Se conocieron cuatro días antes. El martes se cruzaron en un kiosco, conversaron durante muchas horas y esa misma noche compartieron la cama. Ella desapareció luego del desayuno. Él sufrió como nunca antes la ausencia de señales, sin embargo cuando las esperanzas se le extinguían, ella lo invitó a ver una banda de rock. Él aceptó de inmediato mientras pensaba que lo más rockero que había visto en su vida era a Javier Malosetti.
Cuando se encontraron en la puerta de Groove, el beso fue prolongado, apretado y húmedo. Antes de entrar él leyó el cartel: “Hoy: Él Mató a un Policía Motorizado” y pensó que no podía ser peor, que lo único que le importaba era estar con ella. Tomados de la mano se mezclaron entre el público que colmaba el local y que sereno esperaba el comienzo del show. Juntos fumaron y cuando los músicos salieron a escena, ella corrió al encuentro de su banda favorita entre la gente que festejaba el arranque con “Navidad de los Santos” y “Mujeres bellas y fuertes”. Él dudó unos instantes, temió perderla otra vez, pero el viaje sonoro lo llevó. Lo llevó lejos pero en el mismo sitio. Durante “Chica Rutera”, “Más o menos bien” y “El día de los muertos”, navegó en un pogo tranquilo y sin efervescencia, desconociéndose a sí mismo.
El show avanzaba, eléctrico, alto el volumen. Canciones fáciles de cantar, canciones como besos. Ella todas las cantaba, todas las conocía. A su lado dos chicas se besaban con profundo amor, mientras sonaba “El día del Huracán” y salió a buscarlo. Lo encontró sacudiendo la cabeza al tiempo de “El último sereno”. Lo abrazó por detrás y le cantó al oído “…quiero caminar atrás del rincón oscuro y sentir temor…”.
Desde el escenario solo llegaban melodías y distorsión. Desde el piso versos, aplausos y brazos en alto. Llegaron “Navidad de Reserva”, “Yoni B”, “Mi próximo movimiento”, y ella lo empujó a bailar. Sus cuerpos se frotaban transpirados, gozaban del viento sónico que los platenses descargaban, no querían parar.
La última canción —“El fuego que hemos construido”— sonó con ellos mirándose a los ojos, como si El Mató estuviera tocando sólo para los dos. Como si el mundo se hubiera detenido. Los músicos se despidieron sin más, ellos salieron y caminaron en silencio por Santa Fe. Ambos sonreían, motivados por la música, por el amor. En la puerta del zoológico se besaron.
Foto: María Paula Villagra