Skinheads antifascistas, Quemacoches y El Violinista, agrupados a la lucha social.
Una vereda desolada, una persiana metálica de un Villa Crespo silencioso, el sol que anuncia la retirada. Timbre mediante, se abre la puerta de La Cultura Del Barrio, del lado interno la persiana tiene pintado un Oi! en grande. Un patiecito solitario nos separa de otra puerta que nos introduce a un segundo patio largo, grande y descubierto, poblado de gente tomando cerveza o fernet, con una feria de discos y remeras, y una sala donde Quemacoches y El violinista del amor y los pibes que miraban se presentarían al anochecer.
Este espacio de Villa Crespo es patrocinado por Skinheads Antifascistas de Buenos Aires, Skinheads contra los prejuicios raciales, los que a mediados de los 90’ conocimos como los S.H.A.R.P. Los prejuicios y el sol quedaron atrás cuando un acople avisaba que se venía Quemacoches.
En una habitación, unas sesenta personas y cuatro músicos arrancan un tsunami de punk rock, que alguno podrá llamar Indie, pero que catalogados veinte años atrás sería Skate Punk, si se permite el género. En el mismo orden que en su único disco (agotado y pronto a reeditarse), arrancaron con “Veneno”, “Lo estoy haciendo bien” y “Oh nena”. Sin más armas que un bajo, una guitarra, una batería, una pandereta y la voz rasposa, Quemacoches puso a mover los pies de todos los presentes, llegando al primer pico de frenesí en este último tema nombrado, festivo para chicos que no son aceptados por la familia y amigos de sus chicas.
En promedio, los temas de esta banda del conurbano bonaerense no duran más de dos minutos. Su disco trae diez canciones en tan solo 19 minutos y 24 segundos. Así fue que el siguiente gran festejo de la noche llegó un cigarrillo después: “Como menudo, pero drogados” es LA canción de este grupo, sencilla, adictiva, de cuatro renglones mágicos que se repiten dos veces.
Le siguió otro muy vitoreado por los presentes: “La Situación”. Situación graciosa fue cuando se les rompió el bombo de la batería y para redondear el tiempo muerto improvisaron un tema que seguro deben tener ensayado: “Enlace” de Los Ratones Paranoicos. El público se quedó con las ganas de que la gracia realmente se consume en su totalidad. La Cultura Del Barrio da lugar a todo, y se celebra en cada diferencia.
Quemacoches interpretó un cover de los peruanos Morbo, que se llama “Posero”, anticipando que pronto estarán compartiendo escenario. Agradecieron a la “camaradería y solidaridad” que se respiraba en el lugar, más cuando el baterista del Violinista acercó su pedal de bombo para que la fiesta continúe. Siguieron más canciones, todas cortas, pero el último himno del anochecer fue “Muertos”, donde se resume la postura de la banda: “¿Acaso los chicos de hoy están muertos?” Aunque la respuesta que rápido se escapa es un sí, Quemacoches te hace sentir joven y vivo, haciendo de este estribillo un lema de combate, apostando a resucitar a la nueva generación para reinterpretar la movida de los noventa, con más cultura, más libertad y actitud.
El cuarteto que se presenta bajo el nombre de El Violinista del amor y los pibes que miraban, como ellos dicen “homenajea a los más hermosos perdedores que nos dio la historia”. Es así que todas las canciones que interpretan rezan himnos antifascistas, canciones que celebran la resistencia y la lucha contra la principal peste del mundo. Con su tradicional vestuario, únicamente falto de algún cóctel mólotov para que el viaje en el tiempo sea total, e interpretando la tradicional “El paso del Ebro”, arrancaron contagiando a los presentes a pura mandolina, guitarra, bajo y redoblante.
El trabajo gestual del cuarteto es otro gran logro dentro de su perfecta actuación. Suple todo impedimento técnico, como en esta ocasión la falta de algún micrófono más para que los coros generales den el toque justo que las canciones necesitan. Cómplices con las miradas, enojados o gritones, llevan en su interpretación el guiño rabioso y festivo que ningún hijo de puta pudo ni podrá matar.
Los presentes celebraron cada canción, destacándose “Paloma de la Paz”, “Bella Ciao” o “Saltando de alegría”. No hubo espacio para pogo, sí para los abrazos y cualquier baile que se parezca a una tarantela, o que recuerde a los abuelos de la mayoría de los presentes. No hicieron más de doce canciones, generando sin distorsión y en mayor forma acústica, el mismo encanto con el público que la banda anterior. Ya anunciado el final, entre medio de aplausos y sin necesidad de escrutinio para ratificar que una vez más se ganaron a todos los presentes, hubo tiempo para un último y emotivo final. Abajo del escenario, mezclados entre el público, con solo una guitarra y la voz de todos los hermosos perdedores presentes, interpretaron “La Internacional”.
En una cuadra desolada de Villa Crespo, el viento desparramaba el canto de algunos hermanos tras una persiana metálica: ¡Arriba los pobres del mundo!
Foto: Federico Otto Gaubeca