El eterno retorno del Salón Pueyrredón

Batra cruza Avenida Santa Fe mientras se le van arremolinando unas quince personas. Viene de tocar con su banda, El Sepulcro Punk, como telonero de Los Mentirosos en Groove, donde antes funcionaba la cumbiamba Metrópolis. A simple vista es uno más de la procesión punk que recorre los doscientos metros que separan a ese boliche de la tierra prometida del under porteño. A Batra más que a ningún otro le espera una noche movida: después de permanecer clausurado por cuatro meses, es la reapertura del Salón Pueyrredón, mítico antro del que él es responsable.

Por los ventanales y balcones que dan a la calle ya se puede ver que el Salón desborda de público, y peor aún, que en la puerta, sobre la vereda e invadiendo un poco la calle, unas cien personas esperan poder entrar, mientras pasan los minutos y el número de aspirantes va creciendo. Batra llega a la puerta del Salón y ya son una veintena los que lo rodean, los que intentan la bendición para lograr entrar a la reapertura que ya colmó la capacidad permitida. Intercambia unos saludos, y se pierde escaleras arriba. Para los que no logran entrar, la consigna es clara: si sale uno, entra uno, el Salón está repleto.

El Salón Pueyrredón es un lugar de encuentro y participación, eso es lo primero que dice Batra al hablar del espacio ubicado al 4560 de la Avenida Santa Fe, pero que originalmente estaba en la avenida Pueyrredón en su cruce con la avenida Córdoba. Nació hace casi dieciocho años por la necesidad de un grupo de amigos a quienes se le dificultaba encontrar un lugar donde pasar el tiempo escuchando la música que les gustaba: punk rock, post punk y, por sobre todas las cosas, bandas under, bandas nuevas. El antiguo Salón Pueyrredón, aquel ubicado en la avenida homónima, va tomando color de mito, al igual que el debut de Diego Armando Maradona, o las presentaciones de V8 o Sumo. Muchos aseguran haber estado allí, pero pocos son los que se sentaron en los asientos de cuero verde rebatibles arrancados del Sarmiento o el Mitre, que oficiaban de reservados. Con la mudanza, hace catorce años, los dueños de este emblema de la noche under porteña decidieron no cambiarle el nombre, y como resultado tampoco cambió su esencia. Aunque la afluencia de público se agigantó, al igual que su fama y reconocimiento, la esencia de su origen sigue intacta: El Salón Pueyrredón es una comunidad contracultural.

En diciembre pasado las puertas del Salón fueron atravesadas por la temida faja: apremiada por el décimo aniversario de la tragedia de Cromañón, la Agencia Gubernamental de Control dispuso la clausura de este local y de otros cuarenta, siendo la más resonante la del Centro Cultural Konex. De ese modo el Gobierno de la Ciudad se sacaba de encima varias cosas: la mala publicidad para con los familiares de las víctimas de la tragedia, y tener que trabajar y reglamentar la flamante legislación sobre el tema.

Es que al Salón Pueyrredón, al igual que a otros espacios clausurados, la habilitación provisoria como centro cultural les permitiría seguir funcionando, y no hay nada que diga lo contrario. La ley que se sancionó a fines del año pasado pero que aún no está reglamentada los define exactamente así: «el espacio no convencional y/o experimental y/o multifuncional en el que se realicen manifestaciones artísticas de cualquier tipología, que signifiquen espectáculos, funciones, festivales, bailes, exposiciones, instalaciones y/o muestras con participación directa o tácita de los intérpretes y/o asistentes». Y la disposición advierte que «la actividad de baile no podrá ser la actividad principal de los Centros Culturales”. En el Salón Pueyrredón no solo tocan bandas y pocos bailan. En el Salón funciona una radio, se hacen todo tipos de muestras, hay ferias de libros y fanzines, se filman videos, se hace teatro, se pasan películas, se han dado charlas de todo tipo y ha sido espacio de reunión para todo aquel que quiera ser parte.

Promedian las doce y media de la noche, técnicamente ya es sábado, pero en el Salón acontece la tercera y última fecha inaugural de este nuevo retorno, la anunciada para el viernes 24. En el escenario el cuarteto punk Mal Pasar desata el pogo de la gente. Como todas las bandas anunciadas en las tres noches de festejos, son amigos de la casa. Dos pisos más arriba en la casona, Batra describe la atmósfera del Pueyrredón: “Toda la gente que está abajo, la mayoría, toca en bandas, son artistas, o están envueltos en alguna movida. Cuando no vienen a tocar, vienen al bar”. Lo cuenta orgulloso, encerrado en un cuarto acustizado que garantiza que el grabador no registre los decibeles de quilombo que más abajo agitan a los trescientos dichosos que lograron ingresar. En el cuarto hay un montón de instrumentos: esta noche tocan más de ocho bandas. Una cantidad increíble de músicos, plomos, asistentes, colaboradores y amigos circulan por los interiores del Salón, esos a los que no hay acceso salvo para quien es habitué.

El Salón Pueyrredón reabrió cuatro meses después de ser clausurado y sin que tuvieran que ponerle un clavo encima. Ni un clavo, ni un matafuego, nada. Solo mediaron trámites burocráticos para que vuelva a abrir sus puertas. “Cuestión de papeles”, como el Batra prefiere decir. Y agrega: “Fue todo papel, el lugar está como tiene que estar. Tengo todo ignifugado, matafuegos, plan de evacuación, seguridad, libreta sanitaria, toda la gente en blanco, todo”.

Durante esos cuatro meses hubo recitales de apoyo donde muchísimas bandas se juntaron para darle una mano a quien tantas noches les posibilitó un lugar donde tocar. Hoy el Salón Pueyrredón cuenta con una habilitación provisoria como Centro Cultural. Ya pasaron más de diez años de la tragedia de Cromañón, y para los bares con música en vivo todavía no existe reglamentación clara sobre los requisitos necesarios para obtener una habilitación definitiva.

En el escenario la mítica banda Alerta Roja se va despidiendo con uno de los himnos del punk nacional: Derrumbando la Casa Rosada. El Batra se va preparando con su bajo para subir al escenario con su otra banda, Responsables no Inscriptos. Ahí comparte formación con otro de los históricos que hacen al Salón Pueyrredón, Gustavo,voz y guitarra de la banda emblema del lugar. Serán algunas pocas canciones y dejarle el turno a Superuva, y después más bandas. Afuera, sobre la Avenida Santa Fe, un quilombo de gente espera que salga uno, para poder ser ese otro que entra.

 

NOTA: Julián Mocoroa y Martín Riano.

FOTO: Gux Ramone.

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