Karamelo Santo: Esto es un asalto

Minga que la inseguridad es una sensación. El viernes fuimos víctimas de un acto delictivo, señores. Pasadas las nueve y media de la noche en el ND Ateneo se presentó una banda que se llevó todo lo que había en el teatro. De ropa informal y oficiando como la vieja guardia malechora, gritaron “manos arriba”, y bang bang. No perdonaron a nadie. Mujeres, niños, jóvenes y adultos. Convulsión. Griterío. Corridas, saltos y más. La banda apodada Karamelo Santo se llevó un motín multimillonario. Nadie hizo la denuncia. Insólito.

Llegaron en grupo comando, y se subieron al escenario armados hasta los dientes. En la oscuridad de la sala solo se veía un telón de fondo con el nombre de la agrupación y dos banderas de los pueblos originarios en cada vértice. Entre el murmullo se escucha: “Ma, te amo”. Un bonsái rubio le expresa el miedo a su joven madre y ahí nadie entiende nada. Un niño entre los adultos, el rasta de al lado se entera de que la chica que lo acompaña y le gusta volvió con el novio, el porro no pega, y una flaca sub 45 ofrece la birra más caliente del mundo. Suena un ukelele, una luz blanca hace foco en Gody Corominas, una de las voces de la banda que a capella y en modo canción de cuna canta “Grita la Pachamama”. El nene no tiene más miedo. El secuestro es un éxito y el síndrome de Estocolmo se nos caga de risa mirándonos a la cara.

La introducción es suave. Ya se dijo, son malechores de la vieja escuela. Tratan bien a sus víctimas. Cantan canciones tranquilas para que los nervios se disipen. “Colocón”, “La vida es la razón”, “Barajas”, son su carta de presentación. Pero todo se va al carajo. Piro, el otro líder, se enfurece, empieza a correr de lado a lado por todo el escenario, es el Demonio de Tazmania en vivo. El bajista es un sátiro suelto que anda en cuero por Capital Federal: Diego Aput no tiene un bajo, tiene un arma de destrucción masiva que persuade los oídos. Dispara y va. Es un kamikaze que estrangula la pasividad. Son más de diez personas en escena cantando “So much trouble in the world”. Siguen “Estribillo” y “Llevate mi corazón”. No hay vuelta atrás. Están todos jugados. Se armó el bailongo.

Karamelo Santo es una banda que improvisa. Y esa faceta en un grupo que vive de la intimidación del otro es un peligro. Porque encima de jugar con la vulnerabilidad del público, no tienen nada organizado. Cualquier cosa puede pasar: “Tienen que estar preparados para todo. ¿Se bancan los cambios de planes?”, pregunta Piro. Y ahí, cuando estás en el viaje y perdés la brújula te quedan dos opciones: volver para atrás y hacer el caminito ya conocido, o seguir y ver que pasa. La respuesta fue unánime. Había nafta hasta para llegar a Mongolia. A la teoría de conjuntos el público y la banda la entienden a la perfección. Matemática de primer año nadie la tiene previa. El diagrama de Venn evidencia que los une una actitud demoledora.

Luego del ska, rock, reggae y rumba, llegaba el momento de la cumbia. El cover de “Como te voy a olvidar” de Los Ángeles Azules le daba paso a la presentación de Tambo-Tambo como banda invitada.  La sala estaba de pie desde el segundo tema, pero ahora algunos se suben a las butacas. El acordeón entona el hit retro-cumbiero “Falsas promesas” y el público se muerde el labio inferior, cuellito tirado hacia atrás, y las caderas jadean. El tropi llegó un viernes al Centro, engañosamente perfumado de primavera.

A nadie le faltaba azúcar en la sangre. Los corazones no resistían ni un electrocardiograma y las prendas interiores estaban empapadas de tanto orgasmo musical. En “Liar” eran todos jamaiquinos bailando ska, y al paso del ritmo indecente se transformaban en devotos de “Papanoah” gritando que no recogerán “Fruta amarga”. Párrafo aparte para los vientos. Aumentaron el karma. Maradona no es el único ídolo que abandona hijos. Caniggia también lo hizo. Ellos, los encargados de los vientos de la banda, son auténticamente los hijos del viento. Son hijos de Claudio Pol.

Si navegan por la mar de la web y anclan en la palabra Karamelo Santo, encontrarán  un sinfín de definiciones rusticas. Banda argentina, pionera en tener el rock como base e incursionar en la fusión con otros tantos géneros. Que la provincia de Mendoza los parió a principios de los ‘90 y después todo igual. Información genérica. En ningún lado dice que el viernes saqueron el ND Ateneo. Que dejaron a todos desprovistos de prejuicios y desnuditos bajo la lluvia. Sin armas. Solo con actitud. Así que no desconfíen de alguien que esté armado. Desconfíen de alguien que le sobre esa cualidad. Ese, seguro, los deja de culo mirando el Obelisco.

 

 

Texto: Patricio Manco
Foto: María Laura Gutiérrez