Dancing Mood: A la mierda con las categorías

Con el trencito más largo del planeta como estandarte, la big band liderada por Hugo Lobo enfiestó el mítico estadio porteño, con ese extraño combo de virtuosismo y popularidad que tanto los caracteriza.

Hay dos cosas que Dancing Mood hace siempre muy bien: tocar ska generando fiesta, y romper con todas las categorías de análisis preexistentes. La primera es obvia y conocida para todos sus seguidores: otra vez un grupo de numerosos músicos de alto nivel que dieron un concierto prolijo y certero durante más de dos horas en un Luna Park repleto, movido a puro ska. Con la clásica pero singular formación que reivindica a los instrumentos de viento, a fuerza de soplido, Dancing Mood continúo creciendo demográficamente para pasar el desafío, con desfachatez y estilo, de llenar el Luna Park.

Con una escenografía muy simple, el show se abrió con “Dandimite” y continuo hasta un tercio del recital con varios temas lentos y tranquilos (“Feel so good”, “Mr. PC”, entre otros), en donde la reacción del público era más bien contemplativa y expectante. Como siempre, se repitieron los solos uno tras otros: trombón, saxo, guitarra, percusión, trompeta, flauta traversa, armónica y otros más que exigieron, en un gesto contracultural como el del Barsa de Guardiola, de paciencia para ser disfrutados. Ese mismo tono se discontinuó cuando se hizo presente en el escenario el disruptivo invitado especial de la noche: el jamaiquino y cantante de The Specials, Lynval Golding. Con su carisma y con el peso de su historia, Golding llevó el recital hacia otra dimensión y le cumplió el sueño de tocar juntos, como ellos mismos expresaron y demostraron, a varios de los músicos de la banda. Luego de tocar varios hits del grupo inglés, algunos ya versionados en discos de la banda, como “Enjoy your self”, “Monkey Man” y “You’re Wondering now”, se despidió, de lo que por momentos pareció, su propio recital. Pero, sin dudas, dejando muy bien esparcidas las condiciones de posibilidad energéticas para que empezara la fiesta que distingue siempre a Dancing Mood.

Así fue que con la ya infalible batería de temas festivos el público enardeció al final: “Latin goes ska”, “Eastern island” y, para cerrar, el clásico “Occupation”. Y acá no se puede no sentenciar algo: si los redondos generan con “Ji,ji,ji” el pogo más grande del mundo, Dancing Mood con “Occupation” hace el trencito más largo del planeta. Y no se discute. Organizado desde arriba, deseado desde abajo, Hugo Lobo dio la instrucción de seguir a un fan con mochila roja levantada y arranco así un gigantesco tren translunapark. Una masa de gente que dio vuelta de punta a punta por todo el campo del estadio, al ritmo del baile, hizo que varios se queden pensando cómo estos músicos de conservatorio leyendo partituras ejecuten tremenda fiesta.

Pero es que Dancing Mood es algo esfumado, acuático, poco atrapable, que rompe con las categorías con las que solemos acomodar a las cosas en su lugar. Su fórmula no es la de solo agrupar el virtuosismo de sus músicos, ni tampoco la de la demagogia de apelar a ritmos populares y festivos para animar recitales, con el viejo truco del carnaval carioca. Dancing Mood es una mezcla de elementos que dan un resultado en donde no se reconocen los orígenes de lo mezclado. Así los jóvenes que vienen del rock, se encontraron con temas de jazz, que quizá escuchaban su abuelo o su papá, interpretados bajo el juvenil sonido del ska. Pero a su vez, como le gusta destacar a su líder Hugo Lobo, se vieron expuestos, casi involuntariamente, a solos de flauta trasversa. El mismo líder que en un momento de la noche dijo: “Muchachos, que coreen ‘20 minutos’, que es nuestra primera canción, hace que se me llene el culo de preguntas”, el mismo culo que él llevo sistemáticamente once años al conservatorio para aprender a tocar la trompeta. Todo va junto.

Porque Dancing Mood parece ser uno de esos casos que le hacen más difícil el trabajo a los periodistas, a los sociólogos, a los analistas culturales, a los que les gustan categorizar todo para así intentar atrapar al mundo, volverlo entendible y previsible, para descansar en la seguridad de la racionalidad. Dancing Mood es cumbia y jazz en un mismo agite, conservatorio y popularidad, ropa deportiva y elegancia musical. Un trencito enorme de gente bailando que penetra categorías y rompe el himen del purismo, para que las categorías se miren y se entiendan, por fin, barril sin fondo, incapaces de atrapar bien “la experiencia Dancing Mood”. Para terminar dejando de pensar de ese modo y reducirse al placer con los pibes que están ahí y dicen, sin entender: “esto está muy piola, muchacho”. Y corean trompetas y bailan. Bailan.

 

FOTOS: MARIA PAULA VILLAGRA