Jeites y Láudano en Canciones: Rock del Siglo XXI

Hace unos años que estamos transitando una época donde asoman por diferentes frentes frases del estilo “el rock argentino está muerto”, o “no hay rock”, o el “rock no existe más”. Todas afirmaciones dudosas, tanto en su significante como en su significado. Lo más lógico, antes de pecar de soberbia y facilismo, sería actualizar la definición de la palabra rock. Sin irnos por las ramas (ya habrá tiempo para un análisis exclusivo en otra ocasión), el rock como palabra ha mutado, se ha bifurcado hacia otros campos, mestizándose, mixturándose a través de los años tanto en lo musical como en lo estructural e ideológico. Pero lejos está de morirse.

Así nos encontramos entonces con las bandas que animaron la velada de Niceto del pasado viernes. Si nos ponemos estrictamente musicales, Jeites y Láudano en Canciones (FOTO) no tienen nada de rock. Pero la primera, por ejemplo, tiene una formación igual que Manu Chao cuando nos viene a visitar y la segunda por momentos nos hace acordar mucho a Mimi Maura. Ok, seguimos lejos del rock como palabra, pero ya nos colamos en un viaje que nos lleva a aquel mestizaje del que hablábamos y que si seguimos escarbando llegaríamos a bandas ícono como Mano Negra y Los Fabulosos Cadillacs. De todas formas, seguirán los que pregunten: “¿y quién dijo que estás dos sí hacían rock?”. Sí, lo hacían, ¡y cómo!

Si vamos a la estructura, a todo lo que rodea a la música, las dos bandas viajan por el camino del rock. En cuanto a la difusión: radios de rock, suplementos gráficos de rock, portales digitales de rock (hola, acá estamos) y pequeños nichos de rock en la TV. Todo sirvió como promo previa para terminar la ecuación en Niceto, palermitano sin dudas, pero donde la música en vivo que predomina es la perteneciente al mundillo.

Arrancaba el set de Láudano en Canciones, y la figura de la cantante Florencia Albarracín resaltó por su voz, que deambulaba entre el inconsciente rockero (?) de Marcela Morello y la veta más latina de la ya nombrada Mimi. La mezcla de ritmos de nuestro continente (con fuerte predominio de América Central) se torna una constante invitación al baile. Y el público respondió sin quedarse quieto un instante.

“La jarana” y “Cosa de negros” ya le ponían aventura de entrada, con un sonido de alta calidad que se mantendrá durante los 50 minutos del set. El lugar ya estaba lleno y adelante del campo un público ampliamente femenino (¿70/30?) completaba una bella escenografía desde abajo del escenario.

La canción es el fuerte de la banda, que predomina en la propuesta de diferentes estilos lejanos a la distorsión y cercanos al chingui chingui del bueno. Llegó “La noche de San Pedro”, punto alto de la noche a pura música tropical, con la cantante tomando el acordeón, al igual que en otros momentos del show. Un Niceto inquieto y estallado saludaba la gran performance cantando “todo lo que tengo, todito, nada queda/ todo lo que tengo, todito te doy” en “Pa’ que lleves” aprobando la actuación, que se cumplió con creces a partir de buenas canciones comandadas por la cautivante voz de Albarracín.

El lugar se llenaba aún más. Las chicas se mostraban de punta en blanco, como si estuvieran en un boliche (bueno, en definitiva lo estaban). No se ven remeras de las bandas en cuestión. Hay musculosas finas, maquillaje y mini shorts. Y muchas ganas de bailar. Acá vuelve la discusión del rock que hablábamos antes, ¿no?

Se apagaron las luces y un largo video con gente tocando canciones de Jeites fue la previa para la salida de la banda. El mismo contenía todos los covers habidos y por haber en Youtube. Con un sonido al principio un tanto desprolijo que luego se fue acomodando, arrancó el show. La guitarra eléctrica de Francisco Halbach y la impronta rockera de la batería de Juan Francisco De Paula, ofrecen un comienzo más crudo que se vuelve más pachanguero cuando la cumbia empieza a ganar terreno a partir del cuarto tema. Allí entonces comenzaron a notarse más las sutilezas y las buenas letras, en un concierto cuyo objetivo fue repasar canciones de sus ocho años de historia.

“Karma”, con el guitarrista también despuntando con la trompeta, dio el toque de distinción, que luego también tuvo “Bienvenida”, generando uno de los mejores climas del show con espectadores enardecidos que saltan y bailan, mientras Joaquín Varela cantaba “será por eso somos libres como el mar y eso me asusta”.

El ida y vuelta constante entre el agite de baile y la tranquilidad fue la característica principal de un concierto que fue tomando vuelo con el correr de las canciones. “Cabálgalo” le devolvió un poquito de oscuridad a la noche e hizo el mismo juego que “Equilibrio”, regalando tranquilidad con la guitarra acústica y la calidad musical como protagonistas.

Los globos llegaron para el momento del hit. “Voce” hizo cantar a todos y el lugar repleto demostró cuanto gustan este tipo de bandas en la actualidad. No es rock, y muchas veces sus propios protagonistas se jactan de no serlo, al mismo tiempo que transitan su camino. Y el rock en Argentina fue cambiando y hoy la juventud baila, se divierte y ritualiza con bandas que se alejan del pogo más grande del mundo y se acercan más a mover las caderas y a cantar con los brazos abiertos.

El rock en sí mismo se adentró en un laberinto que aún no encuentra salida. Tal vez hacer rock en la actualidad sea no cerrarse en ese concepto cuadrado del alardeo del reviente, la distorsión y el alto volumen. Pero lo que es seguro es que los tiempos cambiaron y hoy la rockeamos bailando cumbia en Palermo. ¿Y qué?

 

FOTO: Ezequiel Bilbao.

 

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