Escúchame entre el ruido

“Hablar de las mujeres como cosa que hay que usar 
tener la pose macha y la voz del arrabal 
pero yo bien los conozco, no me pueden engañar, 
tienen mucho, mucho miedo que los llamen anormal” 

Moris

El sábado a la tarde veintidós de mis contactos habían compartido un video de YouTube. La chica tiene el pelo atado, mira a la cámara y dice: “Mi nombre es Mailén, hago este video para hacer una denuncia pública por dos violaciones en la mañana del domingo 10 de este mes por José Miguel del Pópolo, “Migue”, de La ola que quería ser chau.

Personalmente no me hace falta saber mucho más, pero miro el video y escucho cómo Mailén cuenta con detalles eso que tanto miedo nos da a todas las mujeres, lo último que quisiéramos vivir, lo peor: una violación, dos violaciones. Y si nos da miedo y esa sensación de vulnerabilidad es generalizada es porque esta sociedad nos ofrece la indescriptible posibilidad de enfrentarnos con eso en cada esquina, en cada colectivo que tomamos a la madrugada, en cada vez que estamos solas con un desconocido en el vagón del subte, en cada vez que corremos las cuadras desde la parada a casa, en cada taxi que tomamos para no correr esas cuadras o en la casa de tu ex pareja, como le pasó a Mailén. Todos los días, a toda hora, en todas partes, hay mujeres padeciendo su género; o mejor dicho, hombres que hacen padecer a las mujeres ni más ni menos que ser esto que somos, lo que nos tocó en suerte: personas de otro sexo.

Sin embargo, para entender mejor las cosas hay que dejar un poco de lado el micro e ir directo hacia el macro: detrás de cada grosería, de cada mirada inapropiada y de cada mano que se propasa hay un entramado muy complejo de relaciones, cultura y construcciones sociales que va a costar años desentrañar. Que ya está costando vidas, autoestimas, inseguridades, desvalorizaciones; el miedo nuestro de cada día. La televisión, las revistas, las redes sociales, la educación adaptada al género, los estereotipos, las generalizaciones, las ofertas de trabajo dispares, la diferencia salarial y un largo etcétera son el resultado de años de involución al servicio de la desigualdad y la violencia machista en todas sus dimensiones.

¿Por qué la música habría de quedar por fuera de ese entramado vulgar y perverso que hombres y mujeres sostenemos y alimentamos día a día? Porque es el espacio sagrado que todos nosotros queremos habitar. Las canciones son un lugar donde recurrir. La música es lo que nos hace seguir eligiendo el mundo con todo lo bueno y con todo lo malo que tiene para ofrecernos. Pero en el transcurso, nos olvidamos de algo indispensable: la música también está hecha por personas, de carne y hueso, con sus virtudes y sus defectos. Seres humanos que tienen un don único y hermoso: el de hacernos emocionar, pensar, creer, disfrutar y amar a través de su arte. Nada más. Y me parece necesario decirlo porque hay cierta edad en la que es difícil no caer en la idolatría absoluta y morir en el intento. Es necesario decirlo porque hay cierta edad en la que puede ser peligroso, y nunca va a estar de más advertir a alguien que no sabe, que no se da cuenta, que no quiere creer.

El rock también es un espacio adaptado a la fuerza a este sistema patriarcal en el que todos estamos flotando o hundiéndonos. La mayor parte de las bandas que nos gustan están conformadas íntegramente por hombres. La mayor parte de las críticas que leemos y de los programas de radio que escuchamos sobre esas mismas bandas también son escritas y conducidos por hombres. Las voces autorizadas suelen ser voces masculinas. El público está mayormente compuesto por hombres, sino en vez de “una banda de rock” es “una banda para minitas”, un grupo que no merece ser tomado en serio porque les gusta a las chicas y ellas le bajan el precio. Sin embargo, sigilosas o con bombos y platillos, las mujeres poco a poco nos hicimos un espacio para formar parte de esto que tanto nos gusta, para que nuestras voces se oigan, para tener la misma autoridad que un hombre, para hacernos escuchar entre el ruido: para que nunca más haya silencio.

Lo que les pasó a Mailén y a Rocío (ex novia de José Miguel del Pópolo que se sumó a la denuncia por abuso sexual y acoso), eso a lo que todas le tenemos tanto miedo, es producto de la reproducción constante de un mundo que ya no va más, que nos quedó viejo y chico hace rato. Cada uno de nosotros, desde nuestro lugar, podemos hacer algo para cambiar las cosas: por empezar, no callarnos la boca nunca más.

El próximo sábado, una semana después de que Mailén tomara la valiente decisión de subir su testimonio, habrá una movilización a Plaza de Mayo bajo la consigna “Basta de abusadores y violadores en el rock”. Porque queremos que la música siga siendo eso que llena todo de sentido alrededor, entonces, en vez de perpetuar en ella todo lo que no nos gusta de esta sociedad, vamos a empezar por ella para cambiarlo todo. De principio a fin, contra todos los males de este mundo.