Buenos Aires Rap: Rimar las contradicciones

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Del 2005 al 2008 se triplicaron las casas con acceso a internet por banda ancha en toda Argentina y del 2008 al 2012 se quintuplicaron para que la banda ancha se expanda, como agua que inunda, definitivamente por todo el país. ¿Qué efectos va a traer todo ese fácil acceso a la música mundial en la producción de la música nacional? Todavía no tenemos ni idea. Pero sí sabemos de un primer efecto: existe un profuso hip hop nacional que viene creciendo. Que gracias al inaugural documental “Buenos Aires Rap”, estrenado el pasado viernes en el BAFICI, empieza a tener entidad y sentido a la unión de las palabras “hip hop” y “Argentina”.

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“Buenos Aires Rap” es una coproducción independiente de Sebastián Muñoz (sociólogo), Siro Bercetche (comunicador social y músico) y Diane Ghogomu (cantante y especialista en estudios afroamericanos) que entendieron muy bien que internet es la condición de posibilidad para el rap en Buenos Aires. Ya que durante toda la película la estética y el fluido de la web no dejan de estar presentes. Pero a su vez, el documental también da cuenta de una prehistoria del hip hop nacional (con perlitas de archivo) que arranca en los principios de los ‘90 con IKV, Jazzy Mel y Actitud María Marta, entre otros.

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Lo que podríamos llamar rápidamente el proceso de globalización dentro del ámbito de la música, el cual es siempre más una expansión de la cultura estadounidense que un movimiento global, se puede dividir en dos procesos distintos para el caso de Argentina y el hip hop nacional:

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Un primer momento comenzado durante el regreso a la democracia en 1983, donde la música internacional vuelve a penetrar en el país y empieza a sonar en las FM que se proliferaron sobre todo en los ‘90. En esa década también aparece un actor fundamental: los canales de música, con MTV a la cabeza, que empiezan a difundir video clips, pero sobre todo, la estética correspondiente a esos sonidos (vale la pena recordar acá los vistosos videos de IKV y su estética rupturista). Este periodo igualmente aparece configurado por una dualidad mucho más marcada entre lo que era el mainstrem y el under, en donde la difusión de lo que quedaba por fuera de las radios, canales de tv y revistas especializadas se volvía más difícil. Por esa razón, como explica el documental, la difusión del hip hop fue limitada en aquellos años.

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En un segundo momento esto se transforma, y con la proliferación de la banda ancha en el país, el acceso a la música deja de estar mediado y depende más de la curiosidad y voluntad del usuario. De esta manera, si bien la influencia de grandes medios no deja de existir, comienza a ser posible el descubrimiento de nuevas músicas propulsado por la investigación naufragante en internet. Kazaa, Ares, Emule, Youtube, MSN, Facebook, Grooveshark y otros dispositivos como el mp3 empiezan a posibilitar un cúmulo de influencias nuevas que revientan intensamente las cabezas de muchos adolescentes en la oscuridad de la madrugada y la PC.

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Todos esos megas de música bajados (Public Enemy, Beastie Boys, Tupac, Eminem, etc.) todavía no terminaron de licuarse en el bocho de estos artistas. Y como demuestra el documental, esta generación de jóvenes (la mayoría nacidos entre mediados de los 80’ y comienzos de los 90’) recién está lanzando su primer o segundo disco, y lo que está por venir es más grande de lo que ya pasó. En ese sentido el hip hop, como otras músicas alternativas como el funk, está eyectado hacia el futuro y de acá a 10 años, por redondear un tiempo, una parte de la escena musical nacional puede llegar a pertenecerles.

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De esa importación de influencias no deja de surgir de todos modos una especie de contradicción que los participantes del documental intentan suturar. ¿Cómo decirse argentino y copiar una música yanqui? Algunos directamente anhelaron con ser negros y solucionar ese problema con la nostalgia, otros, menos esencialistas, reflexionaban diciendo que el hip hop nacional no se hace en el Bronx sino en Ciudad Oculta, Villa Crespo o La Matanza, y que el contexto los influencia y cantan lo que viven, experimentan y, en muchos casos, sufren de la injusticia social.

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Un gran logro del documental es su ritmo, justamente, su flow. Como río que baja, no se detiene en nada pero no deja de arrasar con toda una escena profusa y tan policlasista como el fútbol. De ese modo, pasa de un lugar a otro, de un artista a otro, va y vuelve por las clases sociales, como si se trataran de pestañas del navegador, que se ignoran por un rato para luego ser retomadas. Y a su vez, se destacan, los pequeños toques de humor que te hacen desvincular la idea de documental con objetividad y frialdad, sin que por ello se pierda la seriedad de un extenso trabajo de investigación.

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No se puede dejar de enfatizar dos grandes momentos del film. Uno: ¡existe un hip hop evangelista! Sí, cantan sobre Dios con buzos grandes, cadencias en el andar y ritmas con palabras como “camino”, “santo”, “amor” y “Jesus”. El otro: la profunda investigación en lo que podríamos llamar los marginales de los marginales. Cuando el documental da cuenta de la existencia de inmigrantes, tanto de países limítrofes como afroamericanos, que son discriminados por los propios argentinos de clases populares. En un momento, pleno de lucidez, un MC boliviano radicado en Argentina, sentencia: “Me dicen que venimos acá a ocupar sus tierras y robar su trabajo, pero no saben que estas tierras nos pertenecen a nosotros hace más de 1500 años y que hace 500 años ellos nos exterminaron. ¿Quién invadió a quién?” El hip hop es eso, brother, cantar la justa.  

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Al final de la proyección del documental, se organizó un recital en el Centro Cultural Recoleta. Allí participaron el Doc de Lo’ Pibitos, Clan Oculto, 07scovar y Asterisco. La mayoría proveniente del Conurbano, los MC se subieron al escenario del barrio de Recoleta, que atrás lucía un cartel amarrillo y gigante del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Las contradicciones fueron intensas y disfrutadas, porque Asterisco, no tuvo miedo en bardear con estudiosa inteligencia al gobierno nacional y sobre todo al gobierno de la ciudad, al grito de “Macri fiolo” acompañado por el público. El mismo Macri es quién financia y da el lugar para el BAFICI y para el recital mismo. Pero, ¿el estado no debería hacer eso siempre? Una verdadera concepción del estado liberal debe financiar hasta lo que no le conviene, como ocurre también con el financiamiento que da el CONICET para las investigaciones sobre el anarquismo argentino, para dar cabida a las propias contradicciones que siempre forman a una nación. El miércoles 9 a las 11.45 y el viernes 11 a las 1.15, el estado le vuelve dar un lugar al hip hop para que diga, con momentos de lucidez, que la situación social es una mierda y que los políticos son todos unos fachos. Es que contradicción, ya lo saben, rima con acción.