La Vela Puerca: Una terapia alternativa

Supongamos que estás mal. Porque te dejó tu novia, te quedaste sin trabajo, o porque a tu perro lo pisó un camión Scania. O quizás tu equipo está en zona descenso. No importa. Sea por el motivo que fuere, estás mal. Como diría un filósofo contemporáneo, “las azucenas han cambiado su color” y caminás por la vida cabizbajo, sin rumbo fijo. Intentás ver la luz al final del túnel, pero no la ves. Y no solo eso: ves al tren viniendo de frente. Probás, sin éxito, yendo al psicólogo. Te comprás los dos tomos de “El combustible espiritual”, aunque Ari Paluch siempre te pareció un boludo. Lo vas a ver al Sri Sri Ravi Shankar, pero su barba no te termina de cerrar… en fin, empezás a decaer de nuevo y crees que no hay salida. A no desesperar, querido amigo, que no todo está perdido. Existen ciertas terapias alternativas que no figuran en los libros de autoayuda: ir a ciertos recitales pueden ser una de ellas.

El 8 de Septiembre de 2007 volvía a mi casa preguntándome como carajo podía ser que durante dos horas y monedas el tiempo se detuviera. Venía de ver a una banda uruguaya, junto a mi hermana y uno de mis mejores amigos, y mi mente y cuerpo todavía no terminaban de asimilar lo vivido apenas minutos antes… el viernes pasado, caminando por la calle Salguero, me pasó algo parecido.

La tarde se apagaba y se encendían las luces del escenario, y arriba del mismo, La Abuela Coca empezaba a hacer entrar en calor a la gente que, poco a poco se acercaba al Mandarine Park. Como para que, de a poquito, fueran dejando de lado las bufandas, gorros, pulóveres y demás artilugios para combatir el frío anochecer porteño. Sin embargo, al rato nomás, por si quedaba algún friolento rondando por la costanera, sale La Vela Puerca y abre con “Claroscuro”. Y después viene “Llenos de magia”, “Y así vivir”. La adrenalina baja un poco con “Frágil”, y algún pelado que andaba por ahí se pone su gorro de lana nuevamente. Pero al toque se lo vuelve a sacar, porque llega “El huracán” y “Por dentro.” Y “Un frasco”, y “Escobas”, y…

Pasan un par de canciones (¡que temazo es “Sanar”!) y es el turno de una versión “reggaezada” (si es que existe esa palabra), de “Burbujas”. Después, uno de los grandes momentos de la noche: queda solo el Sebastían “el Enano” Teysera, acompañado por un piano de fondo, para “En el limbo”. Luego, dos grandes invitados para dos grandes canciones: Pedro Dalton de Buenos Muchachos en “Hoy tranquilo” y Gonzalo Brown, de La Abuela Coca, para “Zafar” (¡lo que suenan el saxo y la trompeta!). Sebastián “Cebolla” Cebreiro se despachó con “Clones”. Ya sonó “La hiedra”, ya la gente coreó “Doble filo”, pero lo mejor todavía estaba por llegar.

“¡Documento!” se escucha (o se intuye, debido a las fallas de sonido), desde el escenario. “Vamos, vamos La vela, vamos La vela de mi corazón”, responde la multitud desde el campo cuando arranca “Vuelan palos”. La gaita de Andrés Betancourt, que anteriormente había estado en “Los reyes de los buzones”, vuelve a escena para una brillante interpretación de “Por la ciudad”, a la que le sigue “Mañana” (¡qué gran letra, la puta madre!). La gente delira con “Va a escampar”, comienza a enloquecer con los primeros acordes de “El viejo”, y finalmente pierde totalmente la cordura con “El profeta”. Y así, tras dos horas y monedas de canciones, uno siente que descargó más que en 20 charlas con el psicólogo, quinces sesiones de reiki o diecisiete clases de alguna extraña terapia oriental.

JOSÉ SABÍA, UN PÁRRAFO APARTE

El 8 de Septiembre de 2007 la banda se despedía, se apagaban las luces, y la gente parecía dispuesta a emprender la retirada. El viernes pasado pasó algo parecido. Pero todavía quedaba tinta en el tintero, balas en la cartuchera: se enciende una luz en el escenario, y el Enano, (después de entonar “Hoy” acompañado únicamente por la trompeta de Ale Piccone) arrancaba con su acústica: “José sabía que no puede ser, que esos amores no pueden durar…”. Está vez, no había ido mi hermana más grande para subirme a sus hombros (de haber ido, tampoco hubiera podido, ya no tengo 15, sino 21, y si bien nunca fui grandote, los años pasan para todos). Tampoco me entra más mi remera del Villarreal de Riquelme, para revolearla en el viento como aquella vez en Ferro. Sin embargo, aunque el tiempo pase, hay cosas que no cambian nunca, como la emoción que inunda el pecho cada vez que suenan esos acordes mágicos, y las ganas de volver a un recital de La vela para, como dice un viejo tema, “festejar para sobrevivir”.

Foto: Gabo Lopez

 

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