros que bajo el mismo rótulo unen el mundo del rock con el de la literatura, como lo son Pedro Dalton, uruguayo fundador de la banda Buenos Muchachos, o Flavio Cianciarulo, autor de “Surfer Calavera” y reconocido integrante de Los Fabulosos Cadillacs. A Ludueña, ser parte de Piloto de Tormenta le ha permitido dar un salto. No es un escritor nuevo aunque se declare en formación. “Puedo conocer la noche, el mundo del rock, del reviente, pero también Historia, he leído a Borges, me apasiona Horacio Quiroga, Los Cuentos de la Selva. Las Fábulas de Esopo fueron mi primer contacto con la Literatura. Me flashearon y me hicieron escribir”, recuerda sus inicios como lector.
Como en sus cuentos, cuando habla, Ludueña te atrapa. Al igual que cuando se sube al escenario al frente de su banda, Buenísimo, captura la atención de todos. “El mundo del rock es delicado, es muy parecido al mundo de las modelos. Te pisan el vestido, te quiebran el taco. Hay una camaradería aparente, superficial, todo es humo, una nube baja, pero yo lo vivo de una manera sana». Y así sus cuentos, que no son sólo relatos relacionados al consumo de drogas, pueden hacer que hasta el más abstemio la pase en grande. Eso lo logra otro condimento importante en su impronta: el humor. “El humor es parte de todo. Es parte de uno, de mi vida. Mi novia debe estar enamorada de mí porque la hago reír. El humor es la llave para abrir cualquier puerta”, dice y justifica porqué el lector de sus libros indefectiblemente alguna vez se encontró solo, frente a esas páginas, riendo y buscando complicidad.
Mariano Ludueña es un comunicador nato, es fácil imaginarlo como el centro de cualquier grupo del que forme parte. Por eso, quizás, se lo pueda identificar con ese personaje que parece atravesar todas sus historias. Al igual que las aventuras de ese personaje, las palabras de Mariano pueden no acabar nunca. Aunque con seguridad ya tiene la cabeza puesta en otro libro, en otras historias, recuerda que en semanas La mitad que no recuerdo saldrá a la venta. Sin afán de venderlo, más bien como queriendo leer sus propias historias y deseando no conocer su propio final, Mariano pone sobre la mesa la más pura descripción de la nueva parte de la saga: “Este segundo libro es como el primero, pero potenciado, mejor contado, mejor narrado, mejor ambientado. Los condimentos son los mismos del primero, están cargadas de de cocaína, noche, traiciones, de piñas, de pijas largas, de conchas, de tetas y de culos. Hay cuentos que son historias breves. Está La Santiagueña que es imperdible, es una crónica situada en Monserrat. Hay críticas sociales, informecitos periodísticos. Lo que envuelve todo es el Realismo Tóxico”. Y el largo pasillo a la calle, en un zigzag etílico, se aleja del living de Ludueña, que seguro escribe otra historia.