Villanos: Trabajo para un superhéroe

Los plomos de Ricardo guardaban todo. Las hordas metaleras desagotaban el Teatro en una marcha etílica que se perdía hacia los dos extremos de la Avenida Rivadavia.  A dos cuadras de los veinte años de Almafuerte, Villanos volvía luego de cuatro años sin tocar en la ciudad. Asbury Music Club era el escenario de un regreso poco anunciado. Niko Villano, único histórico de la banda en la vuelta.

La última banda telonera se calló a la una de la mañana. Desde ese momento hasta las dos y diez, horario en que Villanos apareció en escena, la ansiedad del público fue creciendo, hasta enfurecer a algunos, representados en una voz perdida que gritaba a cada rato: ¡Dale narigón falopero!

Luego de varios falsos amagues, cuando la cortina clásica de Titanes en el Ring sonó por los parlantes, el teloncito del Asbury se levantó para otro preámbulo innecesario.

Los conductores del programa televisivo “Banda Soporte” aparecieron a modo de presentadores, arengando a la fiesta, y suplicando con poco disimulo y mucho interés, que los presentes sigan a Villanos en este intento de regreso. A su término, en algo parecido a las interminables puertas de la presentación del Superagente 86, otro presentador más: El reidor “Lombriz” de Duro De Domar, quien claro, sonreía.

Luego de cuatro años, y una hora después de la última banda telonera, Villanos volvió con la guitarra desafinada. Poco le importó a la mayoría de las doscientas personas que se acercaron al Asbury. Todos agitaron la canción “Linea”, que por una serie de indicios maneja un doble sentido fácil, trillado como la fina.

La segunda canción que sonó fue “Claudia trampa”. Ahí los desperfectos fueron del bajo, motivando el cambio por un muleto. Niko Villano, el único histórico de la banda, lucía encendido en lo que a hablar entre tema y tema se refiere. Duro de domar en el escenario, buscaba bebidas que no terminaba tomando, botellas de agua que vaciaba sobre el público, o aerosoles para tirar espuma a los presentes.

El cantante acaparaba todas las miradas. El bajista, con sobre excitación, se movía más acorde a un pibe que baila arriba de un parlante en un boliche, que a una banda que pregona el rock & roll cabeza. El baterista y el guitarra, firmes en lo suyo, aportaron una interpretación solida que no termina brillando. Es que en el resultado conjunto de la música Villana, emergen las letras y las estructuras básicas, que solo resultan en un  público adolescente.

Las canciones fueron sobreviniendo en un espectáculo caluroso que agitaba más de la cuenta al cantante. Ya por la canción diecisiete, “Hasta la muerte”, promediando la mitad del recital, alguno prefirió abandonar el recinto. Al igual que estas duras líneas.