El amplio patio del Centro cultural Konex es un lindo lugar para ver cualquier espectáculo, pero si es un sábado templado de leve brisa, al atardecer mientras se desvanece noviembre, es mejor aún. El pasado 23 volvió a presentarse Arbolito, en ese espacio que le es tan familiar.
Quien abrió la noche fue Laura Ros, cantante de larga estirpe musical, que combina el más clásico folklore con un rock-folk, cercano al que los PorSuiGieco proponían a mediados de los ‘70. La intérprete nacida en Buenos Aires brindó un puñado de bonitas canciones con las que fue poniendo un poquito de ambiente a la agradable tarde que lentamente se convertía en noche, sobre todo cuando invitó al escenario a Pablo Giménez (gran músico que durante algunos años fue bajista de la Portuaria) y a Federico Gil Solá a ocupar la batería.
Hace un tiempo, en una conferencia, el escritor y periodista de rock, Diego Perri, autor de un libro sobre los Rolling Stones, dijo que el rock mestizo no existía, que eso no era rock. Que el rock que se fusiona con la cumbia no podía llamarse rock. Bueno es entonces descubrir allí una discrepancia, pues no cabe duda que los músicos de Arbolito conforman una banda de rock, no una tradicional, pero rock al fin. Cerca de las 20:30 Arbolito salió a escena y fueron recibidos a puro grito y manos al cielo, por un público que claramente los acompaña donde se presenten. Alguno de ellos llevaban remeras del Indio, otros con la leyenda “Zanon, 10 años de control obrero” y entre todos ellos muchísimos niños con camisetas con el logo de la banda. La música que estos egresados de la escuela de Música Popular de Avellaneda descargan desde 1998, es colorida, enérgica y energética, tal como cantan: “Pachamama, madre de todos los colores, Pachamama, madre de todos los amores”. El profeta de Jamaica diría positive vibration, eso es lo que transmiten desde el escenario.
Todos los instrumentos — sicus, flautas, charangos, bombos, clarinete y por supuesto guitarras eléctricas o acústicas, bajo y batería— fueron ejecutados con precisión y naturalidad, no importa en manos quién estuvieran. La tarea vocal — solistas o en arreglos para los cuatro cantantes— fue actuada con la misma precisión y buen gusto de los otros instrumentos, ayudada por el prolijísimo sonido que permitió que se escuchara con absoluta claridad la elaborada propuesta que Arbolito desplegó durante el show.
Las letras siempre son un punto muy alto. “Sobran”, “La Costumbre” o “Chacarera de la cloacas”, son solo ejemplos del compromiso social y latinoamericano que estos músicos tienen, como si el nombre de la banda —Arbolito fue el cacique ranquel que dio muerte al asesino General Rauch— no fuera suficiente para mostrar donde están parados. Tan sólida actuación hizo que una hora y veinte de canciones se percibiera como que el show recién empezaba. Sobre el final fueron invitados a compartir la música Laura Ros y Federico Gil Solá, quien junto a Diego Fariza ejecutó un increíble set, donde solo las baterías tuvieron el protagonismo.
Lo maravilloso de la música popular es que sobre un huayno pueda cantarse el estribillo de “Could you be loved” o mientras suena una chacarera se pueda cantar parte de una canción de León Gieco. Cinco fueron los bises, calientes, bien arriba, contagiando a un pogo que nada tenía que envidiarle al de un concierto de rock espeso. No había fanáticas ofreciendo sus pechos, sino niños sobre los hombros de sus padres que danzaban. “La arveja esperanza”, lisérgico y bailable, y una versión a toda flauta andina y base eléctrica de “El pibe de los astilleros” fueron el cierre, a pura fiesta, de una noche estrellada en el Konex a finales de noviembre.
Texto: Marcelo Riol
Foto: Marcela Colace