¿Qué podés esperar de un domingo a la tardecita? No mucho. O sí, depresión. Y si encima dicho día tu equipo, que viene de capa caída, juega contra el puntero del campeonato, el panorama pinta aún peor. Y si a eso se le suma que tenés que estudiar… Bueno, digamos que el suicidio pasa a ser una opción más que viable…
Pocas cosas buenas pueden pasar un domingo a esa hora fatal, cuando el sol empieza a caer y la tristeza empieza a subir. El terrible lunes se avecina y vos caminás por la calle y ves, en la mirada de los transeúntes, cierta resignación, cierta sensación de tragedia inminente. Por más que lo intentes, dicho sentimiento también empieza a invadirte. Entonces caminás con la mirada perdida, y finalmente llegas a tu destino. En este caso, la avenida Santa fe al 4300, justo enfrente de Plaza Italia.
La banda que funcionó como aperitivo (La Condena de Cain), cumplió con creces su presencia en el escenario, de la mano de potentes melodías sostenidas por la presencia de la voz de su cantante y el estridente sonido de la guitarra. Y entonces, esa mueca, esa cara de desgano, empieza a cambiar.
Porque primero te comprás una cerveza, y está bien fría. Pero principalmente porque arriba del escenario se encienden las luces y salen unos muchachos (y una muchacha) a tocar. Y arrancan con un temazo que se llama “Como se curan las heridas”. Y después viene otro, que se llama “¿Qué podés dar?”, que también te encanta. Y como quien no quiere la cosa, tu garganta se va calentando, y te vas olvidando que mañana hay que laburar, y que el viernes tenés un final. Entonces tu cara se llena de furia para gritar “Basta!”. Y minutos después te ponés a saltar, porque el estribillo de “Ya no estás” es irresistible, y te olvidás también que minutos antes estabas a las puteadas porque te dolía el tobillo. Esto es Las Pelotas.
Al rato te calmás, bajás las revoluciones, no sea cosa que de tanto saltar te termines de romper el tobillo y el sábado siguiente no puedas jugar a la pelota. Y ya que estás, te pedís otra birra, no sea cosa que se seque la garganta, mientras escuchás “Como el viento”, “Siempre estará” y “Personalmente”. Pasan unos minutos (y algunos clásicos, como “Será”, o “Ñandú”) y empezás a entrar en calor de vuelta al ritmo de reggae con “Solito vas”. Y esa también te encanta, sobre todo la letra, pero más te gusta el trombón que sigue, ese que anuncia “Que estés sonriendo”.
Y vos pensabas que estabas bien así, tranquilito en el fondo tomando una cerveza, pero arranca “Esperando el milagro” y tenés que ir para adelante, tenés que dejar la lata en el piso (con todo el dolor del mundo) y ponerte a saltar adelante. Respirás unos segundos, pero apenas unos segundos, porque al instante nomás arranca “La clave del éxito”, y pensás en tanto buitre suelto que le hace honor a esa gran letra. Y después, te emocionás. Como tipo fuerte, de barrio, tratas de hacerte el otario, ¿cómo vas a llorar con una canción? Intentás disimular las lágrimas, pero es en vano, fracasás en el intento: “Sueños de mendigos” te puede, no hay con que darle. Largás un poco los mocos, mirás para todos lados haciéndote el boludo (no sea cosa que alguien te haya visto) y volvés al ruedo con “Movete”.
Y el final, directamente, es la gloria. Es meter un gol en la final del mundial, ganarse a la compañerita más linda del curso, agarrarse el mejor pedazo de vacío en un asado: “Bombachitas rosas”, “Capitán América” y “Brilla (Shine)”. Terminás de saltar con una sonrisa en la cara, y mientras emprendés la vuelta, la vida parece más linda. Después de todo, laburar al otro día no es tan grave, y el estudio puede esperar un rato más.
¿Qué podés esperar de un domingo a la tardecita? Depresión. Casi siempre, ya que de vez en cuando hay excepciones. Porque si tu equipo le gana al puntero del campeonato, la cosa pinta bien. Pero si encima después vas a ver un recital de Las Pelotas… Bueno, digamos que la felicidad, o algo que se parezca a eso, pasa a ser una opción más que viable…
Foto: Sole Iurato – Gentileza No Son Horas.