“El mató a un policía motorizado”, me dijeron y sospeché. Como siempre sospeché. Dejando de lado la música y focalizándonos únicamente en el nombre, la banda podría haber estado condenada a que la escucharan los quince mismos hipsters para siempre. Una cruel pesadilla: tocar ante quince uniformados de cuadrillé, barba y anteojos de marco grueso desde el año 2003 para toda la eternidad. Tuvieron que pasar muchos años para que me enterara que el nombre de la banda es una frase de la película R.O.T.O.R. (1989, 2.3/10 puntos en IMDb) y tuvieron que atravesar las paredes de nuestros pequeños departamentos las canciones de La Dinastia Scorpio (2012) para que algunos escucháramos más claro entre todo el ruido de la ciudad de Buenos Aires. Y al final, descubrimos que ahí había algo más.
No hay una canción de El mató que suene en las radios, no están en la tele, ni siquiera están en la tapa de sus propios discos, se podría decir que no están en ningún lado. Y sin embargo, ellos juegan en primera con los Rubén y los Sánchez que salen en todos los diarios. Los placeres que otorga la cosecha que se hace despacio, en silencio, el trabajo que casi nadie percibe hasta que prueba el fruto y es el más dulce que alguna vez haya comido. Dos viernes seguidos (23 y 30 de octubre) la banda llenó el teatro Vorterix de corazones que latían bien fuerte, encerrados en cuerpos agitados. Jóvenes y no tanto, viejos y nuevos, los adolescentes que saltan adelante y las parejas que se pasan una cerveza en el fondo. Todos en comunión, todos construyendo el fuego.
El último de los dos shows comenzó con “El magnetismo”, la canción que da inicio a La Dinastia Scorpio. Con ese minuto y medio bastó para salir del estado mental ballotage / hacer cola / no llegar tarde / comprar algo para tomar / ubicarse a los empujones, y sumergirse en un bálsamo, entrar a un planeta diferente “con este magnetismo que sigue bajando, nena”. La intensidad y todo lo demás fue subiendo de a poquito, con “Nuevos discos” y “La cobra”, dos simples declaraciones de amor “mi día favorito del mes” / “quiero vivir con vos”. Las de El mató son canciones tan urgentes, tan para los tiempos que corren (“¿Quién detendrá a la turba iracunda si no estoy con vos nena?”) que traen a la reflexión lo importante que es que una banda le hable a su época. El mató no habla de la historia, de la política, del contexto social, pero sí habla de las relaciones entre humanos y de la manera de comunicarnos, compartir y amarnos en los tiempos que corren. De nuestros brotes y nuestras necesidades emocionales, de las cosas que viven en nuestra mente y por eso mismo ya forman parte de nuestra realidad.
El viernes hubo ronda de pogo, agite a cargo de “Mujeres bellas y fuertes”, la fantástica “Yoni B” y “Mi próximo movimiento”, y viajes alrededor de la galaxia a través de los paisajes que las pantallas invitaban a sobrevolar. Los miembros de la banda, como siempre, a contraluz, dibujados entre el humo y los colores de fondo. Santiago “El Chango” Barrionuevo (bajo y voz) con un short de fútbol de Argentina, con atuendo de domingo en la casa de un amigo, dejando en claro algo: acá las que hablan son sus canciones. Para el final, “Chica rutera”, “Prenderte fuego” y “Sábado” nos arrojaron nuevamente al viernes de la Avenida Lacroze, pero ya lo podemos enfrentar de otra manera: venimos de un lugar muy lejano en el que el fuego se construye en conjunto y el desastre se mira desde el techo, bajo la luz de una luna gigante.
FOTOS: Martín Alejandro Luna.