No Te Va Gustar: ¿Quién me para hoy?

Todas las bandas tienen sus canciones marca registrada. Algunas las exprimen más, otras menos. Algunas las encuentran rápido, otras con ya varios discos a cuestas. Se podría decir que No Te Va Gustar encontró su marca allá por su tercer disco de estudio con el hit “Al vacío” y la consolidó un par de álbumes después cuando “Tan lejos” rompió absolutamente con todo. Estos temas, sin embargo, por ese entonces eran la excepción y no la regla, en una banda que no sabías con qué estilo te ibas a encontrar en la siguiente canción. Tal vez por eso sigan siendo tan bien recibidos en los shows (además de ser temazos, claro), y pesen más en el vivo que otros hits de la misma característica pero más nuevos, como “A las nueve” o “Ese maldito momento”. Es que estos ahora son regla, y las excepciones de los últimos discos, como “El error”, “Viajando sin espada” o “Comodín”, que escapan de aquella marca, se festejan con mayor efusividad. En un mundillo tan conservador, se podría decir que a veces, lo distinto termina siendo lo más aceptado por el público. No es casualidad que esto pase en No Te Va Gustar, una banda que siempre apuesta un poco más. De todas formas, la marca registrada es una línea fina entre la identidad y la repetición, y hay que estar atento a no salirse de esa frontera.

El campo del Estadio Malvinas es un hervidero. No entra más nadie y el calor se emana desde el epicentro prendido fuego hacia el aire libre de los límites, que ofrece respiro en el pasto que rodea la sala (menos mal). La juventud se agolpa con esa impunidad característica y esa magia que tiene el recital de no importarte abrazar el chivo del otro, ni de golpearte contra la mole más gigante, sin importar sexo, tamaño o nivel de transpiración. Solo importa sentir lo que está sucediendo.

La calidad que ofrece No Te Va Gustar es plena: el sonido encuentra la perfección desde el minuto cero con claridad y contundencia, las luces juegan de primera con una pantalla gigante que sirve como escenografía reinante. En una banda que tiene ejecutantes exquisitos, los vientos son siempre la joyita más preciada (como la descose con el saxo Mauricio Ortiz, por favor) y la guitarra de Pablo Coniberti gana cada vez más protagonismo y cantidad de solos.

Como ya habíamos resaltado luego del show en Vélez Sarsfield en abril del año pasado, Emiliano Brancciari ya es un frontman con todas las letras: canta, toca la guitarra, baila, charla y nos introduce en la historia de varias canciones. Nos enteramos de que “No necesito nada” se la dedicó a una ex cuando cumplieron un año de novios y luego se pelearon (¡sepan esto todos ustedes que se la cantan a su pareja!). También, como aquella vez que dijo que “Verte reír” no era para una enamorada que se moría sino para la Argentina en 2001, vuelve a romper mitos de ternura y amor al contar que “El error” no fue un dolor interminable de una pareja conflictuada sino un error (justamente) de entrar a una habitación de hotel que no le correspondía, y que lo hizo toparse con una anciana sentada en el inodoro del baño.

Toda la prolífica discografía viaja a través de casi tres horas de show, con “Prendido fuego” como el adelanto de lo que se vendrá el año que viene, y con la convivencia de Soda Stereo (“Cuando pase el temblor”), Los Redondos (el clásico fragmento de “Todo un palo” en “Te voy a llevar”) y ahora también el Potro Rodrigo, je. Para destacar la presentación de todo el staff técnico, subiendo uno por uno al escenario.

La nostalgia tiene ese maldito poder de hacerte creer que todo tiempo pasado fue mejor. Pero además de esta cuota importante y sin dudas existente, cuando aparecen a través de la noche viejas canciones como “Nada para ver”, “Como brillaba tu alma” o “La única voz”, la luz que ilumina la magia de una canción parece brillar más fuerte.

El calor es extremo afuera pero al salir es un alivio necesario y parece que estamos caminando en un capítulo de la serie Lilyhammer (¿no la viste? ¡Mirala!). El Malvinas es un lindo lugar pero su salida a la noche se conjuga con bondis y tachos que deciden no parar para llevarte. Así que a tomar una birra a la salida que sale la mitad que un agua adentro, a escaparse de los tentadores patys completos callejeros, a rodear el cementerio, toparse con una batucada de medianoche en la puerta del mismo (el mejor lugar, no molestan con el ruido a nadie, o si…), a caminar, y a llegar hambriento a tu casa para darte cuenta de que no tenés un joraca para comer.

Y a decir “che, que buena banda, se la están re perdiendo los rockeros prejuiciosos que hace como diez años están diciendo que es una moda pasajera”.

 

Foto: Julieta Raso.

 

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