Los Caligaris: Antihéroes nocturnos

Hay actores que están hechos para ser antihéroes. No hay vuelta que darle. Diego Peretti, por ejemplo. Será por su nariz, por sus gestos, o quién sabe por qué, pero el Peretti es propenso a esos papeles que tan bien le salen. Según esa gran fuente de conocimiento que es Wikipedia, un antihéroe es “un personaje de ficción que tiene algunas características que son antitéticas comparadas con las del héroe tradicional”. Sin embargo, los antihéroes generalmente caer mejor que los héroes: porque tienen algo, quizás su torpeza, su falta de fortuna, sus constantes desengaños amorosos o algún otro factor difícil de dilucidar, pero la cuestión es que estos seres suelen ser tipos queribles. Muchas canciones de Los Caligaris tienen eso, una mezcla de mala suerte, nostalgia y ternura, que los hace queribles.

“…no me vengan con Freud, ¿qué me importa Lacan? No hay mejor terapia que bailar”. No hay chances de pasarla mal en un recital de una banda con una letra así. No hay absolutamente ninguna chance, está clínicamente comprobado que es imposible. Ya había pasado la cuenta regresiva en la pantalla de La Trastienda, ya había pasado “Cada vez”, con la que los cordobeses abrieron la noche, y “Bailarín apocalíptico”, canción que contiene esa mágica frase, ponía a la gente a mover las caderas. Hay circo arriba del escenario cuando el cuartetazo llega a San Telmo con “Nadie es perfecto” y la terrible historia de Cara de Pipa.

“Quizás yo nunca llegué a ser lo que buscás, quereme así yo a vos te quiero… te juro intento pero sale todo mal, quereme así yo a vos te quiero…”, se bajan las luces, se tranquiliza el ambiente, alguno cambia el fernet por agua mineral y arranca una serie de hitazos antihéroes (esta denominación, que puede sonar estúpida, es una invención de este cronista en un intento por ser original, por lo que es a él quien debieran dirigir las críticas). Pasa “Quereme así”, y llega “Saber perder”, nostalgia en estado puro. Después de “El oasis”, “No estás” hace saltar a todo el mundo, y finalmente “Entre vos y yo”, temazo que cierra la tanda.

“Porque de Córdoba son, mis tres amores, mujeres, cuartetazo y alfajores…”. La Trastienda, que a esa altura ya se parece más un baile cordobés, se pone a danzar nuevamente con “Mis 3 amores”, que da lugar a un temazo cómo “Me gusta portarme mal”. Raúl Sencillez, baterista y showman total, agarra el micrófono para “La carta”, seguida por “La montaña” (¿a quién no le habrán dado ganas de irse a vivir a la montaña mientras sonaba este temón?). “Asado y fernet” es la antesala de “Razón”, una de las canciones más lindas y coreadas de la noche. Cuando llega la genial “Mi estanciera y yo”, se ve mucha remera revoleada al aire, a pesar del frio invierno porteño.

“Hay tantas cosas que se pueden complicar, pero antes muerto que dejar de soñar…”. “Kilómetros”, anteúltima pista de la noche, es un atentado para cualquier garganta sana. Desde abajo, da la sensación de que esos muchachos parados sobre el escenario tienen la fiesta incorporada, y evitar el contagio es casi imposible. “Tyson” es el punto final. Se despiden los antihéroes cordobeses y se cierra el telón, se termina el fernet y las remeras vuelven a su lugar. Pero algo queda en el aire. Algo que no se puede ver, pero se percibe, se siente. Unas extrañas partículas de alegría aún sobreviven, y eso, en los tiempos que corren, no es poco. No es poco.

 

FOTOS: Daniela Milana.