Tierra de Fuego: La mejor excusa para vernos

Llegar a la tarde a Lucille es reecontrarse con el amor. El amor entre personas, pero también el amor por la música y por todo un camino recorrido. Saludar uno por uno a los protagonistas de tantos grandes momentos vividos ya augura que la noche va a ser más que especial.

Ver a Nacho y a Fer es encontrarte en aquel viejo Roxy de 2005 pegando onda de entrada con dos desconocidos en un rally de entrevistas generalmente olvidables. Saludar a Agus es estar en Radio Fenix, descubrir “al que faltaba” y disfrutar un sarpado set acústico con canciones a las que me volvía adicto como “El baile de Jim Bean”, “El hombre del cascabel” o “El mono en la pared”.

Y ahí está Fafa, el mejor hacedor de fernets del universo y el dueño de todo viaje vivido y por vivir. Al lado Guille, el cuarto Tierra: toda la pasión en cada show desde al lado del escenario con el mejor stage/animador/amigo/fan que una banda puede tener.

Y entonces entra Dieguito, histórico sonidista, compañero de grandes batallas además en el Club Preimer o en las Noventosas de Uniclub. “Solo volvería a trabajar en trasnoche si hacés una fiesta vos”, me confiesa con tal piropo que lo abrazo por segunda vez en cuestión de segundos.

¿Cómo no va a venir desde temprano mi amigo Pablo? Si compartimos con Tierra tantas noches radiales y tantos shows increíbles. Así que ahí llega, y para rememorar viejos tiempos le pido “traete una coca para el fernet”. Con Juan, directo desde Uruguay, se completa el combo de la previa y mi mente viaja a ¿2009? cuando me subí a “cantar” por única vez a un escenario en La Trastienda de Montevideo (esta anécdota ya la conté en otra ocasión).

Antes de que empiece el show aparece Dani. No podía faltar mi compañera de aventuras en este hermoso camino que transitamos junto a los Tierra. Ya estamos todos, porque el lugar está completamente repleto rumbo a las entradas agotadas. Cada tres pasos me encuentro a gente conocida, viejos amigos de recitales, cada encuentro me lleva a un lugar diferente: Cátulo, Tabaco, El teatrito, Premier, Paseo La Plaza, ¡donde sea! Todo es nostalgia, pero también presente. Estar ahí, sentirlo, vivirlo. Fue ayer. Pero es hoy.

“I’m Benny Blanco, from the Bronx”, dice el audio y llega el disparo sobre Carlito. “Naufragios lunares” inaugura la velada. Cada canción es un mundo y, otra vez, un recuerdo bien presente. “El último extraño” es mi tema favorito y aplaudo mientras canto “porque el tiempo no pasa ni para vos, ni para mí” antes de escuchar el “nos encantaría no pensar por un rato” de “Volver a verte”, la frase que tengo en mi estado de Whatsapp desde el 23 de marzo de 2015.

Cuando suena “Ficción verdadera” mi mente figura aquellos tiempos de Fotolog cuando adelantaban la frase “el tipo hablaba solo, había un descompás” y yo flasheaba por ese nuevo tema que vendrá. Cuando Juan canta de invitado “Veinte abriles” afirmo que podría ser tranquilamente un tema La Chancha y me preguntó dónde quedaba esa pintada que una vez mi amigo Diego (que esta noche no está) me juró que vio en la pared de alguna casa en alguna calle: “la inocencia no es eterna, siempre la asesina alguien”.

La emoción de “Caramelos para quebrar la soledad” es imaginar qué será de la vida de aquella señora que le regaló la frase (y el caramelo) a Nacho y luego el “mientras tanto tocamos porque sí, siempre sin retorno” me encuentra en uno de los mejores regalos que me han hecho, cuando Tierra de Fuego y Juan Rosasco en Banda tocaron en la despedida del Club Palermo, ahí cuando Fer me hizo protagonista involuntario de la versión en castellano de “Walk on the wild side” de Lou Reed (“Sergio era su nombre, de pelo al pecho…”).

Los bises indican que se viene el final y todo Lucille corea con fuerza “No tengo excusas para verte”, pese a que estamos viéndonos con la mejor excusa posible. Y entonces, tengo que llorar porque llegan los créditos de la película, el “hasta siempre” (“pero no se lo tomen tan en serio”), enganchado a la perfección con el grito “músicos del futuro” que tira improvisadamente uno desde el público (el mismo que entona la frase allá por el lejano final del disco Súper Imposible Máquina Espacial). “Volveremos a vernos… en la próxima vida”.

Pero queda, obvio, el pogo más grande de Tierra de Fuego con la canción que todos en este mundo merecerían conocer para que su vida sea mejor: “El mono en la pared”. Adiós.

Los días siguientes sirven para ver todos los videos posibles que andan dando vueltas, para recordar esta noche que es presente. Para comprender lo feliz que me sentía disfrutando de esta banda, para recordar tantos grandes momentos vividos con tantos amigos que siempre estaban ahí, en shows, en fiestas, en rutas, en casas. Y ahí todo lo bueno se pone un toque triste, porque el tiempo pasó y eso hermoso que fue ya no está.

Les juro, todo el mundo que conoce Tierra de Fuego me dice “qué buenísima es esta banda”. Y sí, lo es. Mi banda favorita desde que escuché por primera vez Mil Días Después, cuando llegué a casa tras entrevistar a unos pibes que no conocía. Y, además de todo, son mis amigos.

FOTO: Pato Gutiérrez (Luz y Gama Fotografía)