Durante la década del noventa emergieron muchas bandas en la escena punk argentina, al tiempo que se consolidaron otras que venían de años anteriores. Cadena Perpetua puede ser el ejemplo de las primeras, mientras que Attaque 77 calza perfecto para las segundas.
Eran años de menemismo, del 1 a 1, de flexibilidad laboral, de la aparición de los discos compactos, de cualquier cantidad de bandas extranjeras visitando por primera vez Argentina. Pero también eran años de Festipunks, de programas under especializados en el género, de fanzines y diferentes tribus dentro de una misma escena que, a los golpes o no, crecía y se diferenciaba de lo que los medios masivos preferían difundir. Todo ese under, toda esa clandestinidad y autogestión del punk y géneros cercanos, recibía un mote que los unía: Alternativo. Así se lo llamaba, porque a excepción de cuando alguna banda cometía el error de visitar los programas de Cris Morena, Marcelo Hugo o su clon de Pelo Largo y de nombre Mario, tenías que arreglártelas si pretendías disfrutar de su arte, no era fácil acceder a ello.
El Parque Rivadavia, Cemento, El Fanzine Resistencia, por citar algunos, eran puntos de encuentro para quienes por aquellos años no eran mayoría dentro de un aula escolar, un colectivo, o simplemente cualquier barrio. La década del ‘80 había culminado con la salida del compilado Invasión 88, el cual resumía de algún modo la escena de aquellos comienzos de punk en nuestro país. Siguiendo esa línea, a principio de los noventa, el emblemático compilado Mentes Abiertas juntaba a muchas bandas del Buenos Aires Hardcore y alguna que otra punk como 2 Minutos, a los cuales catapultó a una carrera que los sacó de su barrio para permitirles girar por prácticamente todo América.
El punk en Argentina, espejo tardío de su par y fundador en Inglaterra, crecía, empezaba a poblarse, a trascender más allá de los propios límites fijados cuando los medios masivos le decían no a cualquiera que pretenda asomar la cabeza (cualquier que no fuese un careta). Y los medios, enemigos del género, pusieron especial atención en lo que empezaba a ser incontrolable, y decidieron domesticarlo para su consumo. Nirvana y su esplendor depresivo volvieron más fácil la tarea.
El punk encontraba “más lugar”, se volvió “más aceptado”, las aulas escolares comenzaban a nutrirse de chicos vestidos de negro. Lentamente, casi sin darnos cuenta, la escena under se volvió grande, y los mensajes de las bandas punks empezaron a cambiar, dando lugar a una tolerancia que terminó por equiparar todo, borrando todo espíritu de combate y destruyendo ese título de Alternativo: si no escuchabas rock en alguna de sus variantes, eras un pelotudo. Alternativo se volvió el que decidía no ir a recitales.
En mayo del ’94, Los Ramones pusieron en pausa al punk argentino. Una histeria masiva los igualó a cualquier artista carilindo, llenando el estadio de Vélez, poniéndole definitivamente el bozal al género.
El Bar y el concierto le ganaron las noches a los boliches. Las bandas se daban cuenta de que podían vivir de lo que hacían. Lamentablemente para el género, al punk le quedaron dos opciones: careta o cadáver. Las bandas transaron o eligieron morir. La mayoría eligió lo primero, insultando la historia, bastardeándola. Otras más dignas, murieron o mueren en la nada. El problema se da hoy, cuando muchas de esas bandas que transaron con el sistema se volvieron un desecho del mismo.
Al igual que en Inglaterra, el momento del punk pasó, y quien no logró cambiar lo suficiente para volverse masivo, un careta, quedó gravitando en el under, pero en formatos tristes y asquerosos. Lo peor de todo es que esos traidores aprendieron de quienes los exprimieron y hoy impulsan el mismo sistema comercial para un género que nació con otra concepción. Estas bandas se han convertido en una muralla impenetrable para quienes todavía apuestan a ese género combativo y alternativo.
El punk argentino sigue en pausa, desde mayo del 94, esperando el dedo de alguien que apriete el botón y destrabe esa imagen estancada y añejada. Esos dinosaurios que hoy monopolizan la escena, engañan a muchos jóvenes que concurren a conciertos que en nada se diferencian a otros auspiciados por empresas multinacionales. El punk verdadero hoy no lleva gente. Son muy pocas las bandas que se mantuvieron en la independencia, caso Sin Ley por citar alguna, y pocas también las que no acomodaron su discurso a una sociedad viciada de capitalismo. Es muy difícil encontrar un grupo que baje alguna línea políticamente incorrecta. Tan destruido está el género que me permito citar a la vergüenza de Charly García para amenazarlos: “…pero los dinosaurios van a desaparecer”.
Ilustración: Poli Menvielle.