Paradójicamente en el día más caluroso del invierno, la banda platense colmó el estadio Luna Park para dar bautismo oficial a su última placa: Locales Calientes.
Anunciado el show para las 21 hs. la llegada entre vallas, manteros y bicisendas se tornaba caótica, sobre todo por la cantidad de gente que se aglomeraba alrededor del lugar aguardando la apertura de puertas. Edades diversas: niños con sus padres, algunos abuelos y muchas parejitas. Guasones ha sabido ganarse un lugar entre las bandas agotadoras de estadios, y la espera por este nuevo show grande en la ciudad de la banda, que anduvo girando su material más reciente por el interior del país, contribuyeron bastante a que uno le cueste encontrar un claro en un Luna verdaderamente repleto.
Apagadas las luces, apenas pasado el horario pactado, y por el transcurso de dos horas o veintimuchas canciones, todo fue a pedir de la banda. Banderas de palo adornaban el campo, desde las tribunas los incesantes flashes decoraban las gradas y desde arriba del escenario, toda la potencia de un Facundo Soto que sabe perfectamente cuando, como, y por donde moverse para montar su propio espectáculo, y a la vez contribuir a un show explosivo, con grandes dosis de rocanrol en estado puro.
“Necesito” de la flamante placa fue la elegida para iniciar la noche, quizás una de las canciones más oscuras de la banda, que luego desató el primer gran pogo de la noche con “Me muero” de Como Animales (2003) y pegadita “Pobre tipo”, hitazo que abre Locales Calientes y se mete lentamente de lleno en el inconciente del rock nacional.
La escenografía fue más austera que otras veces pero poco importó gracias al trabajo de visuales de la pantalla principal que fue verdaderamente para destacar, acompañada también de un muy buen trabajo de iluminación que, por momentos “pintaba” el escenario acorde a la tonalidad de cada tema, y por otros, se movía tratando de seguir el incansable ritmo de Soto, quien iba de una punta a la otra del escenario.
Desde los frenéticos arreglos de viola de “Ya estoy subiendo”, hasta la tranquilidad fogonera de “Esperándote”, ambas de Parque de depresiones (2011), pasando por el rock más canción, “Como un lobo” de Esclavo (2008) hasta una tremenda versión tipo “funky-disco” de “Shaila show”, donde la descosieron el trío de vientos Pablo Fortuna, Martin Laurino y Alejandro Martin y las teclas de Salvador Yamil , el repaso del repertorio, así como también de lo nuevo fue de lo más diverso y abarcativo.
Promediando el show empezaron a caer las sorpresas invitadas. El primero fue Coti Sorokin, que dio voz para “Pasan las horas”, luego su hermano Matías junto a Nicolás Nieto, ambos de la agrupación Legüero, aportaron sus violas bien rockeras para “Caballo Loco” donde el gran Maxi Tymczyszyn se metió a solear con su pedal steel guitar al igual que en uno de los mejores temas nuevos, “La sangre de Dios”. Dos pesos pesados faltaban subir a tablas: Presentado por el frontman guasonero como una de las musas a la cua, la banda de la ciudad de las diagonales debe su existencia, ingresó por la escalinata del escenario nada más ni nada menos que Juanse para ponerle su Les Paul a “A mi lado”. Luego, por si fuera poco para cumplir, el ex Ratones Paranoicos, tomó la posta en el centro del escenario y cantó, a dúo con Soto, “Ceremonia en el hall” del segundo disco de la banda ícono del rock Stone nacional, Los Chicos Quieren Rock. Si esto no fue suficiente para una noche épica, el último invitado le puso la tapa. Jimmy Rip, el mítico violero de Jagger y quien además fue participe de la realización de Locales Calientes, aportó con lo mejor que sabe hacer para el tema que da nombre al disco y el movidito “Pequeños ojos”.
El final llegó con el tridente hitero y explosivo de quizá ya un disco clásico del rock nacional: Toro Rojo (2005). “Reyes de la Noche”, “Gracias” y “Dame” cerraron una velada caliente en el Luna Park.
Salir a la calle y notar que esa tarde de veintipico de grados se había convertido en una fría y ventosa medianoche de domingo. Caminar entre algún que otro atérmico, que en cueros reza por llegar a tiempo al último subte o que el local de la eme dorada no tenga demasiada cola como para no esperar una hamburguesa de 100 mangos a la intemperie. 8000 almas buscando encontrar lo que tan solo hacia cinco minutos era todo suyo: El calor que perdieron al pisar Bouchard; al abandonar ese local caliente que por el transcurso de dos horas fue el mítico estadio porteño.
FOTOS: Daniela Milana.