El Siempreterno: El fuego del amor

La banda liderada por Sergio Rotman calentó Groove con su último show del año. Cinco músicos y una ópera apocalíptica que confirma algo que muchos sospechamos: el fin del mundo ya llegó.

A esta altura de los hechos, a casi tres años del mítico debut en el Buenos Ayres Club de San Telmo, y con dos discos de estudio, ya está todo dicho: El Siempreterno es el gran supergrupo nacional de estos tiempos. La banda está integrada por Ariel Minimal en guitarra, Fernando Ricciardi en batería, Álvaro Sánchez en bajo y un monstruo de dos cabezas gigante, legendario, que nos lleva de la mano a un viaje único en su especie: Sergio Rotman y Midnerely Acevedo.

Más allá de lo que sucede arriba del escenario, hay una constante en los recitales de El Siempreterno que tiene lugar incluso antes de que empiece el show: esa noción del público de estar en el mejor lugar en el que podría estar en ese preciso momento. Y ahí se los veía el pasado jueves: expectantes, bajo una nube de humo, con cervezas que transpiraban en las manos y las ganas que se escapaban por todo el cuerpo. Esta vez, la espera no duró mucho, amenizada por Los rusos hijos de puta y Satan dealers en un Groove que, poco a poco, se fue llenando de melómanos que se acercaban hasta la zona agrícola-rockera del barrio de Palermo a despedir el invierno.

Alrededor de las diez de la noche la banda salió a escena acompañada de esa música algo fúnebre e inquietante que inaugura la ceremonia, y la guitarra de Rotman arremetió con la intro de “Bajo este sol”, dando inicio al ritual con uno de los himnos del primer disco que afirma aquello de que “no puede ser que esto sea amor, esta raza nunca sintió amor”. Para continuar hurgando en toda clase de miserias humanas, le siguieron “Traición” y “Cristianos”, dos canciones de su segundo álbum, Hacia el mar de carbón (2012), que dieron paso a “Love will tear us apart”, el clásico de Joy Division que Cienfuegos versionó en el disco Hacia el cosmos, allá por 1999.

Una vez más, todo estaba pasando ahí, en Buenos Aires, la ciudad que vibra constantemente a ritmo tropical pero que late con el rock y llega a impensados niveles de taquicardia con el punk. Las chicas y los chicos vestidos de negro, y aquellos que se convirtieron en mujeres y hombres en los ‘90 cantan con la boca bien abierta, saltan y levantan las manos como si algo se apoderara de ellos. Es que cuando toca El Siempreterno hay una fuerza mayor que nos exorciza un poco a todos. Y eso, entre el público, es de sabiduría popular.

El encuentro siguió alternando canciones de ambos discos de la banda y los covers “Fallas” (Todos tus muertos), “Moonage daydream” (David Bowie) y “Chinese rocks” (Ramones), casi tan festejados como los momentos en que Mimi se mueve lentamente, levanta una pierna de mujer enfundada en cuero y pisa uno de los monitores con su bota. Es indispensable hacer una mención especial para la versión hipnótica de “Hall of mirrors” del grupo alemán de música electrónica Kraftwerk, una pequeña pero profunda travesía cerebral de nueve minutos entre tanto punkito corto.

Después de “7-Eleven” y el clásico cienfueguino “La eternidad”, llegó el momento de los bises: “La vieja casa”, con baile incluido por parte de los anfitriones fundidos en un abrazo siempreterno, y el cover “Noviembre” (Décima víctima). Para el final, como nunca es suficiente, una versión más: “Baba O’Riley” de The Who que parece haber nacido, hace cuarenta años y a varios kilómetros de acá, para ser cantada por Mimi Maura.  A esa altura, Sergio saltaba como un adolescente en el “wasteland” que el mismo había creado, feliz -o al menos eso parecía-, abrazado a su mujer y a los miembros de la banda.

El pogo se apaga, las luces se encienden y todas las caras parecen indicar lo mismo: amigos, una vez más, “Viajamos un día escuchando al Siempreterno”.

 

FOTOS: María Paula Villagra

 

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