Se acerca el verano y las casas que tienen patio se empiezan a ver rodeadas de amigos. Diciembre es un mes de festejos que anda en bici y ojotas. Kapanga tenía doble excusa para celebrar: su cumpleaños número 18 y la filmación de un nuevo DVD. La casa fue el Konex. Y el sábado el patio se llenó.
Vivir un recital de Kapanga es estar en un Facebook personificado. Es una red social de encuentros con desconocidos. Es la sensación de sentirse acompañado siendo un anónimo. Es un pogo constante. Es la cosificación del amor a través de una bandera. Es prometerse averiguar en Wikipedia quien fue el Gauchito Gil. Es jurar por Dalma y por Gianina que a la rolinga de al lado tuyo no la vas a besar porque te pusiste de novio hace un mes. Es sentirse en el viaje de egresados permanentemente.
Ejemplos de todas estas definiciones son la seguidilla de temas impulsados durante más de 120 minutos, a pesar del calor africano. “El albañil”, «Bisabuelo», «Mesa 4», «Elvis», «Mujeres», «Ramón» y «El Universal», entre otros, corroboran no solo que la banda quilmeña no usa maquillajes para expresar lo que piensan, sino que también dan cuenta de que El Mono Martín Fabio es el ejemplo triunfal del hombre común subido a un escenario. Apenas sabe tocar algunos acordes en la guitarra, pero a través de un humor atorrante y pinta de tío loco conquistó a muchos de la generación noventosa, quienes adoptaron sus canciones como declaraciones de principios.
La diáspora no es solo judía, sino que también es kapanguera. Banderas con insignias de diversos barrios porteños hacen pensar que la relación público/banda está cimentada bajo los efectos de la ósmosis. Mutuamente se van influenciando. A lo largo de casi dos décadas El Mono y sus secuaces jamás suspendieron un show. Así, no hay plata, ni dolor de cintura, ni hemorroides que permita al público no moverse. 100% nómades fidelizados.
Pasaron veranos, videos VHS, cambiaron ojotas y han sufrido algunos indecisos chaparrones, pero Kapanga sigue recibiendo y alimentando esa línea amistosa, en cualquier patio, en cualquier escenario. Son eso. Un diciembre eterno.
Foto extrapida de Tecnópolis (Mariano Sanda)