Otra vuelta Cadillac: Una historia de amor

Musicalmente hablando, Los Fabulosos Cadillacs son como mi pareja. Toda una vida de sorpresas constantes  y cambios que me hicieron crecer a la par. Nunca me sentí desfasado con sus canciones. Todo lo contrario. Pero probablemente seamos una pareja desgastada. Son 28  años conviviendo, con muchas idas y vueltas. Es demasiado.

De todas formas acudí a su invitación una vez más. El punto de encuentro no era de mi agrado. Al aire libre, organizado por una empresa de celulares que solo le canjeaba entradas a su comunidad. Era visitante, sin dudas. Tan solo la intro de “Manuel Santillán, el león” me generó esa doble sensación: por un lado un rezongo de “siempre es lo mismo”, pero por el otro tener la certeza de que eso me gusta, y mucho. Y así, sucediéndose los temas, entre apostillas de “El aguijón” (desamor), “Demasiada presión” (excesos) o “Gallo rojo” (nostalgia), supe que en mi adolescencia fui feliz.

Un disco totalmente ninguneado en la anterior vuelta Cadillac, esta noche sorprendió con su fuerte presencia. No solo a mí, o a los (¿pocos?) fans presentes, sino también a todo el resto del público del Movistar Free Music que por unos minutos pensó que se había equivocado de lugar. Ya en el segundo tema, “El muerto” avisó que algo iba a pasar. Pero luego de “Calaveras y diablitos”, el logo de Fabulosos Calavera (1997) se adueñó de las pantallas y zarpó el combo oscuro, experimental y detonador: “Surfer calavera”, “Sábato” y “Piazzolla”.

Las tres al hilo, sin chistar. Cambios de ritmo, coqueteos con el jazz, el surf, el post punk y lo desconocido. Y un Fernando Ricciardi en batería descollando. Aquello que me enamoró en los primeros shows en vivo, y que me había dejado de suceder, volvió por un instante. La sorpresa. Nada mejor para recomponer una pareja. Eso sí, faltaba la viola de Ariel Minimal, y se notó.

El sonido, entre el frío y el miedo a la lluvia, era casi perfecto. Todo se escuchaba claro, bello (tal vez el bajo de Flavio por momentos saturaba la cuestión con su gran cantidad de pedales). Y si a eso le sumamos el poder de la melodía, de la canción, nada puede fallar.

Para alegría del público volvieron los clásicos. Todos a bailar con “Padre nuestro” en versión cumbiancha, a cantarle a sus hijos con “Vos sabés”, o a abrazar a su pareja en la eternamente emocionante “Siguiendo la luna”. “Saco azul” es esa especie de hit interno que nunca defrauda. Siempre está ahí presente, entrometiéndose entre los hits masivos, y yo viajo una vez más a la adolescencia, al año 1998 en el Teatro Broadway, donde vi la mejor versión que podrá existir alguna vez de esta canción. Y extraño los gritos de Valeria Bertuccelli, absolutamente necesarios para que el tema sea completo.

Y ahora sí, los mejores momentos del éxito Cadillac dicen presente con “Carnaval toda la vida” (de El León, 1991, pero masificada recién en el vivo Hola/Chau de 2001), “Mal bicho” (Rey Azúcar, 1995) y “Matador” (Vasos Vacíos, 1993). Es lo de siempre, pero necesario. Haz tu gracia. Todos la queremos disfrutar. Creo que son los tres temas que más veces vi y escuché en vivo en mi vida.

Los chicos crecen y tocan instrumentos. Así lo demuestran Astor Cianciarulo y Florián Fernández Capello, quienes suben para hacer “Guns of Brixton” con sus respectivos padres, Flavio en voz, y Vicentico en bajo. El tema resulta lo más potente y energético de la noche, con la sección de vientos luciéndose a cargo de Sergio Rotman (saxo) y las trompetas de Dany Lozano y Hugo Lobo.

La tristeza de “Los condenaditos” (esta noche convertida en un reggae fúnebre), me lleva a esos tiempos de 2001, 2002, en los que la banda desgastaba su repetitiva lista de temas, y en una dulce agonía, me avisaba que lo nuestro se iba a terminar por un tiempo. Por suerte, la bronca de “El satánico Dr. Cadillac” me devolvió las fuerzas.

Sobre el final del show me fui bien lejos en nuestra historia. Tuve seis años de nuevo y canté “nada, nada, no veo un carajo”, o repetí incansablemente la letra “o” de la mano de “Mi novia se cayó en un pozo ciego” y “Yo no me sentaría en tu mesa”, respectivamente (ambas de Yo Te Avisé, 1987). Nada más fácil de identificar es este último tema cuando arranca el inconfundible teclado de Mario Siperman.

Vicentico amagó a tirar la toalla al público, y todos aplaudieron pensando que lo iba a hacer. Pero no, no lo hizo. Nunca lo hizo. El chiste se repite desde quince años atrás. Yo me río de manera cómplice. El show terminó, y yo había quedado allí como un niño. Era un niño. Un niño feliz que le escuchaba los casettes a su hermano o los veía por la tele en Feliz Domingo. Y me fui. Sin saber si algún día los volveré a ver o no. Pero una vez más no me defraudaron. Es que tal vez no nos soportemos todo el tiempo, pero el amor es eterno y sigue ahí. Para siempre…

 

Texto: Sergio Visciglia

Foto: Julián Álvarez/Agencia Telam.

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