Mimi Maura: El gran misterio

“Hay un misterio.
Sueño tu sueño.
Entro en tu prisión,
cansada de tanto dolor”.

No había sido un gran día. No tenía nada que celebrar. De hecho estaba pensando en tumbarme en la cama y no levantarme más. El más, aquí, podría significar nunca más. Posta, nunca más. Por suerte, o no sé por qué, la vida presenta pequeños espacios para que uno se conecte realmente con su entorno y consigo mismo. Puntos de fuga. Pero de fuga de la vida misma. Son como espacios que la vida ofrece para que uno pueda seguir viviendo esa vida. Es una lógica bizarra que se puede resumir a una imagen de la vida hecha carne diciéndote: “Ok, el dolor es enorme pero acá tenés una guitarra. Fijate”. Lo de Mimi Maura el sábado fue un punto de fuga grandísimo. Fue, para todos los que estuvimos ahí, un espacio de conexión con la tierra, con el cuerpo propio y con el cuerpo del otro. Fue una oscilación entre baile y ojos cerrados. Raro, pero a veces cuando más se cierran los ojos, por alguna razón, se ve mejor. Se ve claridad en lo absurdo del mundo. A fin de cuentas estamos en este mundo para descubrir por qué estamos y lo de Mimi significó un paso en esa dirección.

Mimi lidera, o conduce, el ritual con su presencia y con su canto. Está vestida de novia, y Sergio Rotman de un intento de novio. Los demás, ropa que tienen en sus casas. Ella le canta al aire, al fuego, al agua, al amor, a su tierra, a ésta tierra, a él. A un él universal, a un indígena enamorado, a la luna. Ella es todo eso. Todos los que estamos ahí la legitimamos como líder. La endiosamos. Y no es para menos, porque tiene la habilidad de transmitir toda la fuerza del ser esclavo que se “liberó” pero también cataliza el dolor de aquel que sigue esclavizado o sufre por amor. Milita en contra de toda represión y reclama la liberación de los cuerpos. Esa es una de las luchas nodales en la vida en general. Yo absorbí su mensaje y lo grabé en mí; la cadencia del reggae y de los sonidos afroamericanos desfiló por mi espina dorsal. La responsabilidad en este último punto es de la banda. La trayectoria, evidentemente, te vuelve mejor. Me resulta difícil de creer, porque la gente grande no me suele caer muy bien, pero este es otro tipo de trayectoria. En este caso, la trayectoria ha hecho que los músicos estén tremendamente sueltos y disfrutando absolutamente de lo que están creando.

El ritual duró casi dos horas y se atravesaron todas las etapas de Mimi Maura. Del disco homónimo del año 1999 a Kiseki, el disco que fundamentó la reunión. Entre todos los presentes, celebramos estar vivos. No es poco. Estar vivo por momentos es un esfuerzo. Mimi Maura, como entidad, germinó una semilla en todos nosotros. Luego, si la planta crece o no es fruto del trabajo de cada uno y del devenir de la vida misma. Atesoré el último esbozo de la voz de Mimi en una versión conmovedora de “Jay, yo me muero” (autoría de su padre Mike Acevedo) y me fui. El dolor que traía no había cesado, pero el punto de fuga me hizo dar cuenta de que este tipo de cosas no deberían ser puntos de fuga sino que deberían ser la vida. Ese es el gran misterio. De eso, también, nos habla Mimi.

 

FOTOS: Melina Aiello.

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