Boom Boom Kid: Lo bueno en frasco chico

El valor de la entrada para Boom Boom Kid es más bajo del de cualquier banda de su convocatoria, en el mismo lugar o dónde sea. Entrando, adelante, un puesto vende —mucho más barato que en cualquier local de la calle— sus discos, remeras, libros, fanzines, y todo eso que produce el Nekro, gigante de un metro y medio. Los pibes y las pibas esperan sentados en el suelo de Vorterix, y a unos cuantos, por más pogo que vayan a hacer, no se los puede llamar así, son de la época de Anesthesia (1995).

El escenario decorado con dos calabazas luminosas y una tabla de surf espera, primero a la banda, segundos después al cantante, y finalmente el abrazo de cada canción.

Arranca con “Entre nos”, y enseguida un pogo dificilísimo de describir. En cinco minutos pasa de todo: casi tres canciones, Boom Boom Kid revolea el micrófono y sus dreadlocks, y el público incansable corre a la misma velocidad. No hay nada por mejorar, la batería aporta la potencia, las cuerdas invitan a surfear y sacudir, y Nekro le pone melodía a ideas que nadie puede contradecir.

No muere solo en palabras. Octavo o séptimo tema, “Take my hand”, y en ese mar de gente que se empuja con una sonrisa, si te caes, te levanta, te revolea y otra vez a bailar. “It´s a Little bit complicated” imaginar a esos pibes en un trabajo, en la escuela, siendo parte de esa locura.

Después de velocísimas canciones, recién ahí, BBK saluda: “Buenas noches, gracias por venir”, y regala un dulce. Suenan “Donde” y “Tomar helado”, “She runaway” y “I do”; este último esparce el pogo por todo el piso de Vorterix.

Los treintañeros no dan más y se escabullen hacia el fondo y los costados. A nadie le hace ruido cantar en inglés. No hay uno que se desubique con el otro. ¿Los diez tipos del personalidad de seguridad de la valla del escenario acariciaban a los que nadaban por arriba de la gente?

Boom Boom Kid es una locomotora, va dejando muchas canciones atrás. Emana humo. Salta, patea, baila, sonríe, tira un beso. Toca una de Fun People, “Sin color”, y luego en el respiro agrega unas palabras: “Dejar a los niños crecer en paz”. Serían unas veintilargas cuando tira la tabla de surf al público. Muchos intentan pararse encima, solo un pibe, y después una piba de rastas, lo logran.

Nekro se saca la camisa y queda con una remera de lentejuelas, cantando “Pon tu corazón en la música”. A lo Celia Cruz dice “rico”, “sabor”. La respuesta es un carnaval tosco, como de indios de películas, celebran y cantan sacudiendo las palmas de las manos hacia el techo.

Siguen las canciones, de cada CD, de cada EP, de cada vinilo, de cada minuto en la vida del Nekro, que parece quedar siempre registrado en alguna manifestación de amor, en algún reclamo de derechos, o alguna patada que espabile.

Se le nota el disfrute a lo largo del bloque de temas de Fun People. “Anabel” y “Bad Influence” mantienen el espíritu de aquél septiembre del ‘95 en Teatro Arlequines, cuando “Cae el sol”. En “Distinto” baja a cantar junto a los pibes que se amontonaban contras las vallas. Después sube, patina y le queda servida para rebotar por el piso, para moverse como una serpiente electrificada.

No es ilógico que les arrebate el suspiro a muchos de los que bailaron la hora y cuarenta que duró la presentación. Nadie sabe de dónde salió ese gigante que se despide con un “Muchas gracias Buenos Aires”. Apátrida, gentil, rabioso, libre, activista, altruista, fotogénico, así y más, termina, revolea su camisa a la gente, y se va Boom Boom Kid. En la esquina de Vorterix un puestito de hamburguesas vende poco, deberíamos entender por qué.

 

Foto: Federico Otto Gaubeca