-¿Qué hago acá? –pregunta el tipo que ya pasó los 30 y se ve rodeados de jóvenes, adolescentes y niños con sus padres que cantan y saltan “Pensar”, a minutos de terminar las más de tres horas de duración de un histórico domingo de abril en el que No Te Va Gustar se consolida como la mejor banda de estas tierras.
Empieza a rememorar el show y El Tiempo Otra Vez Avanza (2014) es la excusa perfecta para que la banda repase toda su historia en el que tal vez sea el show más importante de su más de veinte años de carrera. Y como pocas bandas, los uruguayos no se saltearon ningún paso e hicieron todas las divisiones inferiores del rock argentino para llegar acá. Desde aquel Ruca Chaltén en la porteña calle Venezuela en 2004, fueron escalando peldaños y consolidaron su propuesta. Desde el ecléctico y multifacético Aunque Cueste Ver el Sol (su tercer álbum de 2004) que desembarcó en Buenos Aires, hasta una actualidad en la que hace ya varios años parecen haber encontrado una fórmula compositiva exitosa.
El tipo recuerda como en aquellos shows en El Teatro Colegiales casi no se le veían los ojos en toda la noche a un súper tímido Emiliano Brancciari (voz y guitarra) y festeja como hoy se desenvuelve a la perfección y maneja el escenario a su gusto. Ahí es donde empieza a entender qué es lo que está haciendo acá. Y lo corrobora en los primeros compases de la apertura con “Su sombrero”, al dar cuenta de que un perfecto sonido brillará toda la noche, acompañado de una puesta en escena y luces imponentes.
La presencia de Charly García en la segunda mitad del concierto es la noticia con mayúsculas. “No voy en tren” se engancha con “Comodín” y el cantante que convoca 70 mil personas muestra su humildad característica y deja de tocar para levantar el micrófono que se le había caído a la leyenda.
Pero el resto de los invitados no se quedaría atrás: Hugo Fattoruso sube a cada rato a dar cátedra con su teclado e incluso también con el acordeón, Fito Cabrales (de los teloneros Fito & Fitipaldis) toca y canta “Alba” y “Tan lejos”, Piti Fernández (Las Pastillas del Abuelo) es un referente de una generación y ni siquiera necesitó ser presentado para recibir una ovación luego de “La puerta de atrás”, y el amigo del rock Fernando Ruiz Díaz (Catupecu Machu) hace su gracia, cantando, gritando y arengando incansablemente.
El bloque acústico llega con la vieja “No necesito nada”, “Presente” y “Chau”. El tipo, que extaña a Mateo Moreno (exbajista) porque fue quien le abrió las puertas para conocer a la banda, se rinde ante el abrumador contrabajo de Guzmán Silveira que golpea en el pecho a tempo perfecto. Entre medio, los uruguayos, como siempre, le dejan un lugar a la improvisación y tocan una vuelta de “Corazón” de Los Auténticos Decadentes, al percatarse de la presencia de Cucho y del trompetista Capanga en el lugar.
Como por ejemplo aquel Luna Park en el que Brancciari se iba de escena para aparecer en las pantallas y cantar “El mismo canal”, esta vez la actuación se hace presente en “Solo vino”, y el falso cura baila mientras la pantalla acompaña una cruda letra en la que de la mano del Padre Grassi no se salva ni Susana Giménez.
El tipo ya enumeró demasiadas cualidades para recordarse por qué estaba en ese lugar ese domingo a la noche. Pero aún quedaba tiempo para sentirse en su juventud en la que pogueaba “Mas mejor”, cantaba “Nada para ver” (se lucen los vientos), saltaba con “No hay dolor” y gritaba bien fuerte “¿cómo no sentirme así?” cuando el espíritu redondo se apropiaba de “Te voy a llevar”.
Bien a la uruguaya, la murga se va con “Cielo de un solo color” (¿la mejor de la discografía?) y se despide con “No era cierto” (¡un tema del siglo pasado!). La gente se va corriendo (mañana hay que trabaiar o ir al cole) y casi ni espera el saludo de los protagonistas. Ruiz Díaz vuelve a gritar y a arengar.
El tipo no da más. Pero entiende todo. Se acuerda de que hace diez años con “Verte reír”, esta banda era catalogada como algo de moda, y así sucesivamente año tras año en los próximos diez. ¡Vaya si ha durado la moda! Y ha cambiado el público, algunos integrantes, las canciones, la propuesta, pero la calidad musical sigue ahí, cada vez más firme, y acompañada de un trabajo constante que se nota en cada noche.
El tipo vuelve a su casa. Se alegra de no tener auto al ver que muchachos con remeras de Vélez piden cien pesos para “cuidarlos” en la calle, pero se arrepiente luego de caminar 50 cuadras, no encontrar bondis, y toparse con tacheros repugnantes que pedían casi el doble para llevar a la gente a su destino.
El tipo llega a su casa cansado pero satisfecho. Piensa qué va a escribir al día siguiente (o al otro) de todo lo que se le pasó por la cabeza esa noche. Y sabe que se va a olvidar de muchas cosas.