La Familia de Ukeleles: Los límites de lo acústico

Hoy en día ser retro o vintage no exige heroísmo, como tampoco una relación amistosa con el polvo y las bauleras. Ser retro hoy en día es fácil, tan fácil, que parece ser que está de moda. Con el cómodo acceso a la información del pasado, cualquiera puede imitar el look o la música de la década del ‘50 a la perfección. Pero así y todo no basta con Google o con Youtube para armar una buena banda, hacer bailar durante todo un recital y tener mucho swing como lo hace la Familia de Ukeleles.

Aunque igualmente quien estuvo el último jueves 23 viendo a la Familia de Ukeleles en Matienzo, no vio ni por asomo la mejor versión de la banda. Sin que ellos lo sepan, dieron un show que sentó un precedente en su corta historia. La banda conoció, en la incomodidad del escenario, el límite de su propio sonido. Pero no en cuanto a su calidad, sino en cuanto a la potencia de sus instrumentos. A tal punto que el murmullo de las personas presentes en el recital emparejaba la potencia de los ukeleles tocados en forma acústica. Los que los llevó a la extraña necesidad de pedir silencio, de la misma manera que nos hacían callar en la escuela.

El momento fue tal acontecimiento que Matias Martinelli concluyó en vivo, que ese show provocaba un replanteo en el sonido de la banda.  Es que quizá la Familia de Ukeleles sea una banda propia de una época de consumos que se corren finalmente de la lógica de la masificación del capitalismo fordista. La cual en la industria del entretenimiento y en la música tuvo y tiene su manifestación en la idea del éxito medido en términos demográficos, en donde en cuanto más gente haya en lugares cada vez más grandes, más exitosa es una banda. El tipo de sonido que propone la Familia de Ukeleles, estimula a pensar que quizá sea una banda que deba ajustarse (sin que eso sea un límite) a tocar y mostrar su arte en lugares más chicos y con un público reducido pero especifico y fiel, si es que desean mantener su condición acústica. O quizá ya empiece a ser el momento de abandonar el acusticismo que reina en la música independiente porteña (surgido gracias a las limitaciones para tocar en la época postcromañon) para meterle amplificación a los ukeleles y sonar para todos.

Pero a pesar del mal momento, fue el mismo Martinelli quien lidero el levantamiento y revitalización del recital. Gracias a las parejas que invitaron a bailar swing, pudimos viajar a pretéritas décadas del siglo XX y, en vez de vérnoslas con el olor húmedo y ruin de lo viejo, el show termino invadido por la vitalidad y plenitud de un swing que te deja con una nostalgia de la buena. Demostrando, ahora sí, algo del heroísmo que implica enfrentar los malos ratos y revertirlos con estilo y elegancia.

 

Texto: Alejandro Chuca
Foto: Julieta Lapeña