Cuando los papás de los muchachos de El Kuelgue se dijeron: “Che ¿y si ponemos cable, mi amor?”, no tenían ni la más puta idea de que en ese momento empezaban a llenar un Niceto veinte años años después. De que con ese nuevo consumo tan común por aquellos años, estaban dándole forma a la futura banda de sus por entonces pequeños hijos, y lanzando un disco llamado Ruli (2013). A los integrantes de El Kuelgue (y a su público) los moldeó la TV con cable y la mano nerviosa del zapping. Sin ir más lejos, su cantante Julián Kartun salió al escenario el pasado sábado 19 de octubre con una remera que llevaba la pantalla de señal de ajuste en el pecho, una completa exteriorización textil de lo que llevan adentro.
La banda zappinea entre los géneros y nunca se queda en uno, porque siente, con esa ansiedad televisiva, que en el género de al lado puede haber otra cosa mejor. Así cambian del reggae al pop como pasaban de Cablin a ESPN, pasan de la bossa nova al funk como pasaban de I-SAT a The Film Zone y así por más géneros (murga uruguaya, cumbia, cuarteto, rock, etc) muy bien ejecutados. Lo mismo ocurre con las letras que son twitteras, no por aforistas, sino por ser un cúmulo de frases inconexas que parecen el desordenado tránsito de la lectura gobernada por darle a la ruedita del mouse para abajo. De esta manera, El Kuelgue termina llevando adelante y afirmando una vez más el postulado primero de nuestra generación: entre permanecer igual o fluir, preferimos fluir. Somos, aunque no lo sepamos, todos heracliteanos.
En cuanto al público, llama la atención la conformación del mismo. En un aproximado 65% los espectadores de Niceto eran chicas, muy producidas y elegantes. Generalmente muchos se ponen trascendentales y dicen que la música es universal, pero a rigor de experiencias (este recital suma un poroto más), los públicos de las bandas son bien particulares y están atravesados por la hoja cuadriculada de la sociedad. Entonces: ¿El Kuelgue hace música para minitas? ¿Eso importa? ¿O es que realmente, aunque sueno poético, la música al final no es universal ni unisex como sí lo son algunas peluquerías?
Muchos más gestos propios de la generación Y se fueron intercalando durante el show en la pantalla montada tras el escenario: imágenes de cassettes, ladrillitos del Lego, imágenes de Alf, videos de Olmedo y Porcel, canciones pop de los ’90, entre otras simbologías. Pero por suerte para el público, y para los que nos gusta no poder atrapar las cosas tan rápido, Kartun deseó, fuera de su ironía, un feliz día de la lealtad peronista y sentenció que parece que los gorilas todavía la tienen adentro.
Durante toda la noche se evidenció que rodeando a El Kuelgue, además de mucho trabajo y gente talentosa, hay un fuerte concepto de banda que forma su estética y su destino. Pero una banda puede morir presa de su propia idea, entre las paredes invisibles pero eficaces de un concepto. A decir verdad, no parece ser este el caso de El Kuelgue. Disfrutan de una frescura, flexibilidad y humor que les va a permitir seguir transformándose y pasar, de ser receptores pasivos de una tradición cultural que los formó, a ser productores activos de una nueva cultura que los puede tener como protagonistas. Depende de ellos, de su gran capacidad festiva, de su público y de muchas otras cosas más que ni idea tenemos. Pero por lo pronto, felicitamos a sus papás por haber puesto y pagado o colgado del cable: nos dieron una gran banda.
Texto: Alejandro Chuca
Foto: Julieta Lapeña