Si en algún momento Nietzsche declaró la muerte de Dios, no quiero decepcionarlos pero –en líneas generales– creo que ya estamos en condiciones de afirmar lo mismo del amor.
En esta entrega vamos a prestarle atención a un tema de la gran banda de todos los tiempos, Sui Generis, y en especial a esta letra compuesta por Charly García para poder entender cómo el sistema capitalista atraviesa y condiciona nuestra forma de relacionarnos con algo que a simple vista parece tan fácil –pero que es increíblemente difícil– como la acción de amar.
¿Por qué digo que es complicado? Para ayudar a contestar esta pregunta, apelaré al filósofo marxista Erich Fromm, AKA ‘genio del mundo’, autor del recomendadísimo libro “El arte de amar” (que poco tiene que ver con la nefasta organización “El arte de vivir” liderada por Ravi Shankar AKA ‘gordo chanta’).
Pero primero, la canción: mientras que Andrés Calamaro habla de su “corazón en venta”, Charly reflexiona y canta lo siguiente en “Cuando comenzamos a nacer”:
Llenás tus valijas de amor y te vas
a buscar el cuerpo de una mujer
y descubrís que amar es más que una noche y juntos ver amanecer.
Poco a poco vos te conformás
si no es amor es tuya igual
y vos le das lo que te pida
pero si te ofrecen el final dirás:
igual me he de quedar,
porque soy yo, porque es mi vida.
No hay que ser muy pillo para entender a Sui Generis en este caso. García relata en pocas palabras dos cuestiones clave: la primera, que el amor no puede ser sólo esa sensación de placer que aparece cuando las condiciones están dadas (una buena noche, un hermoso amanecer). Y la segunda, que por lo general, el ser humano no está dispuesto a indagar acerca del amor: prefiere conformarse con tener a alguien al lado y ya. Gajes de la especie (?).
Lo que se está cuestionando es el concepto de amor que tenemos hoy día y que está regido por la misma lógica que rige al mercado. Para Fromm esto no es casualidad: «Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un intercambio mutuamente favorable. La felicidad del hombre moderno consiste en la excitación de contemplar las vidrieras de los negocios, y en comprar todo lo que pueda, ya sea al contado o a plazos”.
Y entonces concluye: “En una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito material constituye el valor predominante, no hay motivos para sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo esquema que gobierna el mercado de bienes y de trabajo”. Y volvemos al tema: “Si no es amor, es tuya igual…”, ¿les suena?.
En criollo, si creemos que el amor pasa por la necesidad estamos igualando ese sentimiento al de ir a comprar un repuesto para el termo que se nos rompió. Y los termos no son personas. “Ya no me sirve estar con él”, se escucha más de una vez como argumento válido para romper una relación. Como si el amor tuviera que servir para algo.
«Dos personas se enamoran cuando sienten que han encontrado el mejor objeto disponible en el mercado”, insiste Fromm. Triste, pero cierto: el amor ha muerto y el sistema lo ha asesinado.
Es por eso que mientras este sistema siga reproduciéndose, mientras los seres humanos sigamos queriendo encontrarle a todo lo que hacemos una utilidad productiva y concreta, el amor va a continuar enterrado en el fondo de la Tierra. Al menos, para quienes no estén dispuestos a prestarse a la difícil tarea de empezar a deshacerse de esas categorías y aprender a practicarlo.